Han pasado más de treinta y cinco años desde que el gran Italo Calvino publicara en L’Espresso su famoso artículo “Italiani, vi esorto ai classici”. Qué duda cabe que en tanto tiempo muchas cosas han ido pasando y, aunque uno no sepa si para bien o para mal, el mundo poco tiene que ver con el que entonces existía.
Han pasado tantas cosas que si uno tuviera que escoger alguna se decantaría por una de las que son esencialmente positivas. En treinta y cinco años han aparecido una multitud de obras que ya han alcanzado la categoría de clásicos. Este hecho confirma el análisis de Italo Calvino que, lejos de establecer una lista cerrada, aseguraba que la propia naturaleza de los clásicos, junto con un cierto optimismo sobre las posibilidades creativas del género humano, permitía que su número fuera creciendo a lo largo de los años. Se publica una obra, aseguraba el maestro y, al cabo de un determinado tiempo, en unos casos breve en otros largo, por una serie de motivos de muy diverso origen, se piensa que se ha transformado en una obra clásica.
Cierto que ese sentimiento puede deberse a una hipocresía generalizada que impide reconocer que uno no ha leído todavía una serie de obras que, en el imaginario compartido, se consideran los cimientos básicos sobre los que levantar ese edificio de más o menos alturas que son las lecturas de una vida. Sin embargo, no hay placer más extraordinario, dice Italo Calvino, que el de leer por primera vez un excelente libro cuando uno ha entrado en la edad tardía. Y subraya el hecho de que no se trata de un placer mayor o menor respecto de haber leído el libro durante la juventud, sino simplemente distinto. De hecho, también afirma que en toda vida adulta debería existir un tiempo que se dedicase a redescubrir las lecturas de la juventud.
De esta manera, lo que sobre todo interesa al hablar de los clásicos es saber a qué obras uno está refiriéndose. Italo Calvino nos da unas esclarecedoras pistas que, desde luego, no coinciden ni mucho menos con las habituales de esas lecturas obligatorias que tanto gusta establecer a los efímeros artífices de la cultura oficial. Aunque sea imposible establecer un catálogo de libros clásicos, cuya lectura, al menos en apariencia, se contradice con el ritmo de vida actual que desconoce “i tempi lunghi, il respiro dell’otium umanistico”, la única posibilidad, como mucho, consistiría en que cada cual inventase una intransferible biblioteca ideal que contuviera aquellos libros que uno mismo considere clásicos.
Los clásicos, señalaba Calvino muy acertadamente, son aquellos libros de los que suele escucharse que están releyéndose y casi nunca leyéndose. No hay que olvidar que cada relectura de un clásico es en realidad una lectura tan singular como la primera y también al contrario, cada primera lectura es en realidad una relectura, ya que se trata de libros que nunca terminan de sacar a la luz todo lo que atesoran dentro.
Ignacio Vázquez Moliní