Despachan los medios la reunión de la Junta Directiva del PP con un decreto verbal del presidente: Rajoy impone la tregua hasta después de las elecciones de mayo. Como si estuviera decretando la reapertura de hostilidades en vísperas de las de noviembre, las generales, las que realmente importan. Véase la tontería. La más extendida después de que el presidente del Gobierno y del PP declamase su alegría por las altas cuantías de responsabilidad y unidad que se despachan en su partido.
Fue lo que dijo. Que no necesitaba hacer llamamientos en ese sentido porque el PP ya es bastante responsable y ya está bastante unido. Lo cual es el modo marianista de hacer el llamamiento en nombre del sentido común, a sabiendas de que no ha de faltarle a quienes, presidentes autonómicos y alcaldes, temen su respectivo desahucio en las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo. Les va bien apuntarse al diagnóstico del jefe. Les conviene creer que el PP está en forma para volver a ganar, según Rajoy, aunque la procesión va por dentro.
Los problemas del PP no son tan superficiales. Y no se resolverán por un simple decreto verbal del líder ante la aristocracia del partido reunida por primera vez después de dos años en la calle Génova. Son problemas que nacen, como digo, del miedo a las urnas de mayo. Está cantada una sensible pérdida del formidable poder territorial puesto en manos del PP por los ciudadanos hace cuatro años. Los síntomas han empezado a aparecer en el penoso trámite de elaboración de listas electorales. La pugna por figurar en puestos de salida -más arriba que hace cuatro años, claro-, es un buen verificador del previsible recorte en el poder municipal y autonómico de este partido.
No sólo el miedo al desahucio. También cuenta la poca confianza en la capacidad de reconquistar la voluntad de antiguos votantes. Ojo al dato: en su último paso por las urnas, susceptible de ser medido a escala nacional (elecciones europeas de 2014), el PP perdió casi siete millones de votos respecto a las elecciones generales de noviembre de 2011. Repito: casi siete millones de votos. Y, aunque en las encuestas sigue saliendo como primera fuerza, la pugna con otras tres (PSOE, Podemos y Ciudadanos) garantiza que este partido ya no podrá seguir haciendo de su capa un sayo por el desplome en expectativas de voto.
Entre otras causas, por sus dificultades para capitalizar en las urnas la mejora de la economía, por su insostenible forma de afrontar los casos de corrupción propios y por su incapacidad para tocar la piel de los ciudadanos, que lo ven como un partido antipático, distante y poco comunicativo.
Ser conscientes de sus males no supone acertar en el remedio. De ahí sus dispersas apelaciones, según quien las formule, a un mejor engranaje Gobierno-partido y a la necesidad de acercarse a los ciudadanos. Dos mandamientos que se encierran en uno: más política y menos economía, según tesis elaborada en FAES, ese tanque del pensamiento conservador donde reina Aznar y no Rajoy.
Antonio Casado