martes, noviembre 26, 2024
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Falso cara a cara… a tres

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Me tragué enterito, el cara a cara a tres -que definió sabiamente Ana Rosa Quintana- entre Susana Díaz, Juan Manuel Moreno Bonilla y Antonio Maillo, tres de los aspirantes a ser los inquilinos del Palacio de San Telmo. Fue una cosa bestial, aburrida como pocas, larga y tediosa, un debate frío, distante, impersonal, absolutamente encorsetado, donde los participantes en vez de mirarse a los ojos, miraban a la cámara, dando la sensación de ser tres esfinges inexpresivas obsesionadas con el botón rojo. Aquí todo cambia, pero algunos pretenden que no cambie nada, y este es el típico ejemplo de cómo expulsar a los espectadores de la política. En ese debate, igual que en el anterior, cada uno fue a vender su libro, más o menos usado, sin importarle los argumentos del otro, salvo para mandarle callar o darle la palabra a conveniencia como hizo, equivocadamente, la presidenta de Andalucía con su adversario. En su intento de ningunearle dio una imagen de «aquí mandó yo» que se aleja de su perfil político, lo cual no le beneficia.

De los tres participantes a quien más conozco, personalmente, es a Susana Díaz y de hecho la tengo por una política de raza, una mujer de partido, que como tal sabe medir sus tiempos y sus estrategias. Alguien le debió de asesorar mal sobre cómo romper las reglas del juego y robar pequeños tiempos, en un debate donde estaba pactado todo absolutamente todo, desde el color del escenario al tamaño de los atriles, las posiciones de cada uno y hasta el vestuario de los participantes. Ella de rojo y él con los colores de la bandera andaluza en la cobarta, la misma vestimenta que habían utilizado en el debate anterior de la televisión pública andaluza. El tercer invitado casi de piedra, el representante de IU, que fue descorbatado a debatir, se esforzó por no convertir aquello en un espectáculo minúsculo, pero su tono didáctico sólo le sirvió para quedarse fuera de juego.

Y ¡qué decir¡ del papelón que le tocó lidiar a la periodista María Casado, una gran profesional y excelente presentadora que ante un formato tan sumamente rígido, el único margen que tuvo fue evitar que la presidenta andaluza ejerciera de moderadora malhumorada de ordeno y mando, dando o quitando la palabra a su adversario según le convenía a ella. Hay que reconocer que Moreno Bonilla consiguió, consciente o inconscientemente, sacar de sus casillas a la candidata del PSOE en el primer asalto cuando dijo eso de que «llevamos 33 años de oportunidades para que Andalucía salga de la cola del paro» y aunque ella intentó tirar al plato por elevación contra Mariano Rajoy «Andalucía lleva toda su vida diciendo no al modelo egoísta de la derecha» al final el único mensaje que quedo claro, el único fue la promesa del PP de retirar el aforamiento a los parlamentarios.

Hubo todo tipo de advertencias y también se dijeron verdades como puños aunque resulten muy duras de escuchar: «en Andalucía se ha pagado cocaína, mariscadas o karaoke con dinero público», se dijo, poniendo el dedo en la llaga al caso de los Eres o la corrupción. Yo me tragué el debate enterito y todavía no se por qué, porque ni siquiera el cara a cara tenía el suficiente morbo al estar ausentes las dos opciones emergentes: Ciudadanos o Podemos. Vi incluso ese último minuto en el que Antonio Maíllo se despidió apelando a la honradez de la coalición.

Susana Díaz, ya relajada, les dijo a los andaluces que «en los votos están las becas y la educación gratis» y Juan Manuel Moreno Bonilla se dirigió a los indecisos tras prometer, si gana, gobernar para todos.

Comentaba Antonio Gala que, en la política, no cabe la herencia fija, ni la costumbre inerte, ni el vacío respeto. Sólo cabe elegir lo mejor para el futuro. Dando por hecho que esto es así no se por qué nos seguimos empeñando en hacer esta pantomima de debates del pasado que no sirven para nada y al menos en mi provocan un cabreo morrocotudo como periodista y como ciudadana. O se quitan los corsés y se hacen debates abiertos y libres de verdad como en otras democracias avanzadas o mejor que los políticos sigan agazapados en sus normitas del pleistoceno audiovisual y perdiendo votos a chorros. Allá ellos.

Esther Esteban

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