lunes, noviembre 25, 2024
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¿Es «seguro» el bisfenol A? La EFSA, sus conflictos de interés y otros asuntos

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La Agencia o Autoridad Europea de supuesta «Seguridad» Alimentaria (EFSA) acaba de hacer público su dictamen sobre el bisfenol A, una sustancia contaminante de la que muchos no han oído hablar pero que sin embargo todos tenemos en nuestros cuerpos. Sustancia que centenares de estudios científicos asocian a los más dispares problemas sanitarios a niveles muy bajos de concentración (sobre todo si la exposición se da en etapas tempranas de la vida, como durante el embarazo).

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Según la EFSA, aunque no según la inmensa mayoría de los científicos académicos que han estudiado los efectos de la sustancia, no tenemos que preocuparnos por este compuesto que hoy en día está, por ejemplo, en el fino barniz de resina epoxi que recubre el interior de muchas de las latas de comida. La alimentación es la vía principal por la que el bisfenol A llega a nuestro organismo.

Aunque dice que en realidad no hay problema con la cantidad de bisfenol A la que nos exponemos ahora, la EFSA ha decidido rebajar -no sin cierta contradicción evidente- más de 10 veces, hasta 4 microgramos por kilo de masa corporal, la cantidad que considera «segura» (antes lo «seguro» eran 50 microgramos por kilo de masa corporal). Es lo que se llama la IDA (Ingesta Diaria «Aceptable»).

Pero no hace mucho un informe de otra agencia, la Agencia Europea de Medio Ambiente decía que “en muchos estudios los efectos del bisfenol A tales como cambios en el peso de los órganos y de la arquitectura de los tejidos, alteración de la expresión de los receptores, alteración de las concentraciones hormonales, alteración de la pubertad y efectos sobre la conducta han sido hallados en un rango de dos o tres órdenes de magnitud por debajode los niveles en los que se veían efectos en los estudios pagados por la industria. Estudios como en los que la EFSA ha venido basando sus niveles supuestamente «seguros» de exposición humana al bisfenol A.

Los científico han denunciado defectos escandalosos en algunos de los principales estudios de la industria en los que ha venido basándose la EFSA

El texto es importante, porque se refiere al límite anterior, al de 50 microgramos, y nos dice que ese tipo de efectos se daban a concentraciones muy inferiores a aquellas que se veían en los estudios (pagados por la industria volvemos a insistir, porque es importante tenerlo en cuenta) que fueron tomados como referencia para establecerlo. Nos dice que los efectos se daban en realidad a niveles de concentración de 2 o 3 órdenes de magnitud de lo que decían esos estudios. Es decir a niveles cientos o miles de veces más bajos de bisfenol A. Ante eso ¿qué es rebajar el nivel 10 veces?

Los científicos, entre otras cosas, han denunciado defectos escandalosos en algunos de los principales estudios de la industria en los que ha venido basándose la EFSA. Uno de ellos el de usar cepas de roedores insensibles a ciertos efectos hormonales y, por lo tanto, inadecuadas para estudiar este tipo de efectos.

EFSA versus comunidad científica

Los científicos llevan años y años acumulando evidencias. Cada dos por tres sale un nuevo estudio sobre el  bisfenol A. Pero la EFSA no se da por aludida. En 2007, por ejemplo, muchos de los principales expertos mundiales en bisfenol A se reunieron, bajo los auspicios del National Institute of Environmental Health Sciences de EE.UU. Tras un largo trabajo de meses revisando más de 700 estudios científicos sobre la sustancia,  emitieron una solemne declaración de consenso sobre el tema: la declaración de Chapell Hill sobre el bisfenol A. Según ella, los niveles medios de Bisfenol A medidos en las personas de la población general superaban aquellos que se sabe que causan daños en animales en experimentos de laboratorio. Decían estos investigadores que las dosis de referencia habían sido establecidas por las agencias reguladoras en base a investigaciones  desfasadas realizadas en los años 80 y sin tener en cuenta los hallazgos científicos más recientes que mostraban efectos del Bisfenol A a dosis bajas de concentración. Ante datos como estos resultaba evidente que si se reevaluaba la dosis de referencia teniendo en cuenta debidamente la evidencia científica y en aras de proteger la salud muchos usos comerciales del Bisfenol A no serían  posibles, incluyendo virtualmente todos los usos que entrañan un contacto con alimentos o líquidos.

