El caldo de cultivo de Syriza ha sido la política de austeridad impuesta por el directorio alemán de Angela Merkel. Con efectos catastróficos en Grecia, las recetas impuestas por la Troika han agravado el problema en vez de solucionarlo.
Barack Obama ha dejado en evidencia la política de austeridad europea. Estados Unidos entra en una nueva dimensión, con el dólar por las nubes, gracias a las inyecciones de dinero público para relanzar la economía. Justo la antítesis de las recetas que Mérkel se ha empeñado en imponer en este viejo continente. Europa es cada vez más irrelevante en la política mundial. Recoge los frutos del nuevo nacionalismo alemán. Los intereses de Alemania, su hegemonía ejercida sin disimulos, ha sido la prioridad de la canciller. Francia, que podía haber sido el contrapeso del poder de Mérkel no lo ha podido ejercer, sumida en una crisis que no es solo económica, y con François Hollande, que ha pasado a ser la esperanza de la socialdemocracia europea a la imagen convexa de un espejo en el que nadie se quiere ver reflejado.
Europa ha entrado en crisis de identidad. La Unión Europea es la unión de los mercados y cada vez se distancia más de la unión de los ciudadanos. El euro escepticismo se ha transformado rápidamente en una eurofobia que reivindica las bondades del Estado nación como oposición la UE, causante, según esta narrativa, de todo nuestros problemas. Conocemos bien en este continente los peligros de los nacionalismos y las crisis.
La amenaza tiene forma de pinza. O de sándwich. Por un lado, crece la xenofobia azuzada por las desigualdades que generan el recelo hacia el extraño por quitar puestos de trabajo y ocupar parcelas de la sociedad con una identidad contrapuesta a la de los autóctonos de cada nación. De otro lado, la desafección por la democracia tal y como funciona en Europa y la pérdida de soberanía trasladada a una Unión Europea que no responde directamente a un parlamento elegido por todos los europeos.
Los mecanismos, en parte pervertidos por las cuotas de poder de los partidos miembros, hacen sentir que los europeos obedecen consignas y normas dictadas por tecnócratas. La puesta en marcha de gobiernos de esta naturaleza en Italia y Grecia acrecentaron la sensación de secuestro de la democracia.
A toda prisa, el Banco Central Europeo ha decidido, por fin, inyectar dinero público a través de compra de deuda por los bancos centrales. Dinero para apagar el descontento. Pero, ¿demasiado tarde? El reto de la Unión Europea, el reto de Angela Merkel, sería relanzar la Europa de los ciudadanos, la de la representación, la del debate político superpuesto al permanente debate económico. Volver a subrayar todo lo que nos une y ser capaces de mirar al futuro unidos.
En esta Europa en crisis profunda, amenazada además por los efectos colaterales del yihadismo que amenaza la restricción de libertades conquistadas y con una Rusia cada vez más enérgica en su pretensión de ejercer la fuerza en nuestro vecindario, ha emergedlo una respuesta irreverente, audaz y desesperada. Cuando los griegos han sentido que ya no tienen más que perder, han dado un portazo a la Europa de Merkel, que es la única que se divisa hoy en día.
El desprecio de Merkel como síntesis del pensamiento impuesto, no ha guardado mucho las formas. En el primer rescate griego, Alemania aplazó sus decisiones porque dio prioridad a las elecciones en Renania del Norte-Westfalia. Que esperen los griegos a que voten los renanos.
Ahora, durante el proceso de las últimas elecciones griegas, las amenazas sobre los electores tampoco han ofertado disimulos. El mensaje era claro. Vuestra soberanía no os permite elegir lo que no os conviene. Y los griegos le han dado un corte de mangas a tantas imposiciones. La dignidad ha ganado la batalla a los mercados.
Grecia se juega su futuro en las negociaciones con la UE. Pero Europa también se juega su naturaleza en esa partida. Ninguno se puede dar el lujo de perder y tendrán que buscar disimulos para aparentar que los dos han perdido o los dos han ganado.
Si Alemania cede de forma visible, el antecedente amenaza con ser contagioso. Si la falta de acuerdo empuja a Grecia a la desesperación, muchos europeos no le perdonaran a la unión haber sido incapaz de solucionar un problema que solo afecta a poco más del dos por ciento del producto interior bruto de la UE.
Los ingenieros contables y financieros han desarrollado la tecnología más sofisticada para que una contabilidad pueda parecer una cosa y la contraria. Y no habría problemas para un diseño que le permita a Grecia dinero para crecer, para desarrollar infraestructuras y modernizar su economía y pagar la deuda de forma razonable, tan razonable como exija que el país no se hunda.
Será una negociación larga, complicada y difícil. De entrada, dos gestos audaces griegos: amagar con un acercamiento a Rusia en época de crisis profunda de las relaciones con la Unión Europea. Y la negación de legitimidad a la Troika para llegar vestida de negro a dar órdenes. Merkel no se ha hecho esperar con rotundas declaraciones sobre las obligaciones irrenunciables de Grecia. Gestos para sus respectivas galerías.
Ahora, con discreción, debe empezar la verdadera negociación en la que todos los europeos nos jugamos mucho. Para empezar, nos jugamos la viabilidad de nuestros sueños
Carlos Carnicero