Vaya por delante que tengo estima personal y respeto profesional por Cándido Méndez. Siempre he considerado al líder de la UGT como un hombre honesto a carta cabal y, desde luego, no me cabe ninguna duda de que jamás se ha enriquecido utilizando su cargo o condición. Tiene una vida discreta, suele ir andando al trabajo, es un hombre ahorrador, frugal, poco amigo de las alharacas y mantiene los mismos amigos de siempre, lo cual es un buen síntoma, a pesar de todo el poder que ha acumulado durante estos años. Todo eso es así, pero los escándalos de corrupción que un día sí y otro también aparecen sobre el sindicato que lidera hacen urgente y necesaria una renovación completa y total en la cúpula del mismo, si es que quieren al menos salvar los muebles de la credibilidad perdida y no perder afiliados a chorros.
El último de estos episodios se resume en esos 17.400 euros que pagó el sindicalista Rafael Torres Posada a una empresa madrileña con la tarjeta black que le facilitó Caja Madrid mientras fue miembro de la comisión de control de la entidad. Según el sindicalista ha declarado ante el juez, parte de los 80.000 euros de los que dispuso con la tarjeta se destinaron a financiar gastos del sindicato como cafetería, pancartas o viajes. Se ha dicho, y es así, que es la primera vez que uno de los imputados en este caso tan vergonzoso reconoce que el dinero obtenido de manera fraudulenta se dirigía a sufragar gastos de la organización. Es la primera, pero seguro que no será la última porque al final la verdad tiene las patitas cortas y todo esto apesta. Apesta la connivencia de todos para repartirse el botín de los ahorradores confiados y sobre todo sonroja que, al final, nadie asuma sus responsabilidades, diluyendo en el «y tú más» toda la culpa propia.
Bajo el mandato de Méndez en UGT, planea la sombra de la corrupción y eso no se combate sólo diciendo que los mangantes han sido expulsados
No es sostenible, ni mucho menos suficiente, que el sindicato diga, a través de una nota de prensa, que si hay alguna ilegalidad está dispuesto a devolver el dinero que el juez estime conveniente, como si sólo con devolver el dinero se pudiera hacer borrón y cuenta nueva. Han sido demasiados los casos y demasiadas las sospechas con el tema de los ERE, el chupichollo de la formación, etc., etc., como para que no se reclame una auténtica renovación en el núcleo del sindicato, bajo cuyo mandato han ocurrido todas estas cosas que tanto han dañado su prestigio y que tanto les están alejando de los trabajadores que dicen defender.
Es verdad que Cándido Méndez hace unos meses anunció que no pensaba presentarse a la reelección en el 42 congreso confederal del sindicato, que se celebrará a principios del 2016 –un año antes de lo previsto–, y, aunque afirmó que tal decisión no estaba relacionada con los últimos escándalos, todos entendieron el anuncio como una forma de calmar las aguas. Después de dos décadas al frente del sindicato, ha llegado el momento de que diga adiós, promueva un cambio generacional y, sobre todo, se visualice que los nuevos líderes acabarán, de una vez, con las prácticas irregulares y corruptas asociadas a la UGT.
Los sindicatos no son ajenos, ni mucho menos, a la ola de descrédito que puede llevar a los grandes partidos a una delicada situación en las próximas elecciones y deberían poner sus barbas a remojar. Ni pueden ni deben seguir poniendo pequeños parches cada vez que aparece un nuevo caso, hay un nuevo imputado o se detiene a alguno de sus dirigentes. Méndez puede ser honrado hasta los tuétanos, pero bajo su mandato planea la sombra de la corrupción y eso no se combate sólo diciendo que los mangantes han sido expulsados. Explicaciones así sólo sirven para dar buenos argumentos a quienes, también a ellos, les llaman casta y les señalan con el dedo acusador.
Esther Esteban