Desde entonces, la evidencia no ha hecho más que crecer y crecer y se han sucedido los llamamientos de la comunidad científica más seria. Haciendo caso de la ciencia, tras realizar muy rigurosas evaluaciones, Francia decidió eliminar el bisfenol A en los materiales en contacto con alimentos.

La EFSA, mientras tanto, como si oyese llover. Sin hacer caso de la inmensa mayoría de la literatura científica sobre el tema. Sin embargo, curiosamente, esta agencia si ha hecho caso, como ya se ha dicho, de otra ciencia (o no sabemos si «ciencia» si nos basamos en lo denunciado por muchos científicos acerca de algunos estudios concretos): aquella pagada por la industria. En 2012 lo resumía muy bien la Agencia Europea de Medio Ambiente en un informe: “en los últimos 10 años, se ha investigado mucho, pero también han surgido nuevas preguntas, reforzando la misma conclusión general: que los resultados de 14 estudios financiados por la industria química contradicen a 202 de 217 estudios con financiación gubernamental que concluyen que las dosis bajas de Bisfenol A causan daños”. Más claro el agua.

Para la EFSA -como si sus expertos, sobre alguno de los cuales se dirá algo luego, fuesen los más instruidos del orbe- parecen valer más un puñadito de informes pagados por la industria interesada que centenares pagados con dinero público y realizados por algunos de los centros de investigación académica más serios del planeta. No parece importarle lo que se ha denunciado acerca del llamado funding effect, es decir, de los posibles efectos que tiene quién paga los estudios en los resultados de los mismos. Cosa que se observa en lo comentado por la Agencia Europea de Medio Ambiente y que, de forma más general, se observa en infinidad de casos más. Tampoco parece importarle que haya estudios de la industria hechos con sistemas de fiabilidad largamente puesta en entredicho por la comunidad científica. En especial, en lo que concierne a los contaminantes que alteran el equilibrio hormonal, los llamados disruptores endocrinos (entre los que se cuenta, como una auténtica sustancia «estrella», por lo estudiada que ha sido, el bisfenol A).

La EFSA sigue basando su «seguridad» alimentaria en sistemas obsoletos

Sustancias cuyos riesgos debieran ser evaluados con métodos modernos, correspondientes con el actual conocimiento científico y tecnológico. No con sistemas obsoletos, herederos de ideas toxicológicas del siglo XVI, que se sostienen contra viento y marea en consonancia con la industria. Como dice un informe de la Comisión Europea, porque es algo incuestionable: “en relación con los esfuerzos para caracterizar los riesgos asociados con sustancias que actúan como disruptores endocrinos se ha sostenido que el paradigma actual de evaluación de riesgo requiere modificación o ha quedado obsoleto, porque estas sustancias provocan efectos en dosis muy inferiores a las normalmente utilizadas en los test reglamentarios”. Casi nada.

Pero la EFSA sigue basando su «seguridad» alimentaria en esos sistemas obsoletos. Esos sistemas que, por ejemplo, evalúan -y con métodos dudosos- el efecto de sustancias aisladas, cuando se sabe que nunca nos exponemos a sustancias aisladas sino a un complejo cóctel de ellas y que el efecto de la exposición simultánea a varios contaminantes podría potenciar las consecuencias enormemente.

