Hace unos días, tropecé con Esperanza Aguirre, la presidenta del PP madrileño, en los pasillos del lujoso hotel donde se celebraba uno de esos desayunos multitudinarios, esta vez en torno a un periodista famoso por su pasado y quizá por su futuro. «¿Por qué me odias?», me preguntó la 'lideresa', con esa sonrisa que te desarma. «Claro que no te odio, Esperanza; lo que ocurre es que los periodistas estamos obligados a hacer memoria cuando apostamos por el porvenir», le dije. Casi ni debería decirlo, pero es cierto que siento una gran simpatía personal por Aguirre; pero eso nada tiene que ver con el desagrado con el que veo los intentos de un grupo dentro de los 'populares' por colocar a esta mujer, llena de claros y de oscuros, como candidata a la alcaldía de Madrid, tras haber dimitido ella, sin explicaciones convincentes, como presidenta de la Comunidad.
Traigo esta anécdota menor a esta crónica porque me parece de alguna manera significativa: en España, en general, y en Madrid, punto de todos los encuentros en particular, hemos fabricado un batiburrillo absurdo en el que se mezclan las relaciones personales, las simpatías y antipatías, los intereses, las anécdotas, con las categorías. Olvidamos el puro análisis político para dar entrada a consideraciones de variado pelaje en las que el interés ciudadano, la pureza de ese oficio sagrado que era y debería seguir siendo la política, se dejan al margen. Y así ocurrió con el debate sobre el estado de la nación, que fue, en mi opinión, un debate fallido: demasiada pasión y aversión en lo que debería haber sido una oferta atractiva para un electorado ansioso ante lo que viene.
Y así encaramos esta semana con la aprensión de a quién seleccionará el dedo de Mariano Rajoy como candidatos/as para aspirar a la presidencia de la Comunidad y a la alcaldía madrileñas. Otros han elegido-seleccionado a intelectuales, como Gabilondo o García Montero (estuve este sábado en un almuerzo divertido, en el que tres personajes deliciosos 'inventaron' una hipotética candidatura de Mario Vargas Llosa para el PP). O han situado a personajes perfectamente desconocidos, como UPyD y Ciudadanos. O a jóvenes por el mero hecho de serlo, caso de Tania Sánchez, figura por lo demás bastante atractiva políticamente. Algunos han llegado mediante primarias rigurosas, otros se han saltado la exigencia de las primarias… Hay de todo.
Rajoy, que rechaza hasta la idea de las primarias –son un cambio, y no le gustan los cambios–, simplemente no sabe a quién elegir: tiene setecientos mil militantes en el PP, y no encuentra a uno libre de culpas pretéritas o presentes, con el suficiente atractivo en una sociedad en la que el glamour, por lo visto, viene de sus presencias en tertulias televisivas. Al presidente le queda menos de una semana, y ya estamos en plena campaña andaluza, para decirnos quienes van a ser 'sus' candidatos/as en puntos tan importantes como Madrid, que será el referente acerca de quién habrá ganado las elecciones del 24 de mayo, en las que tradicionalmente todos dicen haber vencido.
Pero ya se sabe que nada gusta más a la Esfinge de Moncloa que agotar los tiempos: le parece que eso le da réditos electorales, y tal vez sea cierto. O tal vez no. Estamos, una semana después del debate, y cuando ya encaramos la primavera electoral, como estábamos antes de ese acto parlamentario que el CIS nos ha dicho que apasionó bastante poco a los españoles. Y me temo que con razón. Los políticos, quizá también algunos medios, sin duda muchas instituciones, no acaban de encontrar el lenguaje para conectar con la opinión pública: seguimos hablando de cosas del pasado, con lenguaje y rostros del pasado, pese a la renovación de caras que viene… o no, que diría Rajoy.
Fíjese usted si estamos anclados en el ayer que todavía nos peleamos por saber quién ganó, si Sánchez o Rajoy, ese debate que ya digo que parece que no interesó demasiado ni a los apasionados de esas espectáculos televisivos. Quizá por eso muchos les abandonan para abrazar otras opciones desconocidas que, cuales Tsipras en Grecia, acusan a los demás, véase España o Portugal, por poner dos ejemplos, de las desgracias que ellos mismos van causando. Una parte del electorado lo sabe y, sin embargo, sigue apoyando ciertas aventuras. Y algo de culpa tendrán los que sí estaban en el hemiciclo disertando sobre el mar y los peces, digo yo. Pues eso: que ya entramos en la primavera electoral y hay que confiar en que no se equivoquen, al menos en la selección, aunque sea digital, de los/as candidatos/as que aún son un misterio. Y no estamos para misterios.
Fernando Jáuregui