Elecciones 2015. Primera estación. En la noche andaluza se pudo haber devuelto a Sáenz de Santamaría la paráfrasis de su propia frase: Menudo año te espera, bonita.
El “terremoto Podemos” se notó en la superficie aunque menos de lo anunciado. Malas reacciones por esa parte; memorable. Por la otra, Ciudadanos avanza naturalmente, de momento solo gracias a vientos favorables. Izquierda Unida a ver.
El PSOE no es el PASOK. Susana Díaz y los socialistas andaluces ganaron, pero Andalucía hoy no es ejemplo para el PSOE; ni puede ni debe.
Siguiente estación en mayo. Madrid muy interesante y lo más notorio, pero el resto lo más significativo.
El PP se sobrevuela con los aspavientos castizos de Aguirre y el felinismo maulo de Cifuentes.
Curiosidad por Carmena y otras gentes de izquierdas ante un Podemos con los que, antes de empezar, ya ha tenido que precisar límites y señalar diferencias.
Confortante la presencia de García Montero por IU, con una renovada sentimentalidad que no solo de pactos abre puertas.
Los resultados del PSOE y sus dos piezas del puzle tendrán un valor determinante: Carmona, avezado y ambicioso, y Gabilondo, fundamental e incuestionado. Porque, como este último sentencia, estar decidido no siempre coincide con saber qué hacer; hay herbívoros muy caníbales, y también morir lleva su tiempo.
Llegarán las generales.
Andrés Ortega, en 1996 y 2000, analizó la irrupción y consolidación de la derecha en el gobierno como efecto además de una renovación generacional. “España –decía- es un país que, por desgracia y con frecuencia, acostumbra a hacer cambios políticos con cambios generacionales, y viceversa. Una renovación –lamentaba- a menudo de forma eliminatoria y polémica en vez de por acumulación”.
Hace poco Enric Juliana, siguiendo un estudio de Jaime Miquel, señalaba la presencia de una generación de “ciudadanos nuevos”, nacidos entre 1974 y 1997, que representan más del 35% del cuerpo electoral y marcará el zarandeo del ciclo electoral de 2015.
Hemos vivido dos grandes relevos en España durante las últimas décadas: el de 1982, a lomos de la Transición, y el de 1996, al desabrigo de los impulsos neoconservadores que removían el planeta. De las construcciones de ambos, y otras anteriores, permanecen muchos vicios ocultos pero en los entresijos de edificios algunos muy valiosos.
Hoy se dibuja al fondo un Parlamento nacional menos monolítico, como dice Juliana, obligado a “abrir una nueva etapa de reformas pactadas”. Reformas postergadas unas y oportunas otras según lo que la realidad en su evolución ha puesto al descubierto, imprescindibles casi todas.
Fuere lo que mejor sea.
José Luis Mora