José Ramón Bauzá, presidente de Baleares, sí ha pronunciado, pese a estar en el partido gobernante, las palabras malditas: «hay que plantearse una gran coalición entre PP y PSOE». Uno, en su modestia, lleva años diciendo que el pacto de gobierno entre los dos grandes partidos nacionales hubiera evitado muchas catástrofes si se hubiese puesto en marcha a raíz de aquel 2008 en el que dejó de ser 'antipatriótico' hablar de crisis económica porque la crisis económica, simplemente, se había colado en casa. Ahora, y cuando encaramos la recta final en las primeras elecciones del año, las andaluzas, los sacrosantos sondeos dicen que hay cuatro partidos en liza por ser el primero, aunque a dos de ellos se les excluya de los debates televisivos. Y nadie medianamente informado podría pensar que se repetirán mayorías absolutas: estamos en la era del pacto. Incluso del gran pacto. ¿Del pacto a cuatro?
Lo escuchaba esta semana de labios de alguien muy bien situado en uno de los dos grandes partidos nacionales, alguien que, sospecho, influye mucho en la deriva política de su jefe y que me pide la confidencialidad de no citarle: ¿y por qué no un 'pacto a cuatro', que incluya a PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos, para regenerar, en una Legislatura abreviada, lo que necesite ser regenerado? Si Adolfo Suárez, de cuya muerte se cumple ahora un año, fue capaz de dar la vuelta al Estado en apenas once meses, contando con la enemiga de las fuerzas armadas, de los 'poderes fácticos', de la banca, de una parte significativa de la población y de la 'clase política' de la época, ¿por qué no se va a poder hacer lo mismo en dos años de Legislatura dedicada a reformar la Constitución en lo que se necesite, a arreglar las cañerías territoriales -ahí está lo peor–, a mejorar la normativa electoral, a poner a punto algunas instituciones, y todo ello con alguien en la Jefatura del Estado que ya está -vuelco a las encuestas- tan 'consensuado' como Felipe VI? Dos años de período 'reconstituyente', más que constituyente. Al fin, una idea sugestiva, aunque muchos vayan, qué país este, a desdeñarla sin siquiera sopesarla.
Lo peor de la marcha democrática española es que se desgarra en querellas intestinas
Pero la idea no me pareció utópica, seguro como estoy de que, de aquí a finales de año, las distintas modalidades de pacto que surjan de las cifras de las elecciones generales (¿el 20 de diciembre, dicen?) serán el gran tema de conversación y de hipótesis política: ¿PP-PSOE? ¿Bastaría PP-Ciudadanos? ¿PSOE con Podemos? Me parece que la formación de Pablo Iglesias, que comete errores como no condenar en el Parlamento Europeo la seudodemocracia en Venezuela, va perdiendo las garras iniciales, aunque aún sigue intranquilizando a buena parte de la población; en unos meses, será una formación estabilizada en sus previsiones de crecimiento, o algo a la baja, con la que pactar sobre unas líneas previamente tasadas -ojo a este detalle– no será una quimera.
Lo peor de la marcha democrática española es que, como ocurre por lo demás en otras naciones europeas, se desgarra en querellas intestinas. Lo que está ocurriendo en estas jornadas es muy significativo: Pedro Sánchez, disminuido en los carteles electorales andaluces, advierte a Susana Díaz 'tú en San Telmo, yo en La Moncloa', y se dan en Almería el abrazo de la 'photo opportunity'. Lo mismo que Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre en Madrid. Claro, primero tienen que pactar consigo mismos, y luego podrán pensar en llegar a acuerdos con los de fuera. Primero tienen que cambiar sus propios lenguajes 'de campaña', de 'y tú más', antes de emprender acciones de transformación 'suarista', pero con consenso: Suárez apenas contó con algunas complicidades, como la de Santiago Carrillo y, de tapadillo, con la del propio Felipe González, para hacer aquella primera transición a la democracia.
Pero, por mucho que ahora todos renieguen –a ver quién hace otra cosa en plena campaña electoral– de la inevitabilidad de los pactos 'a futuris', todos saben que algo habrá de hacerse para poder gobernar, una vez que ya no tenemos a Pujol para, tapando sus vergüenzas, llegar a acuerdos de gobernabilidad bajo el mantel: aquello era la vieja política. Ahora, con esas vergüenzas de Pujol expuestas en público, con la ambición recientemente 'independentista' de Artur Mas obviada en su nadería, con los dos grandes partidos nacionales en la curva del descenso, con Ciudadanos coyunturalmente a por todas sin querer admitir la palabra 'bisagra' ni en el diccionario, con el inaudito fenómeno Podemos comenzando a redimensionarse, ha llegado el momento de la Nueva Política. Ya se sabe, como dijo Einstein, que las crisis abren oportunidades. Esta de 2015 puede ser la gran oportunidad de España. Si tenemos todos el valor y la generosidad suficientes como para afrontarla. Porque, como se preguntaba este sábado una muy querida y admirada colega en su columna, ¿y si acabara siendo verdad en las urnas lo que ahora parece?
Fernando Jáuregui