domingo, noviembre 24, 2024
- Publicidad -

¡Más de 150.000 millones de euros anuales! Las sustancias contaminantes hormonales pueden dañar no solo la salud sino la economía en Europa

No te pierdas...

Una serie de estudios científicos, que acaban de ser presentados simultáneamente en Bruselas y  San Diego (California) coincidiendo con la «cumbre» mundial anual de los endocrinólogos, han revelado un dato asombroso: la exposición humana a las sustancias disruptoras endocrinas en la UE puede costar entre 157.000 y 270.000 millones de euros anuales. Casi nada. En cabeza estarían los costes derivados de los efectos de algunos pesticidas organofosforados sobre el cerebro infantil.

Los paneles de expertos de los diferentes grupos de trabajo que han elaborado estos estudios han consensuado unas conclusiones que permiten afirmar que hay una evidencia suficiente para considerar que estas sustancias juegan un papel en la pérdida de cociente intelectual y las deficiencias intelectuales asociadas, el autismo, el trastorno de déficit de atención e hiperactividad, la obesidad infantil, la obesidad adulta, la diabetes de adulto, la criptorquidia , la infertilidad masculina y la mortalidad asociada con un bajo nivel de testosterona.  

Como conclusión, consideran que «la exposición a los disruptores endocrinos en la UE es probable que contribuya sustancialmente a enfermedades y disfunciones a lo largo de la vida con costes del orden de cientos de miles de millones de euros anuales. Estas estimaciones representan solo aquellos disruptores endocrinos con la más alta probabilidad de causar los problemas sanitarios, un más amplio análisis podría haber producido mayores estimaciones sobre la carga de enfermedad y sus costes».

Como sostiene uno de los autores,  Philippe Grandjean,  profesor en la Universidad del Sur de Dinamarca y en Harvard, que por otro lado es uno de los mayores expertos mundiales en la materia, los hallazgos de estos estudios muestran que «limitar la exposición humana a los disruptores endocrinos más comunes generaría probablemente beneficios económicos significativos».

Los estudios han sido dados a conocer en el Encuentro Anual de la Sociedad Endocrina y se publican en la prestigiosa Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism . Sus autores, como ya se ha dicho, y es importante recalcarlo, advierten que los resultados son «conservadores» ya que solo cubren en realidad una parte de los costes verdaderos. Para empezar porque solo han evaluado el impacto de una mínima parte de estos contaminantes (que todos los europeos tienen ya en sus cuerpos ya que son sustancias omnipresentes en la vida cotidiana moderna) y también porque solo analizaron una parte de los problemas de salud que pueden producir. Se centraron solo en aquellos problemas -unos 13- que tienen una carga de evidencia científica más fuerte acerca del papel que pueden jugar en ellos los contaminantes químicos. Además solo estimaron una parte de los costes que esos problemas de salud pueden representar. Es decir, que las cifras pueden ser aún mucho mayores en realidad. Aún así, la estimación viene a ser un 1,23% y un 2% del producto interior bruto europeo. Los cálculos superan enormemente los más limitados y moderados hechos con anterioridad por algunas ONGs, como fue el caso de HEAL (Heal and Environment Alliance) o los países nórdicos (en este caso solo evaluaban el coste de los problemas reproductivos). Además, ahora no es una ONG sino la entidad científica de referencia mundial en el tema la que patrocina los estudios realizados.

Como dicen estos investigadores, la exposición a estas sustancias está vinculada con problemas de salud muy relevantes y que están creciendo enormemente en incidencia en Europa. En sus estudios, «han usado la evidencia epidemiológica y toxicológica disponible para evaluar  la carga económica de los potenciales efectos de la exposición a las sustancias disruptoras endocrinas «. Y los resultados son aterradores.

Estos estudios han sido realizados por un amplio grupo de científcos,  dividido en diferentes grupos de trabajo, auspiciados por la Endocrine Society, la entidad  de referencia en el conocimiento de las enfermedades endocrinas. Muchos de ellos autoridades mundiales en la cuestión. Científicos de mucho, muchísimo peso específico. La Endocrine Society  es la mayor y más antigua organización dedicada a investigar sobre las hormonas y a la práctica médica de la endocrinología. Forman parte de ella cerca de 18.000 científicos, médicos, educadores, enfermeras y estudiantes en 122 paises. Es decir, se trata de una entidad muy seria y relevante, por lo que su opinión debiera ser tenida muy en cuenta por las autoridades europeas, si es que la verdad y la defensa de la salud púnlica importan algo en este mundo. Este análisis, como apunta Leonardo Trasande,  pediatra del Environmental Medicine & Population Health  en el Langone Medical Center, y que es uno de los autores de la investgación «se basa en más de 30 años de estudios de laboratorio y sobre la población acerca del efecto de los disruptores endocrinos en la UE»

El momento es clave, ahora que se está decidiendo qué hacer con este problema de contaminación química y que las presiones de la industria están influyendo en el sentido de anteponer una serie de intereses muy concretos a la defensa de la salud.

