En el Congreso de los Diputados se celebra este martes el Debate del estado de la Nación. Nunca las bancadas del hemiciclo habían estado tan alteradas por unos futuros resultados electorales que pueden acabar, no solo con el bipartidismo, sino con la fórmula de un debate sólidamente asentado en el enfrentamiento dialéctico entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición.
Por primera vez, los verdaderos protagonistas de la actualidad política no estarán sentados en ningún escaño. Albert Rivera, la nueva estrella emergente, y Pablo Iglesias, no son diputados. Luego, con lo dicho desde la tribuna, el debate se trasladará a los nuevos foros políticos de las televisiones donde ambos se mueven con soltura.
Rajoy confía todo a su machacona venta de la recuperación económica
Pero es que, además, y tal vez por las turbulencias del año electoral, o porque los grandes partidos alternativa de poder hasta ahora no se han dignado a escuchar ni a la calle ni a sus votantes, solo Mariano Rajoy permanece, de momento, con el liderazgo incuestionado. El resto de los partidos, casi sin excepción, son un batiburrillo de corrientes internas. Previamente, asustados por las encuestas, han llevado a las cúpulas de sus formaciones a jóvenes dirigentes (siempre emulando a Podemos) a quienes ahora se cuestiona su frágil liderazgo.
El martes, y en las circunstancias antes narradas, se estrenan Pedro Sánchez y Alberto Garzón. El primero ha tenido que dar un golpe de timón en el partido en Madrid abocado a la catástrofe, si no a la extinción, de seguir Tomas Gómez como candidato, intentando demostrar a los suyos que el que manda, manda. Y el segundo llega al martes con la traumática decisión de expulsar a los portavoces de Comunidad y Ayuntamiento poco afines a la idea de «fusión» con Podemos. Antes le había abandonado su principal estrella mediática, Tania Sánchez, que no pudo esperar ni dos semanas al castigo de sus opositores internos, tal vez porque las siglas de IU ya no eran el soporte adecuado a su ambición.
Rajoy confía todo a su machacona venta de la recuperación económica que, en la medida en que no llega a los hogares de la vapuleada clase media, tiene poco crédito y no consigue hacer remontar al PP en las encuestas. Tampoco consigue tapar las vergüenzas del abismo de corrupción en el que están sumidas las siglas aunque sus dirigentes miren para otro lado.
Las espadas siguen en alto y Duran Lleida con un pie fuera
Lo que si tiene asegurado es el «prietas las filas» porque el ejercicio del poder es un soberbio acicate a la unidad de los partidos políticos. Y más, cuando su líder va soltando con cuentagotas y sordina los nombres de los elegidos para aspirar a las alcaldías y presidencias autonómicas.
El grupo parlamentario de Convergencia y Unió, otrora baluarte de estabilidad, no sabe ahora si es CIU o Unió. No sabe quién es su portavoz (ninguneado la semana pasada en una importante votación parlamentaria) ni si apoyan el independentismo a lo contario. Cuando se apostaba por la ruptura en la coalición que gobierna Cataluña se llegó a un acuerdo de compromiso, que no están los tiempos para hacer mudanza. Pero ha sido eso, solo un compromiso, porque las espadas siguen en alto y Duran Lleida con un pie fuera.
Con estos mimbres se llega a un debate que en la próxima legislatura, si es que se celebra, tendrá, sin duda otros protagonistas.
Victoria Lafora