¿De qué sirve, por ejemplo, evaluar una cantidad supuestamente, y muy supuestamente, «segura» de bisfenol A, por ejemplo, si ésa cantidad puede sumarse a la de otra infinidad de sustancias contaminantes que también tenemos en el cuerpo, muchas de los cuales podrían causar efectos parecidos, acaso con el mismo modo de acción,  y tener la mezcla efectos aditivos de dosis o incluso sinérgicos o multiplicadores? Las «gotitas» de bisfenol A llueven sobre mojado en unos organismos atiborrados ya de ftalatos, retardantes de llama, compuestos perfluorados, residuos de pesticidas… y otra larga lista de compuestos que podrían generar el llamado «efecto cóctel» con consecuencias no fácilmente predecibles.

Hay, por ejemplo,  quien se obstina en sostener sistemas simplones de evaluación del riesgo que permiten decir, sobre el papel, y basándose en buena medida en decisiones con bastante posibilidad de ser arbitrarias, y casi como quien juega a la lotería, que un nivel de concentración de una sustancia es «seguro». Hay conceptos realmente muy sui géneris en la toxicología oficial, como el arbitrario «factor de seguridad» también llamado «factor de incertidumbre». Sacado de la nada, -y defendido por los paladines de la «toxicología» pro industrial- este etéreo concepto permite «suponer», por ejemplo, que si dividimos por 10 una cantidad de una sustancia, con eso ya evitamos el riesgo debido a las posibles diferencias biológicas que pueda haber entre los animales de laboratorio y un ser humano (¡) y que si dividimos otra vez por diez, con eso habremos «subsanado» las posibles diferencias de vulnerabilidad que pueda haber entre las diferentes personas de una población (fetos, ancianos, niños,…) (¡).

Son en fin, cosas que permiten hacer bonitos cálculos abstractos, en el aire, y ponerlos sobre el papel en forma, por ejemplo, de una Ingesta Diaria Aceptable de más o menos microgramos de algo, aunque fuera de ese papel, en el mundo real de las sustancias, las células y los tejidos pueda probablemente suceder otra cosa. Como de hecho, acaban demostrando infinidad de estudios científicos que en lugar de jugar a cábalas extrañas, cuasi-adivinatorias y mágicas, y a construir castillos en el aire de supuestas «seguridades» matemáticas, se dedican a utilizar los sistemas más sensibles y sofisticados para medir efectos reales de estas sustancias a ésos niveles bajos de concentración a los que los «magos» de los cálculos matemático-«toxicológicos» vaticinaban que no se producirían. Estudios científicos que, además, analizan los parámetros adecuados ligados específicamente a efectos como los de la disrupción endocrina, algo que no sucede con los sistemas que hasta ahora han sido empleados en la toxicología oficial. Sistemas que no han sido diseñados para evaluar correctamente una serie de efectos, según insiste una y otra vez la comunidad científica, e incluso reconoce la OMS en sus informes sobre disruptores endocrinos.

Quizás muchas personas, que acaso puedan tender a confiar ciegamente en la autoridad «competente», se pregunten cómo es esto posible. Pero probablemente si supiesen un poco más acerca de agencias como  la EFSA encontrarían una respuesta.

Lo más razonable sería adecuar los sistemas de evaluación al conocimiento científico actual, pero no se hace

La EFSA es un organismo creado, ex-profeso, a raíz de las crisis alimentarias habidas a finales de los años 90 con un objetivo fundamental: tranquilizar a la población en este tema. Y a eso se dedica desde su nacimiento. Su discurso básico es que la mayor parte de la contaminación alimentaria a la que nos exponemos a diario, es «legal» y «segura» y que «todo está controlado». Lo hace, por ejemplo, con cosas como los residuos de pesticidas presentes en las frutas y verduras europeas. Buena parte de ellas los tienen pero, según la EFSA, no hay problema, porque se cumplen los límites «legales» en la mayor parte de las ocasiones, y  lo mismo pasa con otras sustancias. Límites «legales» establecidos con métodos en entredicho.

La vida moderna ha llenado nuestro entorno y nuestra comida de contaminantes. Ser exigentes a la hora de reducir severamente esa contaminación a fin de proteger la salud, choca con los intereses de grandes empresas. Empresas poderosas con mucho margen de maniobra muchas de las cuales realizan intensas labores de lobby en Bruselas y en cualquier ámbito que juzguen necesario.