Si la evidencia científica y el afán de proteger la salud de los ciudadanos contasen algo en las decisiones de la Comisión Europea estos informes patrocinados por la Endocrine Society deberían ser muy tenidos en cuenta ahora que, precisamente, la Comisión está teniendo una conducta muy criticada con relación a este asunto. Hasta el punto de haber sido denunciada por ello por algunas naciones europeas que quieren que este tema sea tomado más en serio y de un modo más de acorde a la evidencia científica. La Comisión Europea, según se denuncia, está maniobrando para que se apliquen criterios muy poco exigentes a la hora de proteger a los ciudadanos frente a la amenaza sanitaria de estos contaminantes.

Precisamente una de las cosas que hizo la Comisión es retrasar el establecimiento de los criterios para identificar qué sustancias causan estos efectos, alegando que antes había que ver qué impacto económico podría tener regularlas. Pensando, claro está, no en el impacto económico derivado de los costes sanitarios, sino en las reivindicaciones de las industrias químicas que se quejaban por las pérdidas que podría causarles la adopción de medidas exigentes para proteger la salud pública. Lo que no se esperaba, probablemente, es que la comunidad científica también iba a echar mano de la calculadora y a computar los costes económicos sanitarios que tendrá no regular estas sustancias. Y las cuentas está claro que salen a favor de los científicos que defienden que no ya en enfermedades y sufrimiento humano que es lo que más importa sino incluso en términos puramente económicos es más rentable para Europa regular estas sustancias severamente que no hacerlo.

Como señala la Endocrine Society «los disruptores endocrinos imitan, bloquean o interfieren con las hormonas del organismo. Entre los disruptores endocrinos se cuentan sustancias como el bisfenol A (BPA) presente en recibos de supermercado y en el recubrimiento interior de latas de comida, ciertos ftalatos presentes en productos plásticos y cosméticos, retardantes de llama o pesticidas como el clorpirifos. Cerca del 100% de las personas tienen cantidades detectables de disruptores endocrinos en su cuerpo»

Los números son claros. Los costes de estancias hospitalarias, servicios médicos, cuidados de enfermería, caídas de productividad y bajas laborales, muertes tempranas, incapacidades…. causados por los efectos de los contaminantes de acción hormonal son extraordinarios. Entre estos efectos se cuentan: infertilidad, disfunciones reproductivas masculinas, defectos de nacimiento, obesidad, diabetes, enfermedad cardiovascular, desórdenes neuroconductuales y del aprendizaje….

Uno de los principales costes evaluados ha sido, por ejemplo, la pérdida de cociente intelectual y otros desarreglos cognitivos derivados del efecto de la exposición prenatal a ciertos pesticidas organofosforados. Es precisamente este el coste más elevado. En la UE los mayores costes estimados han sido los relacionados con la pérdida de cociente intelectual y discapacidades intelectivas causadas por la exposición prenatal a pesticidas organofosforados. El estudio estima que el daño hecho a los niños aún por nacer representaría entre 46.000 y 195.000 millones de euros anuales. A cierta distancia, el segundo impacto económico más importante sería el de la obesidad el los adultos asociada a los ftalatos que representaria un coste de más de 15.000 millones de euros anuales.

Los estudios consideran altamente probable que contaminantes como los retardantes de llama (PBDE) y los pesticidas organofosforados contribuyan a la pérdida de cociente intelectual en la Unión europea. Uno de los mecanismos más claros por los que esto puede suceder es por la alteración de los niveles de hormonas tiroideas, ligados al desarrollo cerebral. La exposición a retardantes de llama en concreto estaría asociada a una pérdida de 873000 puntos en el cociente intelectual y a casi 3.300 casos de discapacidad intelectual con costes de más de 9.000 millones de euros. Los pesticidas organofosforados estarían asociados a 13.000 millones  de puntos de cociente intelectual perdidos y casi 60.000 casos de discapacidad intelectual , con unos costes de 146.000 millones de euros. La causalidad del trastorno del espectro autista por varios disruptores endocrinos estaría ligada a 316 casos atribuibles y con un coste de 199 millones de euros. La causalidad del trastorno de déficit de atención e  hiperactividad por varios disruptores endocrinos estaría asociada a entre 19.000 y 31.000 casos con un coste de entre 1200 y 2800 millones de euros. La conclusión general es que los contaminantes disruptores endocrinos «contribuyen sustancialmente a los déficits y enfermedades neuroconductuales con una alta probabilidad de costar más de 150.000 millones de euros anuales». La probabilidad, cercana a la certeza plena, es de entre el 70 y el 100% de que contaminantes como esos pesticidas organofosforados causen esos efectos.

