Hay algo que no podemos desconocer: Pedro Sánchez ha entrado pisando fuerte. Se nota que existe, entre otras cosas porque genera polémica, lo que, dada la coyuntura política, nada tiene de malo. Sánchez es dialogante, sonríe a quienes pretende como electores -no como otros, que les riñen desde la pantalla–, se muestra abierto y demuestra que, en política las formas son al menos tan importantes como el fondo. En mi opinión personal, ajena a toda militancia, es digno de respaldo, aunque no pocas veces se equivoque.
Su mayor error, a mi entender, es el de que insiste en hipotecar su futuro y, de paso, el nuestro. Decir, 'a priori' que jamás facilitará una gran coalición con el Partido Popular no creo que le haga ganar adeptos por la izquierda -que es su gran obsesión, me parece, y más a la vista de lo que nos dicen los sondeos–, pero sí puede enajenarle voluntades que alientan un creo que necesario espíritu de pacto y de acuerdo. Sin ese pacto, sin esos acuerdos, sin un clima de concordia -mejor, incluso, de complicidad- esa gran operación política siempre pendiente en España no llegará a consumarse: ni reforma constitucional, ni acción común en torno a unas mínimas bases de equidad económica, ni, por supuesto, acción generalizada, sociedad civil incluida, contra la corrupción.
A mí me da la impresión, y me atengo al análisis de series históricas de encuestas, que son muchos los españoles que no verían con malos ojos una coalición futura PP-PSOE, en función, naturalmente, de cuál sea el resultado de las urnas en las elecciones generales. Coaliciones habrá, necesariamente, dado que no se reformó la ley electoral haciendo que sea alcalde el candidato de la lista más votada, en millares de municipios españoles. Puede que se mantengan en más de una Comunidad Autónoma. Resulta absurdo, a estas alturas, argumentar, como he escuchado de determinados labios 'expertos', que «en España no hay tradición de coaliciones».
Además, lo que nos indican las tendencias de votos es que, si no coalición, algún pacto estable de Legislatura habrá que ensayar después de que, allá por noviembre de 2015, se compruebe que, si nada cambia de manera inesperada, la época de las mayorías absolutas ha terminado, y que ninguna formación podrá gobernar por sí sola. Visto que los acuerdos con los nacionalistas para 'facilitar la gobernabilidad de la nación' se antojan ya casi imposibles, tocará entonces determinar al PSOE si se trata de pactar con formaciones a su izquierda, o con lo que resulte de una amalgama de esas formaciones, o 'con la derecha', esa hipótesis de la que Sánchez ha expresado algo semejante a un 'aparta de mí ese cáliz'.
Cerrándose posibilidades que para nada tendrían por qué sentar mal a la marcha democrática del país, Sánchez pone en riesgo su propio liderazgo en el PSOE. Ya empiezan a surgir voces que dicen que el futuro no pasa por el rostro de Rajoy -severamente castigado en las encuestas- y podría no pasar tampoco por el de Sánchez. De Rajoy no voy a opinar: será materia de otro comentario. De Sánchez digo que, hoy por hoy, me parece que hay que apoyarle, imponiendo un cauto compás de espera: es, al menos, un hombre de Estado, lo que no es poco.
Fernando Jáuregui