No es grave que se vaya el sol: vuelve. Lo malo es cuando lo que se eclipsa son las ideas. Tardan en regresar, si regresan. Hablo ahora, por supuesto, de la política española, y no de fenómenos en los cielos, aunque resulte facilón añadir que hay quien está en las nubes. Lamento confesar que me está desesperando, y decepcionando no poco, el nivel de los debates que hemos conocido en esta primera campaña electoral, la andaluza, que precede a las restantes campañas que se desarrollarán -más bien, se subdesarrollarán, me temo- en este país nuestro.
No he asistido sino a un acto de esta campaña que culminará el domingo en las urnas andaluzas, además de seguir, con mayor o menor atención, el devenir de las dos confrontaciones televisivas entre tres de los cinco, o quizá seis, candidatos a ocupar un escaño. Que alguien, si puede, me contradiga, o enriquezca mi información: ¿qué pueden esperar los andaluces de sus nuevos o viejos representantes si no son promesas inconcretas de creación de puestos de trabajo, como en los viejos tiempos, y de mantenimiento del PER, como en los tiempos viejísimos? Se trata de algo que los electores saben que es vaporoso, un compromiso más que se llevará el viento. Por lo demás, he escuchado algún vocerío, varios 'y tú, más' y muchas, muchas advertencias, «cuidado con votar a esos, que nos llevarán a la perdición». Y uno se pregunta: pero ¿qué argumentos son esos? Argumentos perdedores, sin duda. Todos perdemos con ellos.
Aquí y ahora no estamos instalados en la técnica de la convicción, sino en la de la disuasión. No se busca el voto del afecto, sino el del mal menor. No se atrae por simpatía, sino por rechazo al otro. La autosatisfacción por la labor bien hecha (adjetivo que no siempre comparten los electores) y la predicción de todos los males del infierno si el votante se decanta por opción diferente han sido la táctica y la estrategia de muchos oradores en el atril de mítines, que han sido como siempre, con los de siempre y casi donde siempre, pero en versión reducida, que el personal cada día es más reticente a ver películas repetidas.
¿Dónde se han metido, dónde, los intelectuales -o lo que de ellos quede-, más allá de las denuncias de algún escritor de moda que va por ahí empatando al decir que siente asco de vivir en este país «tan vil», manda carallo? ¿Dónde, dónde, ese concepto magmático que se llama 'sociedad civil', y que tan poco ejerce por estos pagos? Veo a eso que se llama clase política, e incluyo a los emergentes, cada vez más sola. Lo que no quiere decir que la votación de este domingo, y de los otros domingos electorales que nos quedan, no vaya a ser más masiva que en ocasiones anteriores: nos han metido en el cuerpo el miedo a lo que pueda pasar. Así que acudiremos a las urnas atenazados por el pánico, llenos de aprensiones, convirtiendo en casi luctuosa una jornada que, como la de la marcha hacia las urnas, debería ser gozosa; a eso nos han llevado.
Nos han metido en el cuerpo el miedo a lo que pueda pasar
Eclipse total de ideas. E incluyo, claro, insisto, a los emergentes: al final, votaremos no porque unos programas sean mejores que otros, o los líderes más carismáticos o menos aburridos, o menos corruptos, que otros: al final, votaremos porque algunos sabrán ocultar la falta de sol con lámparas led de bajo consumo, pero muy vistosas. ¿Cuándo dice usted que vuelve el astro rey para opacar tanta bombilla insulsa, cuándo?
Fernando Jáuregui