Otro de los estudios presentados analiza la posible contribución de contaminantes como el DDE al sobrepeso en niños de 10 años. Seria, en este caso,  de más de 24 millones de euros. En el caso de la diabetes de adulto, el coste sería de al menos 835 millones. También el papel de la exposición a algunos ftalatos con la obesidad (15.000 millones de euros) o la diabetes ( 607 millones de euros) en mujeres mayores. O la de otra sustancia muy conocida, el bisfenol A, con la obesidad infantil ( con un coste asociado a lo largo de la vida de unos 1500 millones de euros). Y así con otras sustancias y otras patologías. La conclusión era que «las exposiciones a los disruptores endocrinos contribuyen sustancialmente a la obesidad y la diabetes en la UE con una moderada probabilidad de costar 18.000 euros anuales» teniendo en cuenta que «es una estimación conservadora»

Sobre los problemas reproductivos los expertos encontraron que existe una fuerte evidencia toxicológica para la infertilidad masculina atribuible a sustancias como los ftalatos, con bastante probabilidad de que causen 618.000 casos adicionales de que requieren proceder a métodos de reproducción asistida cuyo coste anual ascendería a unos 4.600 millones de euros. También consideran que una fuerte evidencia toxicológica indica que la exposición prenatal a sustancias como los retardantes de llama -presentes en infinidad de cosas que nos rodean y por ende en nuestros cuerpos- es bastante probable que cause más de 4600 casos de criptorquidia con un coste de unos 130 millones de euros. Por otro lado estas mismas sustancias también estar ligadas a una parte de los  cánceres de testículos, con unos más de 6800 casos potenciales y unos costes de 848 millones de euros anuales. Así mismo, el panel de expertos concluye que con bastante probabilidad los bajos niveles de testosterona en hombres de 55 a 64 años debidos a la exposición a ftalatos pueden tener que ver con más de 24.000 muertes asociadas y un coste en pérdidas de productividad económica de casi 8000 millones de euros. La conclusión que extraen es que estos contaminantes «contribuyen sustancialmente a los desarreglos y enfermedades del aparato reproductor masculino con un coste cercano a los 15.000 millones de euros anuales en la Unión Europea» advirtiendo que estas estimaciones «representan solo a unas pocas sustancias disruptoras endocrinas para las cuales hay suficientes estudios epidemiológicos y aquellas con la más alta probabilidad causal».

En cualquier caso, como se ha advertido ya, estos estudios solo han abarcado los efectos de un puñado de sustancias disruptoras endocrinas: el bisfenol A, unos ftalatos, el DDE, los pesticidas organofosforados o los retardantes de llama, por ejemplo. Pero realmente hay muchas más sustancias disruptoras endocrinas. Por ejemplo, si hablamos de pesticidas, son muchos , aparte de los organofosforados citados, los que pueden causar este tipo de efectos y a los que nos exponemos cotidianamente a través de la alimentación no ecológica. En conjunto centenares de sustancias han sido ya identificadas como disruptoras endocrinas y muchos centenares más de entre das decenas de miles de sustancias sintéticas que se utilizan en nuestra sociedad es probable que lo sean. Este dato es algo que debe hacer reflexionar acerca de la magnitud del problema. Como dice uno de los autores de los estudios que nos ocupan, lo analizado puede ser solo «la punta del iceberg». No solo porque son más las sustancias, sino también porque son muchos más los efectos que pueden tener estas sustancias. Por ejemplo, cánceres hormono-dependientes como los de mama o próstata, por no citar más, deberían acaso contarse, al igual que otros problemas y patologías. Además, muchos contaminantes disruptores endocrinos no solo causan efectos directamente ligados a la cuestión hormonal, por lo que cabria sumar otro tipo de efectos con sus costes respectivos. Todo sin hablar de los costes económicos derivados no ya del impacto sobre la salud humana, sino sobre los ecosistemas. Por ejemplo, en algún caso, sobre la polinización o sobre los mecanismos de control biológico de las plagas. O el coste económico que puede tener, por ejemplo, la contaminación de algunas masas de agua, por no citar más.  En cualquier caso, y a pesar de ceñirse a los efectos concretos que han sido evaluados, los datos son impresionantes.

