Dos acontecimientos podrían ayudar a estabilizar el Oriente Medio y el mundo árabe. Primero, un acuerdo con Irán para que este país renuncie al arma nuclear. Ya tenemos uno preliminar tras la negociación en Lausana de EEUU, Alemania, Francia, Reino Unido, China y la Unión Europea. Buena cosa. Segundo, la formación de una fuerza militar árabe de intervención. La Liga Árabe acaba de decidirlo. Bien.
El éxito de la negociación con Teherán debe aún detallarse de aquí al 30 de junio. Sin perjuicio de que el diablo está en los detalles y de que nada está acordado hasta que todo lo esté, los parámetros esenciales del entendimiento están establecidos. Irán renuncia al arma nuclear, dando las necesarias garantías. El mundo será más seguro y se fortalecerá el Tratado de no Proliferación Nuclear (TNP) que celebra este año una de sus revisiones quinquenales. Las sanciones políticas y económicas a las que está sometido Irán se levantarán gradualmente. La vuelta a una normalidad interna iraní podría mejorar sus condiciones democráticas y económicas. En el ámbito internacional Irán debería moderar sus posiciones y contribuir al desvanecimiento de movimientos radicales que inspira y que controlan territorios explosivos como el sur del Líbano, la banda de Gaza o Yemen.
La decisión de la Liga Árabe debería hacer a los árabes menos dependientes de los EEUU
En Israel, Netanyahu resta credibilidad a los compromisos iraníes. Los árabes, especialmente Arabia Saudí, ven con preocupación el retorno de Irán, su gran competidor estratégico (y religioso), a la legalidad internacional porque tendrá más protagonismo. Se equivocan ambos. Más bien se pueden abrir vías de dialogo para conseguir un Oriente Medio más estable. Pero todos deberán hacer concesiones. También el Partido Republicano en Washington que en esto pone pegas irresponsables solo para fastidiar a Obama (como el PP con Zapatero).
La decisión de la Liga Árabe debería hacer a los árabes menos dependientes de los EEUU y de los occidentales para restaurar o mantener la paz en su región.
La liberación en 1991 del Estado de Kuwait anexionado el año anterior por los ejércitos iraquíes de Sadam Hussein corrió a cargo de los EEUU aunque la coalición avalada por Naciones Unidas comprendiera a 34 países. Lo mismo con el mantenimiento de la seguridad en Afganistán, país islámico, desde que en 2001 los talibanes y sus terroristas huyeran ante la “Alianza del Norte” apoyada por los EEUU. A partir de 2003 la OTAN fue el núcleo de una gran coalición de medio centenar de países, entre los que apenas hubo un par de países árabes, para controlar y desarrollar Afganistán a pesar de la insurgencia y del terrorismo talibán dirigidos desde sus santuarios en Pakistán. En Libia la contribución árabe para proteger a sus ciudadanos de su líder-dictador-asesino Gadafi en la operación militar de 2011 fue escasa y testimonial.
Bienvenida sea, pues, esta decisión árabe aunque se plantearán diversas cuestiones si el proyecto llega a materializarse. El objetivo confesado es el autoproclamado Califato/Estado Islámico que ocupa territorios en Irak y en Siria desde donde impulsa un terrorismo yihadista por el mundo pero en el aire están otras posibilidades como contrarrestar militarmente el expansionismo de Irán o el mantenimiento de ciertos gobiernos en el poder. Sería conveniente que las actuaciones de esta fuerza de intervención estuviesen avaladas por las NNUU. En los países que apoyan esta iniciativa prevalecen regímenes autoritarios y los que más la promueven son esencialmente suníes, suscitando poco entusiasmo en los mayoritariamente chiís como Irak y Catar. En todo caso, no llega a tiempo para contribuir a la coalición liderada por Arabia Saudí para recuperar ahora Yemen de rebeldes apoyados por Irán.
EEUU lucha contra Irán en Siria, con Irán en Irak y negocian con Irán en Suiza
El yihadismo del Califato Islámico está provocando no solo la llegada de voluntarios extremistas que acuden incluso desde Europa, y que retornan con predisposición terrorista, sino también el de un voluntariado en su contra por parte occidental, esencialmente norteamericano, con veteranos de Irak y Afganistán que suelen ofrecerse como monitores. Es un tema que debiera requerir un seguimiento cercano y un estricto control.
Un diario israelí acaba de sintetizar el difícil papel de Washington en el Oriente Medio, al decir que los EEUU luchan contra Irán en Siria, con Irán en Irak y negocian con Irán en Suiza. Más que subrayar una contradicción, como pretenden los que critican a Obama, la ocurrencia evidencia lo complicado del tablero en el Oriente Medio. Obama ha conseguido parcialmente su objetivo de salir de Afganistán e Irak y no podía meterse en el avispero de Siria sin perjuicio de ayudar a milicias no yihadistas contrarias a Assad quien, amparado por Teherán y por Moscú, puede acabar conviniendo más que una Siria yihadista si no es posible una democrática. En Irak la gobernabilidad pasa por la lucha contra el yihadismo sunita en lo que, naturalmente, ayuda Irán. En cuanto al acuerdo con Teherán para alejarla de la bomba nuclear, es imprescindible.
Carlos Miranda