El hecho objetivo es que más que a eliminar las sustancias tóxicas, todo se ha enfocado a convivir con ellas, «gestionando» el riesgo y haciendo que una serie de señores decidan qué grado de polución juzgan «aceptable» en base a ciertos criterios que , muchas veces, son harto discutibles.

En la práctica, se decreta que la mayor parte de la contaminación química a la que estamos expuestos diariamente es «normal» y se convierte en norma legal, mediante el establecimiento de unos niveles legales. Las empresas no pueden ser denunciadas si no los superan y además se intenta convencer a la población de que no pasa nada ya que se está dentro de la ley. La obsesión de agencias como la EFSA es, siempre, que no se alborote el gallinero.

El problema surge cuando hay científicos que descubren hechos que sugieren, como ahora pasa con el bisfenol A y pasa y ha pasado con otras sustancias, que los niveles que se han considerado legales o «seguros», y que tiene ya en su cuerpo una vasta parte de la población humana, pueden causar efectos. Entonces no es raro que se establezca una lucha desigual en la que la voz de la ciencia intente hacerse oir frente a los intereses industriales y las agencias oficiales que los amparan. Una lucha en la que aunque millares de investigadores pidan que se actúe, aplicando el principio de precaución, los avances, si es que los hay, tardan a veces décadas en producirse. Y mirando atrás se ve que sustancias que en su día fueron declaradas «seguras» están hoy a lo mejor en las listas de sustancias prohibidas o estrictamente reguladas por su peligrosidad. Lista que cuesta Dios y ayuda ir ampliando.

Lo más razonable sería adecuar los sistemas de evaluación al conocimiento científico actual, pero no se hace. Y no parece que vaya a hacerse a corto plazo, y con poca lucha, precisamente. Hay una feroz resistencia. Porque el sistema que debiera ser sustituido ampara a poderosos intereses industriales que se sienten muy cómodos con lo que hay, ya que lo que hay permite que una serie de sustancias sigan circulando.

Entre tanto, se impone a la población que confíe en los límites legales y «trague» (nunca mejor dicho en este tema alimentario). Es más, aunque haya datos que muestren que la población no se fía demasiado de los sistemas de seguridad alimentaria oficiales, como muestra el Eurobarómetro,  no importa. Se sigue adelante.

La EFSA no explica a la población europea que, por ejemplo, ésos límites legales pueden haber sido establecidos sin tener en cuenta debidamente el conocimiento científico actual, tal y como denuncian tantos investigadores. Conocimiento que marca que, realmente, con sustancias disruptoras endocrinas no es solo que puedan originarse efectos a niveles muy bajos de concentración sino que incluso, realmente, no está nada claro que pueda establecerse nivel alguno, por bajísimo que sea, como para tener certeza plena de que no puedan producirse. Especialmente en periodos críticos de la vida como cuando somos fetos. Estos contaminantes han sido medidos en los fetos y sus cordones umbilicales, en la placenta… y en los más diversos tejidos de personas de todas las edades, desde niños a ancianos, en la sangre, los fluidos del folículo ovárico, etc.

La EFSA en el país de los conflictos de interés

Aunque las normas europeas por las que fue constituida  marcaban no solo que la EFSA debía ser una entidad independiente, sino también -como la mujer del César- parecerlo, no está muy claro que lo haya cumplido debidamente. De hecho, el Tribunal Europeo de Auditores publicó no hace mucho un informe sobre lo mal que estaba el tema de los conflictos de interés en una serie de agencias de la UE, la  EFSA entre ellas y como eso podía comprometer la seriedad de algunas decisiones aparentemente científicas.

