Para mí, que el actor Toni Cantó anuncie que se desvincula de la política activa, de su actividad partidaria, para volver de la musa al teatro, es, qué quiere que le diga, una mala noticia. Como lo es que del mismo partido, el regentado por doña Rosa Díez, se hayan ido apartando otras figuras inicialmente no ligadas profesionalmente a la política, como el filósofo Fernando Savater, los catedráticos Francisco Sosa o Mikel Buesa, la periodista Irene Lozano o el escritor Álvaro Pombo. No son casos idénticos, pero me resultan igualmente sintomáticos: el mayor atractivo de la UPyD centrista y colorista de Rosa Díez eran, precisamente, esas 'adherencias' variopintas que no procedían de las juventudes de los partidos, ni de los 'aparatos' de ejecutivas, comités centrales, federales o juntas directivas nacionales.
Pienso que el hecho de que gentes como la jueza Manuela Carmena, el catedrático Ángel Gabilondo o el economista Luis Garicano se lancen a esa piscina, tantas veces con muy poca agua, que es la política, resulta alentador. Voces nuevas, no necesariamente contaminadas por el 'y tú más', por los debates de sal gorda, por la inercia de las palabras sin sentido. Por eso, no figuro entre quienes achacan a Podemos o a Ciudadanos, cada cual en su esfera, que carecen de cuadros 'políticos' en sentido estricto, porque entiendo que la política consiste en gestionar los intereses de la gente corriente, como usted y yo, desde posiciones corrientes. Conocí hace una semana a una flamante parlamentaria andaluza, de una de las formaciones emergentes, cuya profesión anterior era/es la de piloto de helicópteros; seguro que muchos de sus emprendimientos políticos tienen, perdón por el inocente juego de palabras, mucho más altos vuelos que los de algunos de sus colegas de escaño que desde siempre han estado anclados en esa política de vuelo rasante y conceptos gastados que ha imperado en el secarral hispano.
Probablemente, nos hallamos ante una oportunidad única para propiciar una renovación a fondo de la clase política española. Y, cuando digo renovar -véanse los casos citados de Carmena o Gabilondo- no quiero, ni por asomo, decir simplemente 'rejuvenecer': hablamos de cosas distintas y distantes, aunque algunos hayan hecho del efebismo, del desprecio a la veteranía, su principal (y casi único) ideario en lo referente a regeneración política. Lo importante es que el aire de la calle entre en la política. Por eso me preocupó tanto el silencio de los seiscientos que escuchaban el 'más de lo mismo' de Mariano Rajoy en el cónclave de la Junta Directiva Nacional. Y mayor aún fue mi preocupación al conocer que prácticamente no hubo oportunidad para que interviniese cualquiera que pensase que puntualizar, completar o hasta, mirabile dictu, contradecir el verbo presidencial, era algo que merecía más la pena que simplemente aplaudir.
Sigo pensando que los partidos 'asentados' -incluyendo, hasta cierto extremo, a los emergentes- no se dan cuenta de hasta qué punto un tsunami aún no demasiado perceptible está llegando a las tranquilas playas del secarral. Y, desde mi humilde puesto de vigía profesional, no contemplo a nadie preocupado, ahora que estamos nuevamente en (pre)campaña electoral, de otra cosa que no sea salvar los muebles. Por eso mi disgusto ante el hecho de que alguien de quien nunca fui particularmente amigo, pero que ha sido siempre una especie de 'verso suelto', como Toni Cantó, deje vacante su escaño y su candidatura a la alcaldía de Valencia para ser reemplazado por ¿quién?. Desconozco, cuando esto escribo, el nombre concreto, pero mucho me temo que no podrá ser otra cosa que un turiferario de esa musa que obliga a Cantó, que ante el tsunami seguro que sería uno de los músicos de la orquesta del Titanic, a pasar de nuevo al teatro.
Fernando Jáuregui