Entre otras «perlas» debidas al lenguaje políticamente correcto, el debate social y mediático generado por las matanzas perpetradas por tres terroristas islamistas en Paris (la del semanario y la del supermercado judío) nos ha dejado dos tan aditivas como falaces. La primera pretende que nada tienen que ver el «islamismo» y el «yihadismo» con el islam. De ahí derivaría una equidistancia a la hora de analizar el origen del fanatismo que anima a los terroristas a perpetrar sus crímenes. Equidistancia que llega a ser ofensiva para la memoria de las víctimas y de sus familias. Otra perla cristaliza alrededor de la idea de que no estamos ante una guerra. Guerra declarada contra los valores democráticos -respeto a la vida y las libertades- tendidos como pilares de la sociedad europea y por extensión, occidental.
Quienes así opinan, omiten los hechos. Olvidan que detrás de la violencia de signo islamista subyace la larga e histórica pugna entre sunitas y chiitas para hacerse con la supremacía religiosa y, por ende, con el poder político en aquellos territorios dónde se rinde culto al Profeta Mahoma, extendiéndolo, si pudieran, a nuevos dominios. Esta pugna que salvando las distancias recuerda lo que hace siglos fueron las guerra de religión en Europa (católicos contra protestantes y viceversa), en el mundo musulmán se inició en los albores mismo de la expansión del islam tras la muerte violenta de Husayn, hijo de Alí, el yerno del Profeta. Aquel crimen señaló la división entre las dos corrientes principales del islam. En la actualidad los Estados que se disputan esa hegemonía son Arabia Saudí y el Irán de los ayatolás. Detrás del llamado «califato islámico» (suníes) que controla territorios en Siria e Iraq y recluta mercenarios en los barrios de emigrantes musulmanes en la periferia de las capitales europeas se sospecha del apoyo de alguno de los emiratos del Golfo. Por otra parte, de todos es conocido la cercanía del régimen teocrático de Teherán a Hizbolla en el Líbano y a Hamás en Gaza. Y, que decir de Boko Haram, el grupo terrorista que secuestra y mata en Nigeria y cuyo objetivo proclamado es la imposición en todo aquel inmenso país de la «sharia», la ley islámica. Las autoridades europeas se afanan en perfeccionar los protocolos de seguridad -a la vista de los fallos detectados en el caso de París-, pero quizá la clave para combatir con más eficacia la última novedad en materia de terrorismo, los llamados «lobos solitarios», pasaría por rastrear las fuentes que les financian. A ellos y a determinados imanes que predican la yihad en las mezquitas. Investigar y no dejarse llevar por el miedo. Quien no ve que nos han declarado la guerra está ciego o tiene miedo. Miedo que estos días se detecta en bastantes declaraciones dictadas al hilo de las matanzas perpetradas en París por los tres terroristas islamistas.
Fermín Bocos