viernes, noviembre 29, 2024
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Jaén necesita al Gran Arquitecto

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Descendemos hacia Andalucía. Pasamos Despeñaperros y un paisaje risueño, amable, los inmensos y calmos olivares en campos ondulados, nos dan la bienvenida. Comprendemos en un instante por qué aquellos adustos castellanos buscaban en la Reconquista el sur sensual y suave. La provincia de Jaén, con sus montes hermosos y antiguos, tiene algunos paisajes que un contemporáneo de Marco Aurelio reconocería.

Pero vea sus pueblos. Hay una ruptura entre el legado natural y lo que se construye desde hace décadas, que es francamente feo. Es una muestra palmaria de la separación del hombre y la naturaleza. Lo único bonito construido que suele haber tiene más de sesenta años, por lo menos.

La capital, que era una ciudad sin pretensiones pero agradable –miren las viejas fotos de los años cincuenta-, presidida por la imponente catedral de Andrés de Vandelvira, es hoy un laberinto de bloques y de calles sin gracia. Se salva, algo, el centro histórico. Linares y Bailén. En Ubeda, declarada Patrimonio de la UNESCO las partes contemporáneas son un sálvese quien pueda.

Cómo duele ir por los pueblos del Condado, que se parecen a Nador. Todos los pueblos están con obras a medio hacer o a medio demoler, no se sabe. Cómo duele llegar hasta un lugar tan alejado como Santiago de la Espada, en donde ya sólo le quedan de bello las viejas casas más que centenarias. Mi abuelo era de allí, murió en 1946 cuando era la zona más atrasada de España (como Luis Bello apuntó en su Viaje por las escuelas de España, hacia 1920). Pero en la pobreza había una cierta dignidad y belleza en todas las aldeas, de nombres evocadores de antes de la funesta Desamortización, como El Patronato, Poyotello, Don Domingo o Los Teatinos.

Por los campos vemos naves de uralita, centros comerciales que parecen aeropuertos, gasolineras terribles, desordenados almacenes de chatarra o de materiales de construcción, hoteles y fondas que compiten en mal gusto. Es lo que Julio Caro Baroja llamó ya hace muchos años, el ‘envilecimiento estético de España’.

Se han librado del desastre algunas pedanías que están más lejos del ruido, como Peñolite (Puente de Génave), o pueblos como Quesada, Siles o Sorihuela del Guadalimar (lista no exhaustiva).

Hay que olvidar ese estilo marbellí de arcos, faroles y rejas, y prohibir esas casas de tres, cuatro y cinco pisos en los pueblos. Ya se sabe que los vecinos no pueden pagarse arquitectos, pero los ayuntamientos y la Junta, tan ciegos ante los disparates, podrían disponer de unos criterios estéticos que evitasen esas tropelías que vemos todos los días. La arquitectura es una de las más problemáticas bellas artes. Precisa de ayuda. Y no sólo con edificios emblemáticos (para redorar la imagen política e identitaria tan querida por los políticos), sino con las casas, naves, edificios cotidianos y normales. No es un problema de pobreza, sino casi lo contrario. La Mancha, por ejemplo, donde se construye mejor. O el Alentejo, en Portugal, con menos renta, tiene pueblos impecables y bellos, aun siendo más pobre que España. El Gran Arquitecto y el buen gusto se echan en falta. En casi toda España.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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