Son muchas las narraciones que, desde muy diversos puntos de vista, tratan de las epidemias. Los autores de algunas novelas las utilizan como trasfondo de su propia trama, siguiendo el estilo de Thomas Mann tanto en La muerte en Venecia como en La montaña mágica. Otros van más allá y elevan la enfermedad contagiosa a la categoría de personaje, más o menos principal según los casos, siguiendo las huellas de Boccaccio cuando escribía los cuentos de aquella peste florentina, las de un Alejandro Dumas obsesionado con el bacilo de Koch, o las de Camus describiendo las calles infestadas de ratas en un Orán ya casi de nuestros días, o incluso el ejemplo de Saramago en una Lisboa contemporánea, poblada al fin por una multitud de ciegos desvalidos.
Ahora bien, qué duda cabe que desde una perspectiva literaria unas epidemias son mucho más propensas a la narración que otras. La tuberculosis o el virus de inmunodeficiencia humana se han visto reflejados en muchas más obras que la escarlatina o el sarampión. La gripe, sin embargo, ha despertado el interés de no pocos autores, unos más recientemente, a raíz de la famosa pandemia que se quedó en agua de borrajas, y otros recordando la virulencia del brote de 1918.
Uno se pregunta si con el virus del ébola no pasará pronto algo parecido. Puede ser que surjan, un poco por doquier, novelas que traten del arduo combate llevado a cabo en los países africanos, de la inoperancia de las autoridades en algunos países occidentales, o incluso de la conspiración miserable de ciertas compañías farmacéuticas para, al socaire del pánico desatado, obtener astronómicos beneficios.
Si así fuera, quizás los futuros autores podrían seguir el ejemplo de una de las novelas que uno cree que mejor han reflejado la situación espeluznante de una pandemia generalizada. La publicó en 1951 el extraordinario Jean Giono, para unos ejemplo de pacifismo militante, para otros, sobre todo para las cabezas biempensantes de las academias, peligrosísimo enemigo de los valores de la Francia eterna. Hasta la aparición de esta novela, de nada le valió su trayectoria previa. En cualquier caso, el éxito fulminante de El húsar en el tejado, -título genial que uno siempre ha admirado-, supuso la superación de los recelos hacia Jean Giono y la consagración definitiva de su obra.
La narración recrea la devastación de la incontenible epidemia de cólera que asoló la Provenza en 1832. Ese irrepetible protagonista que es el joven húsar que huye de Italia por cuestiones de honor y amores, se ve envuelto en una lucha sin cuartel frente a un enemigo mucho más temible que cualquier ejército. Muchos son los aspectos apasionantes que el lector descubre y que tal vez le recuerden lo que hoy vivimos. Así, la descripción de las reacciones generosas de unos pocos y de la vileza espantosa de otros muchos, las inoperantes medidas impuestas por unas autoridades asustadizas, el regreso de las supersticiones medievales, la sed de venganza avivada por la impunidad de una situación sin salida o el miedo a cualquiera que, por ser diferente, sin que la bacteria del cólera tenga nada que ver, ha de considerársele peligroso enemigo al que debe eliminarse.
Ignacio Vázquez Moliní