A principios del siglo XX todavía se oían los lobos por los cerros entre La Puerta de Segura y Torres de Albánchez (Jaén), como me contaba Vicente Muñoz, que era a la sazón un zagal pastor. Gracias a ellos se mantenía un equilibrio, como sucedía gracias a los zorros, tejones, ginetas, hurones y demás mustélidos. Hoy ya no existen apenas debido a la caza furtiva y a los venenos. Ciervos y jabalíes campan a sus anchas. Cuánto mal hicieron las películas de Bambi. Nos creimos todos que los ciervos eran amables. Pues sí, son graciosos pero con limitaciones; como todo, sin exceso. Y con esa necesidad tan escasa del equilibrio.
Además, con el afán tan germánico de colgar cornamentas por los salones, los ciervos han sido protegidos en exceso, por ser trofeos. Y son los enemigos naturales de los árboles. Se comen los brotes e incluso los pequeños tallos, que aun no han llegado a ser troncos. A mi me han comido tilos, fresnos y almeces. Esos paisajes que admiramos en fotografías de Escocia son el producto de la deforestación causada por los ganaderos y por el exceso de estos ungulados.
Otros depredadores hoy son también los jabalíes impunes, sin ningún animal que les moleste, que arremeten, horadan, rompen, arrancan, destruyen los nidos, entre ellos los de las graciosas abubillas. Ya no quedan perdices (sus nidos destrozados por los jabalíes) ni conejos. Los ciervos se comen los árboles recién plantados. Y salvo algunas batidas, poco se hace para limitar esa temible sobrepoblación. Predomina una especie de sentimiento ecologista ingenuo que da en creer que todo animal salvaje es, por definición, bueno. Pues no, algunos son dañinos y hay que limitar su población.
El Parque Natural de la Sierra de Cazorla, Segura y Las Villas, en la provincia de Jaén, fue creado 1986. Tiene 214.000 hectáreas y es una ampliación del antiguo Coto Nacional. Desde su creación ha sufrido varias vicisitudes, sobre todo debido a que fue impuesto sin diálogo con los habitantes, sin información ni participación alguna. En fin, lo habitual. Todos hemos visto constreñidos nuestros derechos sin gran cosa a cambio. Además, la errática política ambiental y la gestión discutible de los Ayuntamientos –que no hablan con los ciudadanos ni son transparentes-, han hecho el resto. La Junta de Andalucía, excelente en crear burocracia –su mayor logro en 30 años-, ha convertido la gestión del Parque en un laberinto administrativo que nadie logra penetrar.
El Parque se percibe por sus habitantes humanos más como negativo que como ventaja. Prevalecen las limitaciones, prohibiciones, multas, controles, a veces totalmente extravagantes y caprichosos, como el no poder labrar las olivas, lo que de paso fomenta el uso (alucinante, masivo) de pesticidas. En La Mancha y en otros lugares de Jaén sí se pueden labrar las olivas. Recordemos que España, y dentro de ella, Andalucía, son los mayores utilizadores de pesticidas de Europa (nos lo decía hace unos días Carlos de Prada en Estrella Digital). También se prohiben las simpáticas y atolondradas cabras, que convenientemente atadas no destruyen nada, y para eliminar brozas y zarzas de los taludes se fomenta utilizar herbicida a mansalva.
Es verdad que gracias al Parque nos hemos librado de urbanizaciones horrorosas como las que asolan estas Españas. Pero no nos hemos librado de naves de uralita, de charnaques –tipo chabolas- en los campos, de escombros tirados en muchos lugares del monte, de carreteras sin arcenes por las que es peligroso circular en bicicleta.
El problema es que, como en toda la gestión pública en Andalucía, no se puede opinar ni influir en nada porque es opaca. Hay una especie de despotismo (no ilustrado). La administración del Parque sigue impertérrita, tiene el monopolio de la verdad, es infalible y no responde a nadie, se gasta dinero a mansalva en contratas, algunas de las cuales, como la de limpieza, AZVI, funcionan regular (veánse las cunetas-basureros en todo el Parque, como muestra). Y los habitantes no contamos para nada, ni para opinar ni para decir que su página web no informa, sino que es mera propaganda turística.
Lo que se trataría con el Parque es que se fomentase una especial relación del hombre con la naturaleza. No un decorado o una atracción turística. Pero, por ahora, los habitantes del Parque viven de espaldas a él, sin gran empatía. Se percibe como una carga y no como un beneficio.
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye