En política, toda realidad preterida tiende a cobrar venganza. Hace cuatro años, el 15 de Mayo de 2011, el autoproclamado movimiento de los «indignados» que se dio a conocer acampando en la Puerta del Sol de Madrid fue tildado por los partidos establecidos y sus medios afines como un movimiento marginal. «Perros flauta», les llamaban con decir despreciativo. Meses después, al tiempo que aquella semilla germinaba en la unión de diversos y dispersos colectivos de la izquierda extraparlamentaria, los expertos en demoscopia también ignoraban el fenómeno o no le concedían trascendencia política. Hubo quien en el colmo de la ceguera o la frivolidad (Pedro Arriola, sociólogo de cabecera del Presidente del Gobierno), les estigmatizó como «los frikis» de la política española. Fue su forma de decretar la pretendida irrelevancia política de quienes ya habían logrado crear un partido al que habían bautizado como Podemos -acrónimo de «Por la Democracia Social», un grupo venezolano afín al chavismo-. Un mes después de que el visionario Arriola señalara la pretendida irrelevancia del grupo, Podemos se hacía con cinco escaños en el Parlamento Europeo. Ahora, en plena avalancha de actos políticos previos a las citas electorales, Pablo Iglesias, el líder de este partido, ocupa la portada de la edición internacional del New York Times del miércoles 11 de marzo. Bajo un titular que asevera que «La nueva izquierda sacude la política en España», este influyente periódico ofrece unas declaraciones del eurodiputado que resultarían surrealistas de no ser porque el tiempo político que vivimos parece haber entrado en una fase de metamorfosis acelerada. «Realmente -dice Iglesias- nunca pensé que podría llegar a ser presidente del Gobierno, pero creo que estamos ahora en una situación en la que esto podría suceder». Es probable que al líder de Podemos, que vive un momento biográfico trepidante sin tiempo material para realizar la debida descompresión, le esté pasando lo que a los buzos cuando son izados demasiado deprisa, pero, pese a todo, habrá que reconocer que una portada en el «Times» de Nueva York no está al alcance de cualquiera. Lo que habría pagado Arriola para conseguir semejante reseña para su mejor cliente.
Fermín Bocos