El Corporate Europe Observatory y otras entidades que, como Pan Europe, han realizado un seguimiento de esta agencia, nos dan datos interesantes en un artículo publicado en una revista científica. El artículo tiene un título sugerente: «Los conflictos de interés en la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria erosionan la confianza pública». En él se relata, por ejemplo, como la agencia rechaza estudios mucho mejor hechos que los que la propia agencia tiene en cuenta. Fue el caso, entre otros, de un famoso estudio francés que detectó un incremento del riesgo de tumores,  mortalidad y otros efectos en roedores en una investigación sobre un maíz transgénico y un herbicida de Monsanto (el Roundup). En el estudio se realizó un seguimiento durante dos años, viendo que los primeros tumores aparecían después de los 4 a 7 meses, mientras que los estudios que hacían las compañías típicamente no se extienden más allá de los 90 días (y claro, de ese modo, no veían tales efectos).

Lo grave es que el tema no se solucionará ni siquiera si algún día se purga de la EFSA a todas las personas con conflictos de interés

Como todo el mundo sabe, enfermedades como el cáncer suelen necesitar un tiempo para manifestarse. Así que parece obvio que realizar experimentos que finalizan demasiado pronto es probable que no sea desde luego lo adecuado, por mucho que al hacerlos así el resultado sea más favorable para algunos intereses. Además, el estudio francés medía más parámetros, más a menudo, testaba más dosis, analizaba la sangre y orina de todos los animales (y no como en los otros estudios donde se hace solo con una parte «seleccionada»)…

El cariz de la desproporcionada respuesta de la EFSA ante la investigación que la contradecía y dejaba en evidencia reavivó las denuncias de conflictos de interés que la han lastrado desde su origen en 2002.

En el artículo, Corporate Europe Observatory  y las otras entidades hacen un repaso de diversos casos de conflictos de interés que, desde luego, por su alcance, no dicen mucho a favor de la independencia de la EFSA. Como el del algún relevante directivo de la agencia que había tenido durante mucho tiempo vínculos con el ILSI (International Life Sciences Institute, una entidad financiada por grandes industrias –con intereses en el sector químico, alimentario, etc.- cuyos productos deben ser evaluados por la EFSA. Tras el escándalo, esa persona dejaría la EFSA en 2012 y, en un caso de «puerta giratoria», habría retornado a ILSI como directora ejecutiva.

Son casos que llevan a los autores del artículo a plantearse muy seriamente la influencia de la industria en el diseño de los sistemas de evaluación de los riesgos de sustancias químicas, pesticidas o transgénicos. Como también los conflictos de interés de la persona que  coordinó desde 2002 el panel de transgénicos de la EFSA, y  que, tras marcharse de la agencia en 2008, pasó a trabajar en labores de lobby a favor de Syngenta (multinacional química de pesticidas y transgénicos).

Temas de este tipo han generado algún revuelo, e incluso cierta atención por parte del  Defensor del Pueblo y el Parlamento europeos, según se comenta en el artículo aludido. Artículo que refiere también que 12 de los 21 expertos de un panel de la EFSA que en 2010 elaboraba informes científicos sobre la seguridad de estos productos tenían también conflictos de interés.

Los escándalos llevaron a que recientemente se intentara poner un poco de orden. Pero aún sigue denunciándose la persistencia de situaciones intolerables. Asuntos, por ejemplo, denuncia el artículo, como la recepción de dinero de la industria para realizar estudios o, de forma más general, el hecho de que la industria tenga la presencia que tiene en la EFSA.

Lo grave es que el tema, que como se dice está lejos de remediarse, no se solucionará ni siquiera si algún día se purga de la EFSA a todas las personas con conflictos de interés. Habría que purgar también todas las decisiones que estas personas hayan tomado, o en las que hayan influido. Porque la labor de estas personas ha dejado toda una herencia de normas, procesos y doctrinas. Como se denuncia en los  estándares ligados a los transgénicos. Por ejemplo, los establecidos mientras estaba en la EFSA -entre 2003 y 2012- un señor que tenía sostenidos vínculos con ILSI o aquellos creados bajo la influencia de un grupo de la misma entidad encabezado por un empleado de Monsanto. Entre estos conceptos controvertidos por su dudosísimo carácter científico está el de «equivalencia sustancial». Singular invento por el cual se decide, -sin base real alguna- que las plantas transgénicas no tienen diferencias sustanciales con las naturales y por ello no requieren una evaluación de seguridad seria.

