domingo, noviembre 24, 2024
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Los otros

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La política española vive un cierto fenómeno paranormal, dos realidades, una virtual y otra real, superpuestas. Pero no se sabe, y no se sabrá hasta que se abran las urnas, o sea hasta el final de la película, cuales son de verdad los muertos y cuales los vivos.

Los unos actúan como si los otros fueran «No-nacidos» y los otros como si los unos fueran ya cadáveres. Y ambos se pasan el día consultando a los oráculos, haciéndose interpretar el vuelo de las aves, el hígado de las bestias sacrificadas y entregándoles dádivas a los hechiceros para que les predigan su futuro a base de leerles las manos, echarles las cartas o tirar los huesos al aire, que ahora a eso se le llaman encuestas.

Lo que vaya a suceder de aquí a fin de año es, hoy por hoy, un arcano tan inescrutable como aquellos que torturaban a los héroes aqueos que al final, hartos de no poder enderezar sus destinos, acababan por culpar de sus cuitas a los dioses del Olimpo que se dedicaban a juguetear caprichosamente con los hombres. Y algo de eso aflora a veces también por estas tierras de España. Aunque ahora hay quien piensa que Jupiter son, en realidad, las televisiones.

Por delante hay cuatro batallas y cada de ellas va a influir, aunque tampoco se puede saber hasta qué nivel decisivo, no solo en el resultado de la última sino incluso en quienes serán los definitivos contendientes, porque bien pueden haber caído en las anteriores o ser tal la devastación que aconseje su relevo inmediato al frente de las tropas. Y esto va para todos, para los unos y para los otros, para quienes suponen tener todo el viento a su favor en las velas y para quienes hoy se dan por desahuciados. La fortuna es mudable y más en estos tiempos de zozobra. El aire puede cambiar de rumbo, transformarse en galerna y llevar al buque contra Escila o Caribdis o perderse marinería y piloto por los cantos de las sirenas. No les sería malo recordar a algunos aquello que los griegos, de los que algunos se han hecho tan devotos, siempre tenían presentes: que los dioses ciegan a quienes quieren perder.

Nadie tiene el vellocino de oro en casa, ni la piel del león de Nemea en la pared. Hay ejércitos debilitados, estrategas agotados, Alejandros embravecidos y Demóstenes enardecidos. Hay Casandra a la que nadie hace caso y Cayo dispuesto a la cicuta. Pero todo lo que hoy parece para unos la rosácea aurora puede convertirse mañana en niebla y hasta en tiniebla. Pueden vencer los aqueos o resistir los troyanos. Pero no son solo Aquiles y Héctor quienes combaten. Hay muchos otros. Y recuerden que a la postre fueron aquellos los primeros en sucumbir. Y que, esto no lo decía Homero sino nuestro Cervantes, a veces los muertos gozan de muy buena salud y que el  dicho popular también señala la necesidad de la mesura en los partos de los montes.

Antonio Pérez Henares

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