Se abrió el telón. Apareció Rajoy y habló durante 40 minutos. Se cerró el telón. Este es el resumen de la última Junta Directiva Nacional del PP, el máximo órgano del partido entre congresos. Nadie levantó la mano para poner contrapunto al discurso autoelogioso que hizo el líder. Según la diputada Cayetana Álvarez de Toledo, nadie les dio opción a hacerlo. Salvo ella, que publicó un artículo con lo que no pudo decirle a Rajoy en la reunión, y Núñez Feijóo que, ya en la calle, reconoció que el PP había tenido aciertos y errores y que estos últimos habían dejado cicatrices en el partido, nadie ha dicho nada.
Esa misma mañana el alcalde de Valladolid, León de la Riva, había declarado que no pensaba acudir a la Junta porque ya no tiene edad de ir de palmero a una arenga. Es verdad que ha llegado a la conclusión después de dar palmas durante 30 años, pero visto lo visto se comprende lo que quiso decir.
Rajoy decretó en su discurso la unidad del partido, certificó que todo iba viento en popa gracias a su gestión y que, consiguientemente no pensaba variar el rumbo ni hacer cambios en el puente de mando. Lo demás, menudencias con las que no conviene despistarse. En cada una de estas sentencias fue ovacionado. Tanta unanimidad en el aplauso y en la ausencia de crítica abruma. Y, descartada una general afonía en el coro, sólo cabe barajar dos opciones: o los dirigentes del PP ignoran lo que sucede en el país y en el partido o carecen del suficiente coraje como para levantar una voz discrepante en un tiempo de previsible castigo electoral en el que faltarán asientos para acoger tantos nobles traseros. Pero deberían ser conscientes de que un partido que no se respeta a sí mismo es difícil que conquiste el respeto de los votantes.
Sostiene Rajoy como argumento de autoridad que el equipo del partido es el mismo que llevó al PP en 2011 a una victoria global. Parece confundir el movimiento de su apacible mecedora con el seísmo político que se ha producido en estos cuatro años y que se ha intensificado en los últimos 12 meses. Él verá lo que hace. Y los palmeros, también.
Isaías Lafuente