Ha muerto Bolinaga, el asesino de varios guardias civiles, el secuestrador de Ortega Lara, el hombre que nunca se arrepintió de sus crímenes, del daño causado, del daño inútil. José Antonio Ortega Lara, el hombre al que tuvo secuestrado 532 días en un zulo de dos metros de largo por uno de ancho, al que «castigaba» apagándole la única bombilla que le daba luz, sólo ha dicho: «se acabó. Descanse en paz. Punto y final». Podía haber dicho muchas más cosas del hombre que destrozó su vida y la de su familia, pero no lo ha hecho. La grandeza de Ortega Lara choca frontalmente con la miseria del hombre que quería que muriera en el zulo aunque todos sabían que no era culpable de nada. La generosidad de Ortega Lara, como la de todas las víctimas de ETA, incluso la del Estado, liberando al asesino para que muriera en su casa, es lo que nos diferencia de los terroristas y sus cómplices.
Decía el profesor Antonio Beristain, el sabio que dio luz al derecho de las víctimas, que estos grupos victimales son «protagonistas de una convivencia nueva, más justa… y solidaria». Que hay «unos derechos desde los que los grupos vulnerables merecen nuestro nuevo y mayor respeto y apoyo por su resistente dinamismo, por su dignidad especial y por su protagonismo para el progreso, para la evolución y para encontrar el sentido del amar, vivir y morir». «In dubio, pro víctimas«, decía Beristáin. Y siempre que se habla de ETA, yo sé de qué lado tienen que estar las personas de buena voluntad, los demócratas, la ley y la Justicia.
Las víctimas de ETA todavía no han tenido el reconocimiento que merecen. Y no pueden caer en el olvido nunca. Su generosidad al aceptar la liberación en 2012 de Bolinaga por padecer un cáncer terminal, contrasta con el homenaje final de los simpatizantes etarras al siniestro asesino y carcelero y a ETA. Pero engrandece a las víctimas y descalifica a los proetarras. Lo que ETA ha hecho durante cuarenta años es igual que lo que está haciendo ahora el fundamentalismo islámico. Asesinatos desde el odio y desde la intolerancia. El perdón exige la satisfacción, la reparación del daño causado, el reconocimiento del error. Y todavía hay muchos presos etarras que no han reconocido sus delitos ni han perdido perdón a las víctimas inocentes.
Me decía Ortega Lara hace diez años, en la primera entrevista que concedió para un medio de comunicación, que todavía le dolía físicamente ese secuestro inmoral y que, pese a todo, «las víctimas han querido la paz… pero una paz construida sobre la base de la Justicia y la Democracia». Ortega Lara no murió en el zulo siniestro de ETA porque la Guardia Civil le encontró, no porque sus secuestradores le devolvieran la libertad robada a punta de pistola. Bolinaga ha muerto en su casa por la generosidad de ese Estado que sus defensores quieren destruir. No hay que olvidarlo nunca. Lo dicho: in dubio, pro víctimas. Siempre.
Francisco Muro de Iscar