Como resalta Miquel Porta, del Instituto Municipal de Investigaciones Médicas de Barcelona y que es uno de los científicos internacionales que han trabajado en estos estudios, realizarlos ha sido fruto de un «trabajo riguroso puesto en marcha por la Endocrine Society hace un par de años, basado en décadas de investigaciones previas y centrado solo en aquellas sustancias sobre las que hay un mayor peso de evidencia científica y sobre las que se han realizado investigaciones de mayor calidad acerca de sus posibles efectos sanitarios». Este investigador apunta que «aunque ciertamente los costes pueden ser mayores de los estimados, esas cantidades de entre 157.000 y 270.000 millones de euros son ya, por sí solas, suficientemente reveladoras del impacto económico que, en costes sanitarios, pueden tener estos contaminantes».

Frente a la crítica que a veces se hace, sin fundamento, de que actuar seriamente contra la esta contaminación química pudiera ser algo contrario a la economía, Miquel Porta señala que la evidencia muestra lo contrario, es decir, que «no prevenir los daños que causan estos contaminantes puede ser mucho más costoso económicamente. Lo que sucede es que estos costes sanitarios de los contaminantes no suelen ser debidamente tenidos en cuenta. Una serie de empresas concretas se benefician del uso de una sustancia pero sin hacerse cargo de los costes que su uso puede representar para el conjunto de la sociedad». Es, nos dice, lo que eufemísticamente se llama «externalizar» los costes. Una serie de empresas se benefician de comercializar algo pero luego «es toda la sociedad, todos los contribuyentes, los que tienen que pagar la enorme factura de los costes que pueda ocasionar el uso de esas sustancias». Lo que se ha hecho con estas investigaciones es hacer aflorar algo de esos enormes costes sanitarios, a fin de que las cuentas se hagan bien a la hora de evaluar correctamente el coste-beneficio del uso de esas sustancias, y lo que muestran los datos es que es más rentable para la sociedad reducir la exposición humana  a esos contaminantes.

Con todo, Miquel Porta, como profesional de la salud, advierte que «tampoco hay que olvidar que, más importante que el coste económico, por elevado que sea, es el coste humano. Un coste humano que sí, tiene también su traducción económica, pero que es mucho más importante que el dinero. Pensemos por ejemplo en un niño con cáncer».

Porta denuncia la pasividad, en concreto, de las autoridades y agencias españolas que, en estos temas , practicamente «no saben o no contestan». Como cuando hace no mucho SESPAS -que representa a miles de científicos y profesionales sanitarios- dirigió una carta al Ministerio de Sanidad pidiendo que se actuase en este tema y la respuesta no fue más que de echar balones fuera. Este epidemiólogo insiste en que es más rentable prevenir que curar y pide que se «aumente la investigación en las causas ambientales de enfermedades como la obesidad, la diabetes, el autismo o los retrasos en el aprendizaje infantil». Precisamente, sobre este último aspecto hace una profunda reflexión, ya que son los daños en el desarrollo cerebral infantil uno de los aspectos que cuentan con mayor peso de evidencia científica cuando se habla de los efectos de los disruptores endocrinos. «El deterioro de funciones cerebrales de muchos niños es muy preocupante ya que amenaza algo tan importante para el futuro de nuestra sociedad, su correcto desarrollo y productividad, como es la inteligencia».

Como explican los autores  de los estudios auspiciados por la Endocrine Society este tipo de contaminantes, llamados «disruptores endocrinos, son sustancias químicas que interfieren con la acción de las hormonas y que se encuentran cotidianamente en los alimentos y en los recipientes alimentarios, plásticos, muebles, juguetes, alfombras, materiales de construcción, cosméticos… Entre estas sustancias», como ya se ha comentado, «se cuentan algunas como el bisfenol A (presente en botellas de agua, recubrimiento interior de latas de comida) , varios ftalatos ( presentes en diversos plásticos y cosméticos)  y pesticidas como el chlorpirifos (usado en una amplia variedad de cultivos alimentarios). Son sustancias que a menudo se liberan desde los productos que los contienen y que entran en los cuerpos humanos y en los de las especies de la fauna salvaje a través de vías como el polvo o la  cadena alimentaria»

La exposición a sustancias contaminantes capaces de alterar el equilibrio hormonal es ruinosa económicamente para Europa, especialmente en costes sanitarios. La excusa manida de anteponer el dinero a la salud no vale. A no ser que se precie más el dinero de unas pocas empresas que el que cuesta en general a todos los europeos este tema. No actuar contra esta contaminación química nos sale demasiado caro. Aunque sea un tanto vergonzoso estar hablando de dinero cuando otras debieran importar más. Por ejemplo, si un niño nace con malformaciones. Pero se ve que en el mundo actual se valora más el dinero que ninguna otra cosa. Que solo cuando se habla de dinero se generan sentimientos «nobles» por parte de algunas instancias.

