Se anuncia una semana crucial para el futuro de Grecia y, según muchos analistas, también y de rebote para el de la Unión Europea. Claro que esta segunda cuestión tiene una doble lectura porque las dos posibles consecuencias son una mala y la otra también: si se salva a Grecia por las buenas, se crea un precedente grave para todos los países en dificultades y si se la deja caer -aparte de la tragedia humana- no se podría cobrar todo lo que ahora debe el país helénico que, pese a representar un porcentaje muy bajo dentro de la UE, lo cierto es que muchos países han ingresado un dineral que esperan recuperar. Pero esto sólo son cifras que a los románticos nos preocupan también aunque menos que imaginar a Grecia, la cuna de nuestra cultura, aislada, alejada y vejada por el resto de Europa. Pero esa, lamentablemente, es otra historia en la tragedia que ha sumido a Grecia el falseo de sus cuentas a la hora de ingresar en la eurozona, un rescate salvaje y equivocado por parte de la troika y las promesas imposibles de Syriza y su presidente Tsipras.
Naturalmente que todos firmaríamos la parte social del plan del nuevo ejecutivo, todo lo que se refiere a la sanidad, electricidad gratuita, ayuda alimentaria etc. Pero el problema es que todo eso cuesta dinero y aunque Gracia lograra un acuerdo con sus socios sobre su deuda, seguiría necesitando más dinero para cumplir las promesas de su nuevo Gobierno. Y antes hablaba de los románticos; pues bien, ni eso que hemos dado en llamar los mercados -que son globales- ni la economía en general saben nada de Pericles y si lo saben, les importa un pito. La bolsa no deja de bajar en Grecia, el capital huye y el BCE ha dicho más o menos que hasta aquí hemos llegado.
Esto último y la actitud de los gobiernos asociados podría ser lo único negociable, pero Syriza ha elegido el peor de los caminos posibles o tal vez el menos práctico: el desafío, el pulso, el desplante y envolver todas sus reivindicaciones en la bandera de un extraño nacionalismo democrático que, naturalmente, tuvo su réplica contundente en Alemania: Si a ustedes, señores de Syriza, los ha elegido el pueblo griego para no responder de sus compromisos, a mi me ha elegido el pueblo alemán para que cobre lo que me deben. Por ahí han entrado con el pie cambiado y un orgullo tan comprensible como inútil y desmontable. Los gobiernos serios en el mundo cambian cosas pero asumen los compromisos que como estados han contraído sus antecesores. No se puede pasar de página, así, por las buenas sin que eso tenga consecuencias.
Y es cierto que la austeridad llevada a los últimos extremos no parece que haya sido la mejor de las soluciones, pero frente a eso no es fácil que se plantee uno sólo, por su cuenta, poner un punto y aparte y no querer saber nada de los errores de todos. Ser pobre y exigente es tan digno como absurdo. Y aunque ha bajado al menos una octava el discurso de Syriza, sigue fuera de la realidad, al menos de una realidad inmediata porque la reforma del Estado anunciada por Tsipras y absolutamente necesaria, habla -como todas las propuestas de todos los gobiernos- de una reforma fiscal, de perseguir el fraude, de por una parte ahorrar en el gasto público vendiendo coches oficiales o disminuyendo en un 30% el personal de la sede del Gobierno pero a la vez volverán a sus puestos las personas cuyos despedidos violaron las leyes y subirá el salario mínimo y las pensiones. ¿Cuadran las cuentas? No es fácil que la realidad coincida con la teoría escrita sobre planes posibles. Ojalá.
Andrés Aberasturi