miércoles, noviembre 27, 2024
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800 millones

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Seguramente muchos de ustedes habrán visto la película 800 balas. Recuerdo que cuando la estrenó, a su director, Alex de la Iglesia, siempre le preguntaban por qué le había puesto dicho nombre a la cinta, a lo que él contestaba que el proyecto se había fraguado antes de la llegada del euro y, entonces, iba a costar 800 millones de pesetas. “Me hacía gracia la coincidencia”, decía.

Desconozco cuál fue el coste final de la película, pero estos días no he podido dejar de acordarme de ella porque a mí también me hace gracia la coincidencia: 800 son los millones que el juez Andreu ha impuesto como fianza a la antigua cúpula de Bankia por haber incurrido en un supuesto delito de falseamiento de la información facilitada a los accionistas en el folleto de emisión elaborado para la salida a Bolsa de la entidad financiera.

Coincidencia de número, que no de moneda, porque aquellas eran pesetas y estos, euros, que al cambio suman la friolera de 133.000 millones de las desaparecidas. Una cantidad enorme y que, sin embargo, es poco más de la tercera parte de lo perdido por los miles de pequeños accionistas que acudieron a comprar acciones del banco creyéndose la profunda mentira de la información que la cúpula de Bankia les contaba. Y que no fue la única pues, poco después, volvieron a mentir para ocultar unas pérdidas de más de 2.000 millones de euros que nos acabaron arrojando al pozo del rescate financiero.

Pero también coincidencia de tiempo, porque al igual que la película, el desastre de Bankia también comenzó a gestarse antes del euro. En concreto, en los tiempos de aquel “milagro” español cacareado por José María Aznar y espoleado por la burbuja inmobiliaria cebada por su muñidor económico, Rodrigo Rato, entonces vicepresidente económico objeto de reverencias por parte del PP y hoy multiencausado objeto del olvido más profundo por parte de ese mismo partido y de quien compartió con el gobiernos y le colocó al frente del engendro de Bankia: Mariano Rajoy.

Fue precisamente en aquellos días de vino y rosas cuando Caja Madrid o Bancaja, las dos columnas de barro sobre las que se asentaría Bankia, se entregaron a la carrera de financiar la especulación inmobiliaria desaforada nacida de la invitación a especular que supuso la ley del suelo de 1998.

Todo un símbolo: el principal artífice del modelo económico de la burbuja, devorado por su explosión  y obligado a negociar con sus compadres no generosas primas ni salarios como antaño, sino la parte alícuota de responsabilidad civil por su irresponsabilidad administrativa.

El mayor problema, con todo, no es Rato ni la cúpula de Bankia: ellos tendrán que responder ante la Justicia de la mayor quiebra que se recuerda en nuestro país y que nos arrastró a un rescate financiero cuyas facturas estamos pagando tanto con recortes sociales como con miles de millones de deuda pública.

El mayor problema estriba en las miles de familias que se han visto atrapadas en créditos hipotecarios tan fáciles de obtener durante la borrachera de crédito de la burbuja como difíciles de pagar en la resaca de su explosión y que cada día se cobran decenas de desahucios.

Miles de familias a las que ahora, el Partido Popular ha venido a sumar nuevas dificultades con la retirada exprés de la proposición de ley para la derogación de las cláusulas suelo. Todo por un “error administrativo”. Cometido al presentarla, claro.

En realidad, una nueva ayuda a la banca y un nuevo obstáculo a esos cuatro millones de afectados por estas cláusulas, que deberán seguir gastando su dinero para litigar con las entidades financieras que no han aplicado la sentencia del Tribunal Supremo que las declaró nulas.

Ahora comprendo aquello que dijo Mariano Rajoy no hace muchos meses: “La banca española está estupendamente”. Desde luego, amigos en el PP y en el Gobierno no le faltan.

José Blanco

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