sábado, noviembre 23, 2024
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Las colinas de Cartago

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A veces uno tiene la falsa impresión de que el tiempo no pasa, sino que circula dentro de una especie de noria sin final. Lo que parecía definitivamente pasado, regresa de nuevo al cabo de los años, transformado de repente en un presente extraño, repetitivo y también algo ajado como corresponde a las cosas ya vividas. Un buen ejemplo de esa sensación es el nos llega con el resultado de las elecciones tunecinas, celebradas esta misma semana, en el que el anciano Beji Caid Essebsi ha alcanzado el poder.

Parece como si de repente se desempolvasen a toda prisa, para decorar las paredes del viejo palacio de La Kasbah, las banderas apolilladas y los viejos retratos en tonos sepia de aquellos venerables prohombres que construyeron el Túnez de la independencia. Eran los tiempos del elegante Habib Bourguiba, con su impecable terno gris cortado en una sastrería parisina, siempre tocado con un fez granate de tonos apagados. Era también la época de un modelo inspirado en el de la metrópoli francesa, en los que la República Tunecina estaba indisolublemente unida a un laicismo moderado en el que convivía una nueva visión del papel jurídico y político de la mujer, sobre todo gracias a la prohibición de la poligamia, con un difícil equilibrio entre las costumbres islámicas tradicionales y la necesidad de avanzar hacia la modernidad. Eran, por último, los tiempos de una educación bilingüe en un sistema público para todos, como instrumento necesario para transformar definitivamente ese pequeño y simpático país en la bisagra necesaria que asegurase el contacto entre Oriente y Occidente.

Les silences du palais fue la primera película de la directora Moufida Tlatli, basada en el texto de Nouri Bouzid

Basta apenas con que la noria avance un poco para que uno tenga la impresión de que la sociedad tunecina en realidad añora tiempos más lejanos, en los que Moncef Bey languidecía en sus viejos harenes de La Marsa y el residente general de Francia gobernaba un protectorado pacífico. Eran los tiempos de un Sidi Bou Said mítico, en los que la baronesa de Erlanger dominaba un mundo de intrigas en los salones y jardines de su hermoso palacio sobre el golfo de Túnez.

Eran los tiempos de la decadencia beylical, reflejados con maestría en una excelente novela cuya versión cinematográfica, caso raro y quizás único, es todavía más hermosa. Les silences du palais, de 1993, fue la primera película de la directora Moufida Tlatli, basada en el texto de Nouri Bouzid. La historia narra el regreso, ya en plena república tunecina, de una joven bastarda al viejo palacio destartalado en el que acaba de fallecer el último bey de Túnez –Lamin Bey– y su reencuentro con ese mundo que hasta entonces parecía totalmente desaparecido, en el que cohabitan los últimos siervos y  señores beylicales con una sociedad que se quiere moderna y abierta al mundo, sobre un trasfondo en ebullición marcado por las tensiones de la guerra fría. Les silences du palais es, además el testimonio del papel fundamental que la mujer desde hace más de medio siglo desempeña en un sistema tan peculiar como el tunecino y al que, por mucho que la Revolución de los Jazmines haya estado secuestrada por los islamistas más recalcitrantes, y a partir de ahora por los conservadores laicos de Nida Tunes, no puede renunciar.

                              

Ignacio Vázquez Moliní

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