Por otro lado, también se denuncia algo semejante para la evaluación de los riesgos químicos, asunto en el que la EFSA habría mostrado una asombrosa consonancia con la industria y con quienes, como ILSI, defienden sus intereses, sosteniendo  metodologías y conceptos de muy discutible rigor científico. Entre ellos el llamado «umbral de preocupación toxicológica» por el cual se puede decidir caprichosamente que una sustancia -por ejemplo un contaminante alimentario- no representa un riesgo singular aunque no haya estudios adecuados que lo avalen. Así, por ejemplo, sigue diciendo el artículo al que nos referimos, podría permitirse la presencia de una sustancia genotóxica a niveles pretendidamente «bajos», aunque se sepa que para las sustancias que pueden dañar el ADN (y que, por lo tanto, podrían causar cáncer o defectos de nacimiento) se asume que no hay umbral seguro de exposición. Además, con todo ello, se podrían estar socavando importantes regulaciones europeas como la de pesticidas, que prohíben la aprobación de sustancias tóxicas para el genoma.

Un dato interesante que se denuncia: el documento de 2012 que hizo un grupo de trabajo de la EFSA sobre el «umbral de preocupación toxicológica» estaba compuesto por 13 personas, de las cuales 10 ya habían publicado previamente a favor del invento. Es decir, se convocó a un grupo de personas que estaban por la labor, de partida. Por cierto, 8 de estas personas tenían, según se denuncia también, vínculos formales con ILSI.

Especialmente preocupante es lo que sucede concretamente con los pesticidas, tema en el cual, aparte de lo ya dicho, se denuncia que la EFSA, estaría colaborando muy decididamente para socavar el cumplimiento de lo marcado en otros aspectos de normas comunitarias como el ya citado Reglamento de pesticidas de 2009. Un aspecto importante al que se alude es precisamente que ese Reglamento marcaba que se debía poner fin a que las evaluaciones de la seguridad de los pesticidas, previas a su autorización, se hiciesen basándose solo en los estudios de la industria. El Reglamento obliga -¡por primera vez en la Historia!- a que la industria incluya estudios de la ciencia académica independiente de ella en los dossieres que elabora para que sus pesticidas sean autorizados o no.

Es increíble que se toleren cosas como que el que la industria realice los test de seguridad de sus propios productos

¿Qué hizo la EFSA ante ésa obligación marcada en el Reglamento de pesticidas?. ¿Facilitar que se cumpliese para así garantizar que las evaluaciones de riesgo de estas sustancias estuviesen basadas en la mejor ciencia y así protegiesen mejor la salud?. Pues lo que se denuncia que hizo la EFSA no parece precisamente que fuese por ahí. Como se nos dice, lo que hizo esta agencia es publicar un documento de orientación, inspirado por un estudio hecho por trabajadores de BASF (empresa comercializadora de pesticidas) que daba alas a las industrias para excluir innumerables estudios serios en tales dossieres, de modo que, al final, puede burlarse lo marcado por el Reglamento, dificultando que todo lo que la ciencia sabe sobre los efectos de los pesticidas sea tenido en consideración debidamente.

Si nos centramos en el asunto concreto del bisfenol A el Corporate Europe Observatory también denunció en su día, dando nombres y apellidos, como “muchos de los miembros del panel sobre aditivos alimentarios (ANS) de la EFSA que han escrito sobre el bisfenol A han tenido vínculos con la industria  y con ILSI (International Life Sciences Institute, una entidad que actúa como lobby para que las regulaciones favorezcan a la industria)”.

