La dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba tras las europeas del año pasado impidió hacer el análisis adecuado de lo realmente sucedido: en vez de mirar hacia dentro, analizar lo sucedido y hacer autocrítica, el PP prefirió mirar hacia el PSOE y celebrar una pírrica victoria cuando en realidad, debería haberse preguntado por las causas –y las consecuencias– de la pérdida de casi 20 puntos de apoyo y de su peor resultado electoral desde su refundación en 1989. Porque todo empezó ahí.
El tamaño de la derrota en Andalucía ha venido a confirmar el estado de situación de un PP en caída libre y que se ha dejado la mitad de su electorado desde las pasadas generales. Lejos de un resultado coyuntural adverso, se ha percatado de que se trata de un fallo estructural que conduce al colapso y se ha destapado la caja de los truenos. Hay ruido de sables en el PP ante la consciencia de lo que traerán municipales y autonómicas: el desmoronamiento del edificio de poder que ha sustentado la unidad interna del partido. Y los fantasmas han vuelto a aparecer: parece que ni a Rajoy respetan ya su silla. El partido de la pretendida estabilidad, desestabilizado.
Tal y como hemos podido leer en los últimos días, una miríada de voces internas se han alzado reclamando cambios. Cambios en un área tan sospechosa habitual en toda crisis política como la comunicación. Cambios también en el aparato del partido. Cambios y “autocrítica”.
Si me lo permiten, lo de la comunicación –bromas sobre plasmas e indemnizaciones en diferido aparte– tiene su punto cómico pues si algo no tiene el Gobierno es un problema de comunicación: la ciudadanía tiene perfectamente claros los logros de esta legislatura, más paro, más endeudamiento, más desigualdad.
En cuanto a la autocrítica, no deja de tener su punto que se la reclame a Rajoy el presidente de la Xunta de Galicia, él mismo un alumno aventajado de las políticas de austeridad que han llevado a Galicia a liderar la anemia económica y la destrucción de empleo el pasado año.
No, el problema del Partido Popular es que ha quedado desnudo y desarbolado ante la ciudadanía.
En primer lugar, se ha caído el mito –si es que en algún sector de la ciudadanía aún persistía– de la supuesta eficacia de la gestión económica del Partido Popular. La gestión económica del Gobierno sólo ha servido para añadir más paro y endeudamiento a una sociedad que le otorgó una amplísima mayoría precisamente para enderezar el rumbo económico y que sólo ha recibido en pago un aumento sin precedentes de la presión fiscal, la pobreza y la precariedad. Con estos precedentes –y con la caída de otrora mitos del PP como Rodrigo Rato o el caso Bankia–, el discurso de la eficacia y la recuperación económica ha quedado amortizado.
En segundo lugar, el PP ha sido incapaz de regenerar la vida pública cuando ésta ha eclosionado como una de las grandes reclamaciones de la ciudadanía. Al contrario, no ha movido un solo dedo para lograrlo. Es más, a sus problemas con la justicia, y con las finanzas de dos décadas bajo sospecha, no ha dejado de sumar decisiones que han sido entendidas por la ciudadanía como agravios, desde la manipulación de la radiotelevisión pública a la adopción de leyes que constituyen un ataque a las libertades públicas, como la mal llamada ley de seguridad ciudadana o ley mordaza, las devoluciones en caliente o la prisión permanente revisable, un oxímoron bajo el que trata de ocultar un pena de cadena perpetua en el país con los índices de criminalidad más bajos de Europa. Triste cierre de legislatura con medidas que nadie entiende ni comparte.
En tercer lugar, ya no hay quien compre el discurso del miedo. Frente a la estrategia de “El PP o el caos”, las elecciones andaluzas han venido a despejar incertidumbres sobre lo que se avecina, colocando en sus justos términos la fuerza de cada uno. Los nuevos –Podemos, Ciudadanos– se ubican. El renovado –PSOE– se afianza. Y el viejo –PP– se derrumba.
Está claro que el nuevo tiempo no es para los inmóviles ni para quienes, como Rajoy y la cúpula del PP, han hecho del dontancredismo seña de identidad, valor supremo.
Y a Rajoy se la están haciendo: los ciudadanos, en las urnas
Decía Jorge Semprún que cuando uno no hace autocrítica, terminan haciéndosela. Y a Rajoy se la están haciendo: los ciudadanos, en las urnas. ¿Los suyos, entre bambalinas? Habrá que estar atentos… Desde luego, la Semana Santa ha terminado, pero el Vía Crucis del PP no ha hecho más que empezar.
José Blanco