En una situación de crisis económica como la actual y siendo el coste de la sanidad uno de los más importantes en una sociedad avanzada, los datos suministrados por la Endocrine Society debieran ser muy tenidos en cuenta.

Cuando tanto se habla de recortes ¿por qué no se recorta el número de personas con una serie de enfermedades haciendo prevención y actuando contra las sustancias que causan esos problemas?. ¿Por qué no se hace nada cuando se ve que una serie de problemas sanitarios están creciendo brutalmente en incidencia?

Aunque el dicho reza que «más vale prevenir que curar» lo cierto es que en nuestra sociedad la prevención de enfermedades derivadas de factores como la exposición a contaminantes químicos es algo que, en general, no se lleva. Se lleva décadas viendo como una serie de problemas de salud ligados a factores ambientales no paran de crecer -infertilidad, cánceres, diabetes, etc.- y apenas se hace prevención a fin de que ésas líneas de crecimiento estadístico decrezcan. Casi todo el esfuerzo se dirige hacia el negocio de los diagnósticos y tratamientos, negocio que crece a la vez que crece y crece la incidencia de una serie de enfermedades, mientras pareciera que no importa combatir algunas de las causas de ese crecimiento. Estas nuevas cifras debieran llevar a una profunda revisión de las políticas sanitarias a fin de que estas se encaminasen más hacia aspectos como los derivados de la influencia de los factores ambientales sobre la salud. El debate existente en estos momentos en Europa acerca de qué hacer con los disruptores endocrinos debería también tener muy presente estos hechos.

En el mundo de hoy pareciera que salvar a un niño de contraer una enfermedad importa más bien poco por lo que se ve. No digamos a las ranas o a los pájaros que sufren lo suyo con esta polución química. Esperemos que salvar euros ablande el corazón de la Comisión Europea. A no ser que le preocupen más los euros de unas cuantas empresas que una cantidad mayor de euros de todos los europeos. Que cada vez más parejas sean infértiles, que cada vez haya más cánceres hormono-dependientes, etc. no importa mucho, según parece. Ni que desaparezcan poblaciones animales enteras. Esperemos que importe más la erosión de la economía europea que esto ocasiona. Aunque no las tengo todas conmigo, ya que el dinero de todos parece importar menos que el de unos pocos. El dinero de todos es «pólvora del Rey»

 

REFERENCIAS:

Los estudios, publicados en la Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism, son:

Estimating Burden and Disease Costs of Exposure to Endocrine-Disrupting Chemicals in the European Union
Leonardo Trasande, R. Thomas Zoeller, Ulla Hass, Andreas Kortenkamp, Philippe Grandjean, John Peterson Myers, Joseph DiGangi, Martine Bellanger, Russ Hauser, Juliette Legler, Niels E. Skakkebaek, and Jerrold J. Heindel

http://press.endocrine.org/doi/pdf/10.1210/jc.2014-4324

Neurobehavioral Deficits, Diseases and Associated Costs of Exposure to Endocrine Disrupting Chemicals in the European Union
Martine Bellanger, Barbara Demeneix, Philippe Grandjean, R. Thomas Zoeller, and Leonardo Trasande

http://press.endocrine.org/doi/pdf/10.1210/jc.2014-4323

Obesity, Diabetes and Associated Costs of Exposure to Endocrine Disrupting Chemicals in the European Union

Juliette Legler, Tony Fletcher, Eva Govarts, Miquel Porta, Bruce Blumberg, Jerrold J. Heindel, and Leonardo Trasande

http://press.endocrine.org/doi/pdf/10.1210/jc.2014-4326

Male Reproductive Disorders, Diseases and Costs of Exposure to Endocrine Disrupting Chemicals in the European Union
Russ Hauser, Niels E. Skakkebaek, Ulla Hass, Jorma Toppari, Anders Juul, Anna Maria Andersson, Andreas Kortenkamp, Jerrold J. Heindel, and Leonardo Trasande

http://press.endocrine.org/doi/pdf/10.1210/jc.2014-4325

Carlos de Prada

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -