El problema de ir acumulando calendarios es que también se amontonan las experiencias, y suceden pocos hechos con los que no encuentres alguna similitud con accidentes anteriores. Recuerdo el invierno entre 2000 y 2001, cuando aparecieron los primeros casos en España de encefalopatía espongiforme, conocido vulgarmente como el caso de las vacas locas. El proceso se había iniciado en Inglaterra, al ser alimentadas las vacas con piensos que contenían restos orgánicos y que les provocaban erosiones cerebrales. Lo peligroso es que, al comer carne de vacuno que sufriera la enfermedad, podía transmitirse al ser humano.
A pesar de que los conocimientos sobre el proceso eran muy amplios, y en toda Europa se vigilaba con los protocolos correspondientes, el primer caso detectado en una vaca en España, desató un paroxismo incontenible, de acuerdo con la liturgia tradicional: salen la autoridades responsables diciendo que todo está bajo control, y, al minuto siguiente, la situación se descontrola, no por parte de los veterinarios, sino de los seres denominados racionales, que se sienten atacados por un espanto que crece, alimentado por unos medios de comunicación que no tienen más remedio que hacerse eco de lo que habla gente.
La enfermedad de las vacas locas era un «problema animal»
La caída del consumo de carne de vacuno fue espectacular. Las meteduras de pata de la entonces ministra de Sanidad, Celia Villalobos, quedan en la antología de las hemerotecas, como aquella frase imborrable asegurando que la enfermedad de las vacas locas era un «problema animal», con lo que se corrobora que tenemos las ministras de Sanidad que nos merecemos, porque la reacción ante el ébola ha sido igual de delirante por una sociedad que, este fin de semana, ni se inmutará por la media docena de personas que morirán en las carreteras, pero que cree que, si pasea por la calle donde vivió la enfermera, se puede contagiar de la enfermedad.
El caso de las vacas locas se cerró con cero víctimas, pero pareció que España luchaba contra la peste. Espero y deseo que el final del ébola sea igual de satisfactorio, a pesar de los errores, de las incompetencias de la autoridad competente, y del histerismo de una sociedad que, aparentemente, es mayor de edad, y sabe leer y escribir, aunque algunas de sus reacciones provoquen muy serias dudas.
Luis del Val