jueves, noviembre 28, 2024
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El secreto en Portugal

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Portugal es un país donde el secreto ha prevalecido durante siglos. Quizá para protegerse de enemigos externos e internos. Asi ocurre desde ‘El Encubierto’, nuestro añorado rey don Sebastián desaparecido en la batalla de Alcázarquivir y que siempre continuamos esperando, con nuestro particular mesianismo; hasta el caso de los judíos conversos, cristianos nuevos, que han seguido practicando en secreto la religión mosaica en muchos lugares del país y singularmente en el pueblo de Belmonte, cerca de la Serra da Estrela, a escasos cincuenta kilómetros de la frontera española por Fuentes de Oñoro, donde ese criptojudaísmo fue ‘descubierto’ hace unos años, sólo en 1989.

Es distinto del hermetismo y del ocultismo, dos recursos frecuentes en la literatura portuguesa, pero el secreto no llega a tanta intención. El secreto forma parte esencial de nuestras vidas. Según Juan-Eduardo Cirlot, simboliza el poder sobrenatural (Diccionario de Símbolos, editorial Labor, 1992). Muchas sensaciones, placeres, disgustos, y por supuesto amores, son secretos. “Todo lo que era la sustancia misma de su vida, se desarrollaba sin que los otros lo supieran”, dice Chéjov en su relato La dama del perrito. Se oculta precisamente lo importante, lo que es muy personal.

En estos días, con todo conectado, con el exhibicionismo banal de muchas televisiones y de Facebook, el secreto ha pasado a ser casi un lujo del pasado. El secreto es lo no dicho, mientras el engaño es lo dicho falsamente. Es, pues, contrapuesto a comunicación, es lo no comunicado.

El secreto del que hablo es inocuo. Hay muchos secretos. No es el secreto del magnate o negociante, piadosamente llamado hoy información asimétrica y que permite bastantes enjuagues en la Bolsa. No hablamos tampoco de la mentira ni del engaño, que tienden a confundir, aprovecharse, abusar. El secreto del que hablo es casi púdico, es lo que se oculta para proteger la intimidad, para evitar la persecución, para ser independiente.

Como medio de defensa y de resistencia, el secreto ha sido en Portugal algo que viene de antiguo. Baste examinar la Ordem de Cristo, heredera de los Templarios, una especie de masonería antes de que llegase a Portugal el rito inglés, o la masonería actual, de la que hablaré en un próximo artículo. De hecho, hasta existe una gramática secreta del portugués: “diez elementos ocultos que se desdoblan en veintidós consonantes, que a su vez se multiplican por siete sonidos, las vocales” (António Telmo, 1927-2010).

En la literatura también hay secretos, que son las claves con las que puede descifrarse un texto. Nuestro poeta Fernando Pessoa destaca en el hermetismo. Es cierto que la poesía siempre tiene algo de críptica, algo que el lector debe desentrañar, descubrir. Los poetas verdaderos eluden la obviedad y nos llevan hacia caminos desconocidos

No es casual que Portugal sea un país lírico (en aquella distinción algo arbitraria pero no descabellada que hacía Unamuno de la Península, donde Castilla era épica y el Levante, plástico). En todo lo que la poesía tiene de secreto hay un afán de protegerse uno mismo, de cantar lo oculto y de encubrir una cierta tristeza que siempre planea sobre nosotros los portugueses. Los secretos en Portugal son exactamente lo contrario de los desvelos. Quizás sea por esas continuas velaciones por lo que llevamos todavía un ritmo tan distinto al del resto de Europa.

Rui Vaz de Cunha

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