Los ayuntamientos españoles y la Dirección General de Tráfico nos estafan de manera continuada a los conductores españoles. Nos engañan. Nos roban. Y siendo autoridades, y sabiendo que incumplen las normas, están llevando a cabo una prevaricación detestable.
El juzgado Contencioso-Administrativo de Madrid, número 17, ha dictado una sentencia en la que pone blanco sobre negro una irregularidad que ya sabíamos que se venía cometiendo desde hace tiempo: no aplicar el margen de error del radar -5% de la velocidad demostrada- y que fomenta el error contra reo.
La sentencia dice claramente que por muy exacto que sea el radar, debe aplicarse el eximente porcentual, y no aplicar la velocidad exacta que marca el cinemómetro, sea fijo, móvil, de tramo o desde aeronave.
Esta es una denuncia que se produjo en el año 2010. Un paciente ciudadano, poniendo abundante dinero de su bolsillo, abonando, además de la multa, abogados y procuradores, ha hecho de David ante el Goliat de una Administración, que dispone de abogados del Estado y letrados municipales, que, también, pagan este ciudadano y todos los demás.
El delito es siempre deleznable. No provoca simpatías el que se salta las leyes. Y cuando quien las prostituye es precisamente la autoridad encargada de que se cumpla la Ley, produce tanto asco como escándalo. No hay nada más nauseabundo que aprovechar el poder, y los resortes del poder, para acogotar al ciudadano que paga los sueldos del acogotador. Y no crean que habrá rectificación rápida. Los delincuentes -decía Unamuno que el que roba, ladró, y el que miente, mentiroso- los delincuentes, repito, que prevarican desde la Dirección General de Tráfico y los ayuntamientos, esperarán que los conductores denunciados promuevan los correspondientes contenciosos, sabiendo que el gasto excesivo de las demandas les disuadirá de la idea. Con lo que a la prevaricación, unen la prepotencia más infame y repelente. Si esta sentencia no hace mover ficha estaríamos ante la continuidad de una estafa tan infame como gigantesca, y la demostración de que la sensibilidad de estas autoridades es la misma que la de una almeja. Podrida, por supuesto.
Luis del Val