Tengo algunos amigos en Canal Sur. Y, por cierto, cuando me dieron el premio de novela «Ateneo de Sevilla», la entrevista más profesional y más profunda y más cuidada, me la hicieron allí. Pero que haya estupendos profesionales no justifica que tenga que tener una plantilla de casi 1500 personas, y que su presupuesto vaya a alcanzar un déficit de 28 millones de euros. Si dividimos los casi 300 millones de euros de presupuesto por el total de la plantilla cada puesto de trabajo se acerca a los 200.000 euros anuales, algo que no sucede, ni siquiera en los exquisitas consultoría llenas de carísimos expertos y avezados ingenieros y economistas.
Sin embargo, ni la actual presidenta de la Junta de Andalucía, ni ninguno de los entusiastas aspirantes a sustituirla, han caído en esa desmesura, que no tiene parangón en ninguna otra empresa pública andaluza. Estoy convencido que el gasto de Sanidad, dividido entre médicos, enfermeras y personal subalterno no se acerca a esos 200.000 euros anuales por persona, y puede que lo que hagan no entretenga, no haga sonreír y hasta es posible que no divierta, pero salvan vidas y curan enfermedades.
Este silencio respecto a la televisión andaluza, en el que se incluyen los puros y castos que quieren erradicar a la casta, incluso los románticos bandoleros que pretenden expropiar fincas privadas para dárselas al pueblo, resulta deslumbrante e inquietante. Deslumbrante, porque no conocen ni siquiera las cifras de la autonomía que gobiernan o quieren gobernar, y que están al alcance de cualquier ciudadano, o inquietante si es que temen ser mal tratados por los excelentes profesionales de Canal Sur, lo cual es un insulto a su entereza y honradez, y una acusación implícita de su propia cobardía de candidatos.
Hay un antecedente revolucionario. En la Comunidad Valenciana quisieron racionalizar el presupuesto y ajustar la plantilla. Los sindicatos recurrieron a los tribunales, que les dieron la razón. Pero el presidente Fabra dijo que con el presupuesto del que disponía no podía mantener un despilfarro crónico y cerró la televisión autonómica. Y hubo un par de manifestaciones, pero los valencianos siguieron viviendo, sin que sus existencias se tambalearan. Por cierto, el que tomó las decisión se va a presentar a la reelección, prueba de que su medida no fue tan desacertada.
Luis del Val