Monedero, armado con su chaleco, convocó ayer a la prensa para dar explicaciones de las posibles irregularidades con su atípica empresa y los espeluznantes cobros a gobiernos latinoamericanos. Su principal explicación fue: “Si me atacan a mi, no atacan a Monedero, atacan a la gente”. Las explicaciones fueron cortas –e insatisfactorias– como las mangas de su chaleco; su megalomanía, inconmensurable.
El partidario de acabar con los secretos de Estado, de la limpieza en las cuentas públicas, resulta que se escuda en la confidencialidad para no mostrar el contrato que firmó con gobiernos latinoamericanos, ni uno solo de los informes, o cualquier rastro documental. Un contrato por algo valiosísimo, porque a toda la clase educativa se le abren las carnes cuando el número 3 de Podemos justifica tan desproporcionados ingresos –medio millón de euros, más de 100 veces por encima de lo habitual– por presuntos informes de politología. Recuerda mucho a las argucias con que cobraba la trama de Gürtel o el Instituto Noos del infortunado Urdangarin.
Profesores que piden el preceptivo permiso a la Universidad para hacer trabajos ajenos de consultoría, y profesores que dan una cuota del 20% a la universidad sobre las facturas que giran a quien pide sus informes. Monedero ha respondido desdeñosamente que en su caso “se aplica el artículo 19”, pero este es para casos no remunerados. El suyo lo fue. Escandalosamente pagado, además.
Produce sonrojo el victimismo trufado de egocentrismo en las explicaciones de Juan Carlos Monedero. La “caza de brujas” o ese “conmigo se está atacando a la gente”, ataque perpetrado por los presuntos “poderes del régimen del 78”, sitúan psicológicamente a este líder de Podemos, blanco sobre negro, en su propia caricatura.
Para despreciar tanto a los que llaman “casta”, tiene casi todos los tics, alguno muy propio del inefable Pujol. Desde la megalomanía –“si me atacan a mi, atacan a Cataluña”, decía el Honorable ex president–, hasta el “hoy no toca”, para evitar responder sobre la situación política en Venezuela o la extradición del etarra De Juana. ¿Por qué son tan incómodas para Podemos esas preguntas?
Lo que sucede con Podemos, como bien decía esta semana en un artículo Francesc de Carreras, es que todo son “dudas y sospechas”, la principal “sus verdaderas intenciones”. Tanto Pablo Iglesias, como Íñigo Errejón, como el megalómano Monedero, acostumbran a hablar mucho, dar pocas explicaciones, muchos disimulos y filtrear con las palabras para no decir lo que piensan. Léase ETA, Venezuela, el terrorismo yihadista, la privatización de empresas, la libertad de expresión, sus ingresos reales, quién financia sus programas de televisión y su partido… Además, para ser unos regeneradores puros como la nieve alpina, gustan de los subterfugios legales: la tostada de la empresa de Monedero –por cierto, desvelada en este periódico en exclusiva en noviembre– es poca comprado con producir un programa de televisión –con sueldos, cámaras, material, etc– con una asociación cultural.
Juan Carlos Monedero, en un email enviado a Enrique Rioboo en el que negociaban ni más ni menos que la compra de una televisión, ya decía que si montaba la empresa antes de tiempo, “el dinero va al demonio”. O sea, Hacienda. Era marzo de 2013. Los contratos que exhibe, además de insuficientes, son complicados por las fechas. Monedero asegura que acabó su trabajo en diciembre de 2014 y fue contratado en octubre de 2013. La empresa que contrataron presuntamente los gobiernos latinoamericanos se formó el 23 de octubre de 2013. Y ese año ya cerraba con los 425.000 euros de ingresos, cobrados de inmediato. O sea, que licitó, negoció, hizo los trámites y cobró a velocidad exprés, y eso con varios gobiernos latinoamericanos y una empresa española –la tormenta perfecta del infierno burocrático–. Monedero lo que es, es un mago de la burocracia y la excelencia empresarial. Lo siento por Monedero, encarnación de lo que él llama “la gente”, pero no cuadra, se ponga digno, estupendo o victimista.
Lo que no puede pretender este partido es difamar de manera generalizada y altiva al personal y pretender que no se le pidan cuentas.
Las mentiras, como las mangas de los chalecos, son cortas.
Joaquín Vidal