Por si a alguien le sirve de «consuelo» estas cosas no solo se denuncian en Europa. Ahí está, allende el mar, la FDA de Estados Unidos, en las que tantas veces se mira la EFSA y con la que tantas veces concuerda. Embarcada también en la sagrada empresa de la tranquilización de las masas, cual Valium oficial. También la FDA ha dado que hablar, y mucho. Como cuando se publicó que una institución ligada al presidente de un panel de “expertos” que dictaminó que los niveles de bisfenol A a los que nos exponemos regularmente son “seguros”, habría recibido millones de quienes no querían una regulación estricta de la sustancia. O cuando trascendió que informes de esta agencia que quitaban hierro a algunos posibles efectos de la sustancia habrían sido redactados en buena medida por  industrias interesadas representadas por el American Chemistry Council. En fin. En todos sitios cuecen habas. Y probablemente sean a veces habas de lata. Incluso de latas con bisfenol A.

Los autores de la publicación antes referida denuncian, en fin,  que la EFSA es presa de la industria. Para ellos es increíble que se toleren cosas como que el que la industria realice los test de seguridad de sus propios productos, lo cual compromete la independencia del proceso de regulación. Algo que, además, «anima al sesgo. Las revisiones de la literatura científica sobre asuntos como el del tabaco, el bisfenol A, los fármacos y los cultivos transgénicos confirman que los estudios ligados a la industria o pagados por ella es más probable que concluyan que un producto es seguro, mientras la investigación independiente es mucho más probable que encuentre riesgos». El funding effect del que ya se habló.  Sin embargo, la EFSA se apoya en aquellos.

Lo que se solicita es que se modifiquen las leyes comunitarias para que se elimine esta dependencia de los estudios pagados por la propia industria evaluada (mediante fórmulas como cobrar tasas a las industrias para crear un fondo que sirva para financiar investigaciones públicas e independientes, pero, claro está, estableciendo una barrera entre la industria y los científicos que realicen los tests). También, re-escribir los reglamentos de la EFSA de modo que se prohíba taxativamente la presencia en la EFSA de personas ligadas a la industria. Asegurándose que los expertos de la EFSA, que actualmente no cobran de la agencia, perciban honorarios de ella y no de otros sitios.

Está bien saber estas cosas cuando se ve que una agencia como la EFSA, vestida de los oropeles de la apariencia institucional, anuncia una decisión tan trascendente como la del bisfenol A de estos días y de la que tantos medios de comunicación, a veces de forma poco crítica, se han hecho eco.

Muchas veces cuando se ve que una agencia defiende cosas que científica o racionalmente, pueden parecernos «inexplicables» uno puede tener la tentación de buscar otras «racionalidades» menos evidentes. «Racionalidades» ocultas. Parafraseando a Pascal con aquello de «el corazón tiene razones que la razón no conoce», es probable que la EFSA tenga «razones» que la razón científica más seria no conozca. Incluso que no pueda comprender la persona más sencilla a poco sentido común que tenga.

Si, también, como dice el refrán, «de lo que rebosa el corazón habla la boca«, lo que «habla» la EFSA puede decirnos algo acerca de donde está su corazón y cuáles son sus «afectos». Y resulta que sus palabras -o sus dictámenes- solazan ante todo a ciertas industrias, como las que hoy festejan, por todo lo alto, su última decisión con el bisfenol A. Están enardecidas, como el amante que se inflama ante los versos del ser amado.  Para ellos el dictamen de la EFSA es poesía en estado puro. No lo es, desde luego, para infinidad de investigadores que consideran la decisión de la EFSA como una grave afrenta al conocimiento científico.

La EFSA ha hablado estos días, con toda la potencia de un organismo bautizado solemnemente como «Autoridad». Su voz ha resonado fuerte, no sabemos si como la del Así habló Zaratustra de Nietzsche. Y ha dicho que no hay que preocuparse por el bisfenol A. Muchos esperaban escucharla. Muchos, siempre deseosos de creer en algo,  la habrán creído. Muchos otros en absoluto. Yo nada. ¿Y usted?

Carlos de Prada

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