Si es que no puede ser. Llega el fin de semana y uno se pone a pasar revista de las pequeñas y grandes cosas ocurridas en los últimos días y todo es digno si no de una reflexión -ni los temas ni yo damos para tanto- sí al menos de un pisa-charcos más que nada para que, como mínimo, se enteren de que nos enteramos.
Nos enteramos de que somos una potencia mundial con varios frentes abiertos. Quién nos lo iba a decir con la que está cayendo. Pues nada, nuestra política internacional está como una olla exprés echando leña al fuego en nada menos que dos ejes: junto a Portugal para derribar al nuevo gobierno griego y junto a Bogotá-Miami en una conspiración permanente contra Venezuela. Bueno, la verdad es que no es como para echar las campanas al vuelo porque ni la querida Portugal ni la muy hispana Miami y la hermosa Bogotá son realmente grandes núcleos estratégicos de poder, pero menos da una piedra. Y ya puestos, mejor que nos adjudiquen un par de «ejes» por absurdos que sean a que nos ignoren.
Y todo igual. Le dejas un rato solo -o en compañía de Moratinos o José Bono- a Rodríguez Zapatero y o te monta un lío en el interior o se marca unas giras turístico-políticas-comerciales en el exterior que algún día se estudiarán en la Escuela Diplomática. Claro que no parece que, tras la indiscreta reunión con Pablo Iglesias, su paseo por Cuba y Bolivia -como antes en la Guinea del dictador Obiang- tengan otro alcance que el pillar un dinerillo intermediando en futuras operaciones económicas. ¿Que tiene repercusiones políticas? Da igual: daños colaterales. Rodríguez Zapatero es un personaje que siempre me ha producido cierta perplejidad; es que es muy raro y ha hecho cosas tan disparatadas -incluso nombrando gabinetes ministeriales- que no te las podías creer. Pasará a la Historia más por estrafalario ocurrente que por presidir este país durante una crisis que se la tuvieron que confirmar por teléfono.
¿Y por Cataluña cómo va la cosa? Pues por la calle como siempre, bien; pero si subes -o bajas- el escalón de la política, ya empieza el absurdo cotidiano. Leo un titular: El presidente de la Generalitat, Artur Mas, ha instado el 4 de marzo de 2015 al PP a no recurrir la convocatoria del 27S porque es la única salida posible: «Espero que las elecciones no las declararán ilegales porque sería muy gordo». Pues sí, bastante gordo y por eso a nadie se le va a ocurrir semejante cosa. Lo malo es que lo verdaderamente gordo es el apellido imposible que le ha puesto Mas a esa fecha: elecciones, sí; pero ¿qué es eso de plebiscitarias? Y no sólo las apellida inútilmente así sino que está encargando fabricar «estructuras de estado» para esa presumible declaración unilateral de independencia que, como muy bien ha advertido Iceta, no implicará un cambio en las relaciones con el resto del Estado, por lo que «construir esas estructuras avanzándose a una futura decisión de los catalanes, es ilícito». Y además caro, añado yo. Y además inútil.
El otro gran éxito de la semana ha sido ese taco sexista -como casi todos- que Pedro Sánchez repitió varias veces para referirse al inmovilismo del presidente del Gobierno: «¿Qué coño tiene que pasar para que el señor Rajoy…»? El problema no es el taco, claro, sino las escasa contundencia del tono. En su voz el taco salía como vestido con camisa blanca y no era creíble; se parecía a las imitaciones que el gran Carlos Latre hace del bueno de Iniesta cuando el jugador afirma con una calma chicha que está cabreadísimo. «No lo veo necesario, más bien lo veo innecesario, ésta es la verdad», reconocía Angel Gabilondo sobre el asunto; es lo que tiene llevar a un profesor de Metafísica, Hermenéutica y Teorías de la Retórica y de Pensamiento Francés Contemporáneo como candidato a la alcaldía de Madrid.
Y concluyo esta visita panorámica con un grupo nuevo de activistas. Había escrito yo en twitter hace unos días que lo malo de las «femen» era que tenían que pasar mucho frío en sus reivindicaciones. Pues bien, hace unos días otro grupo interrumpía a un ministro en un hotel pero vestidas. Se denominan «feministas autónomas» y protestaban, entre otras cosas, contra el sistema «capitalista, racista y heteropatriarcal». Y esto es ya de mucho pensar.
Andrés Aberasturi