Hay artículos que uno no querría escribir nunca. Como el de hoy. Un periodista de raza, de oficio, de sangre, Alejandro Armesto, ha fallecido en Galicia este fin de semana. Es posible que no le suene ya a casi nadie, pero fue uno de los mejores del siglo XX. Trabajó en el Faro de Vigo, fue redactor jefe de El Progreso de Lugo y,luego, entre otras muchas cosas, redactor jefe de TVE, agregado de prensa en la Embajada de España en Roma, director de la Agencia Efe, donde realizó una importante labor de profesionalización y de apertura de horizontes, sobre todo en Iberoamérica, y también director del diario Arriba de los primeros años de la democracia, cuando el periodismo era descubrir nuevos horizontes cada día y sumar esfuerzos para asentar algo que la mayor parte de los que estábamos en ese periódico no habíamos conocido nunca.
Allí capitaneó un equipo de jóvenes que, en su inmensa mayoría, sólo queríamos hacer periodismo en libertad. Periodismo de cambio, de convivencia, de futuro. Fue un gran director de un periódico que tenía pasado pero no podía tener futuro. Hizo un gran Dominical que todavía recuerdan muchos y, sobre todo, dio libertad a sus periodistas y les defendió siempre, incluso con riesgo de su puesto. Aquella era una joven redacción con nombres que luego han escrito páginas brillantes o que han sido soldados de trinchera. Allí aprendimos muchos, de su mano, este oficio de reporteros en busca de noticias que contar a los lectores.
Gallego hasta la médula, Alejandro fue, sobre todo, un hombre bueno, el más generoso que he conocido nunca. Amigo de sus amigos, creía incondicionalmente en ellos. Honesto como nadie, leal hasta el límite, lo daba todo de la manera más natural posible. En los últimos tiempos se vio privado de esa amistad por causas ajenas a él, que seguro que la necesitaba, y, por supuesto, por causas ajenas a sus amigos. Pero donde esté ahora, seguro que en el cielo de las buenas noticias, de la gente con un corazón que no les cabe en el pecho, sabrá que siempre seguimos su rumbo. Y que nos deja un vacío inmenso y el honor de haber trabajado a su lado y, sobre todo, de haber sido sus amigos.
El periodismo es un oficio para el olvido. La noticia dura apenas unas horas hasta que es sustituida por otra. A veces, ni nosotros mismos seguimos la noticia una vez que la hemos publicado, porque ya estamos buscando la siguiente lo cual indica que muchas veces hacemos un periodismo superficial. Con los periodistas sucede lo mismo. Se les olvida cuando dejan de dirigir un periódico o cuando ya no tienen el poder de llevar noticias a las páginas de un periódico o a las ondas de la radio o la TV. Pero hay periodistas a los que no deberíamos olvidar. Uno de ellos es Alejandro Armesto. Esta es una promesa, hecha desde la tristeza más profunda y dolorida, de no olvidarle nunca, de seguir aprendiendo de su trayectoria de respeto a la verdad, de amor al periodismo y de veneración de la amistad. Todos sabemos que Alejandro descansa hoy en paz. Lástima que no haya podido tener el abrazo de sus amigos.
Francisco Muro de Iscar