lunes, septiembre 23, 2024
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Elogio de la sombra

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Semanas atrás tuve la fortuna de andar la exposición El Greco. Arte y oficio en el Hospital de Santa Cruz de Toledo, al paso y la palabra de su comisaria, Leticia Ruiz. Un relato espléndido que me recordó principios de todo buen discurso: antes que ardid retórico alguno, cosas que decir; frente a la impostura, solvencia; contra la rutina, pasión.

Cospedal, cuando la inauguró, repetía: «No se puede terminar de conocer al Greco sin venir a ver la exposición». Lo de terminar de conocer al Greco no resiste comentario. Hablaría por ella y por Tirado, plantados en la foto como maceros del Pentecostés. Es lo que hay: cuando el zote se aclueca en su preeminencia, adivina tú lo que pueda salirle de los huevos.

Terminé el recorrido con entusiasmo y ganas de continuidad. Incitante el montaje fotográfico de Joaquín Bérchez sobre la arquitectura de los retablos, los marcos, y el bien traído asunto de la poética de la sombra. Resonancias reflejas de El elogio de la sombra (1933), que Junichiro Tanizaki escribiera sobre la estética japonesa, con el propósito de compensar los desperfectos de una occidentalización contemporánea e ineludible: “lo bello es tan solo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producido por yuxtaposición de diferentes sustancias”.

También el nombre del quinto poemario de Borges, donde el porteño, frisando los setenta y al borde de la ceguera, dice incorporar dos temas nuevos: la vejez y la ética (“La vejez –tal es el nombre que los otros le dan- / puede ser el tiempo de nuestra dicha /…/ Vivo entre formas luminosas y vagas / que no son aún la tiniebla.”).

No una luz prepotente sino modesta, espiritual y poderosa, que convive con la sombra, descansa en sus figuras e incluso emerge en ellas

Visto desde este lado, llegamos a percibir que en muchos cuadros del Greco no hay una luz dominante que oriente, ubique, perfile y limite lo demás. No una luz prepotente sino modesta, espiritual y poderosa, que convive con la sombra, descansa en sus figuras e incluso emerge en ellas. Obras de un Greco cretense, veneciano, romano y, en su madurez artística e industriosa, toledano. Un pintor de dimensión universal que, sin el favor del rey ni del cabildo, vino a quedarse en la capital del catolicismo español en plena Contrarreforma.

El centenario va tocando a su fin. De regreso a Madrid, en la estación y en los reposacabezas del AVE veo los lemas que la Comunidad Autónoma eligió para el gran recordatorio: “El Greco es Castilla-La Mancha”, “Alma de Castilla-La Mancha”. No sé de lo que hablan. Ellos tampoco.

José Luis Mora

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