Ceno con un veterano militante del PSOE, con posiciones fuertemente conservadoras, que nos cuenta que hace dos o tres días tuvo una larga reunión con Pedro Sánchez. Dice que le dijo que procure hablar menos, y que no se convierta en esclavo de sus palabras. No sé si es eso exactamente lo que le dijo, porque en la cena había otras personas -un presidente autonómico del PP, entre ellas- y puede que fuese hora de bravatas. Pero ello abrió un largo rato en el que los presentes, cinco personas, entre ellas dos altos responsables de un potente medio de comunicación, nos dedicamos a calibrar las virtudes y defectos de estos apenas dos meses y medio de paso del nuevo secretario general del PSOE por el poder.
No quiero convertirme en portavoz de nadie y, por tanto, diré apenas lo que me compete, tras advertir de que el nuevo líder socialista parece gustar, inicialmente, a todo mundo, incluido el presidente autonómico 'popular': buen talante, buena disposición, ánimo parece que dialogante. Su respaldo a la posición del Gobierno de Rajoy en el conflicto abierto por Artur Mas en Cataluña muestra que en Sánchez hay un embrión de hombre de Estado. A continuación, los 'peros', a algunos de los cuales me uno, aunque no de manera indiscriminada: en este tiempo, Sánchez se ha equivocado, es opinión mayoritaria, no apoyando la elección de Juncker en la UE y, de paso, no apoyando tampoco a Miguel Arias Cañete como comisario elegido por el Ejecutivo español, por muy polémico que haya podido parecer este nombramiento. Todos sabían que tanto Juncker como Arias iban a resultar elegidos; todos sabían que la parte más 'veterana' del eurogrupo socialista español deseaba dar su respaldo a uno y otro. Todos sabemos que tanto Juncker como Arias guardarán en su armario este agravio, del que algún día, quizá, pasarán factura.
Y aquí está, acaso, mi objeción más sería a la política de Sánchez, o más bien a la concepción general de las cosas del aún flamante secretario general socialista, más allá de coyunturales manifestaciones desafortunadas sobre la desaparición del Ministerio de Defensa o sobre la celebración de funerales de Estado para las víctimas de maltrato de género: la base de su actuación consiste en una renovación meramente generacional. Todo lo que había antes en su partido no sirve, incluyendo Elena Valenciano, Ramón Jáuregui o, claro, el propio Pérez Rubalcaba, tres personajes desiguales en mi valoración, pero que han de ser tenidos en cuenta, sin duda, por su experiencia y dedicación, cuando se quiere abrir una nueva etapa.
Creo muy sinceramente, y ojalá no me equivoque, en el espíritu regeneracionista de Pedro Sánchez
Creo muy sinceramente, y ojalá no me equivoque, en el espíritu regeneracionista de Pedro Sánchez. Me parece que es toda una esperanza para el principal partido de la oposición, que, digan lo que digan, puede seguir albergando ambiciones de ir a parar nuevamente, algún día, al Gobierno. Especialmente cuando el Gobierno que se halle en el poder no aporte ideas refrescantes ni un talante medianamente simpático a la deseable nueva era de la democracia en España. Pero me sigue pareciendo que el líder de la oposición ha de frenar unos momentos su carrera zigzagueante, pararse a meditar un poco, darle un repaso al programa con el que va a concurrir al apasionante proceso electoral que se abre el año próximo, tomar la temperatura a algunas esferas internacionales que obviamente desconoce, y entonces sí: entonces, actuar con firmeza. Es mucho lo que puede aportar a este secarral político en el que sobrenadamos. Personalmente, al margen de cuáles sean mis preferencias políticas -a veces, ni yo mismo sé dónde me encuentro en cada cuarto de hora político–, confío en que lo haga.
Pedro, no nos falles (más).
Fernando Jáuregui