Una de las muchas diferencias que existen entre nuestros dos países ibéricos es el modo en el que la prensa – y también la opinión pública – se ocupa de las actividades y hasta de la vida privada de nuestros jueces y magistrados. En España es muy habitual que los jueces aparezcan no sólo en las páginas de los periódicos sino hasta en las de las revistas del corazón. Tanto es así que incluso se ha acuñado un término como el de juez-estrella que a nosotros los portugueses, mucho más comedidos, nos resulta cuando menos incómodo. Todo este movimiento empezó a surgir hace muchos años, cuando los entonces jueces Baltasar Garzón y Ventura Pérez-Mariño saltaron a la fama mediática, primero por la importancia de los asuntos que investigaban y luego por sus decisiones de integrarse en listas electorales y pasar de esta manera desde la imparcialidad judicial a primera línea de la contienda política.
En Portugal mantenemos con la judicatura una relación mucho más discreta. Es muy raro que los jueces aparezcan en los periódicos o en los telediarios. Muchos de ellos llevan a cabo su encomiable labor sin que la mayoría de mis conciudadanos sepa siquiera qué aspecto tienen. Incluso hasta hace muy poco, cuando nuestro Tribunal Constitucional anuló muchas de las medidas de austeridad sugeridas por la tristemente célebre Troika e impuestas por nuestro Gobierno, pocos sabíamos quiénes eran los que formaban parte de tan alta instancia.
Sin embargo, este feliz anonimato en el que los jueces portugueses desempeñan su labor ha tenido una excepción más que notable y nada agradable. Se trata del juez Carlos Alexandre, responsable de las instrucciones de muchas causas relacionadas con la delincuencia económica, cuya cresta es el caso que afecta a nuestro antiguo Primer Ministro, el ingeniero José Sócrates, actualmente en prisión preventiva en la cárcel de Évora.
El caso es que no sólo se han publicado sobre el juez Alexandre todo tipo de chismes e historias acompañadas de multitud de fotografías. Por desgracia, esta situación ha alcanzado niveles inaceptables, que han hecho que se adopten medidas de protección tanto para el juez como para toda su familia. Primero fue que, en su propia casa, el juez Alexandre encontró una pistola abandonada sobre una fotografía de sus hijos. Luego su mujer fue atropellada al salir de su trabajo. Ayer, el perro de la familia murió envenenado con un raticida que alguien le dio mezclado con algún tipo de alimento. Uno espera fervientemente que el juez Carlos Alexandre concluya la instrucción de estos difíciles sumarios y que pronto veamos, además, caer sobre los responsables de estos inaceptables desmanes todo el peso de la Ley.
Rui Vaz de Cunha