Vivimos en una absurda nube en la que el país estaría dividido entre Podemos y todo lo demás. El primero, en su agitación permanente por ser la palabra y el concepto más utilizados en las conversaciones y en los medios de comunicación. Los segundos, entre la incredulidad de los más y la ofensiva descalificadora de los menos, como si en la vida pública española no hubiese otras cosas de qué ocuparse y descalificar. Vivimos inmersos en un puro disparate, y soy consciente de que en este momento yo estoy participando en ello. Los exaltados de la ofensiva que intenta hundir a Podemos quizá no se dan cuenta de que los resultados de su operación son opuestos a sus objetivos. Primero, porque inconscientemente forman un enorme aparato de propaganda del partido de Pablo Iglesias. Segundo, porque la sarta de mentiras y exageraciones suele ser tan burda y ridícula que pocos españoles bien dotados se la van a creer. Los de la sarta disfrutan con su falso frenesí. Los demás disfrutan con la risa que les da tanta imbecilidad y con el maligno goce de verlos tan agitados y sobrecogidos. Con lo que no quiero decir que no se hayan cometido torpezas por los de Iglesias en temas como Monedero o atizando injustamente la agonía de IU.
La última sacudida es la encuesta de Metroscopia, mucho más actual que la del CIS, cuyo trabajo de campo se remonta a hace casi un mes. Ya sabemos lo que la panorámica puede cambiar en cuatro semanas. La formación de Pablo Iglesias se consolida en el primer lugar de las expectativas electorales, con siete puntos de ventaja sobre el PP y nueve sobre el PSOE, al que sigue un enardecido Ciudadanos tratando de pisarle los talones y revelándose como un fenómeno que podría ser paralelo al de Iglesias, solo que mordiendo al PP en el campo del centro derecha. Su líder Albert Rivera cuenta con la ventaja de que nadie se ensaña con ellos, ni siquiera UPyD, que cometió la gran torpeza de despreciar la proyectada fusión entre ambos. El sondeo publicado en «El País» parece que reafirma la impresión de que vamos a pasar de un sistema bipartidista a otro cuatripartidista, aunque lo más claro por el momento es el tri. Sea como sea, la salida del bipartidismo ya es en sí una buena noticia democrática, por mucho que pueda complicar la formación de Gobiernos. En los países donde eso ya existe hace años saben bien que la democracia gana con ello.
Pedro Calvo Hernando