martes, noviembre 26, 2024
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Patio sin luces

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Estás viendo correr a Cristiano, miras para arriba y allí están los visillos y tu señora haciéndote señas por la tele para que vuelvas a casa. Te jode la puesta en escena. Dilo tú, polaquito, que tienes la palabra justa. A mí se me desparraman y no me arrimo.
Así hablaba un hombre muy grande y muy sucio, lleno de fulares que se le iban cayendo como si fueran escamas. Por encima de su oronda figura, llevaba un batín descuajeringado y un abrigo con las levitas arrancadas. Y la joya final le rodeaba la muñeca: la pulsera magnética de Cristiano. La que le libraba de todo mal, especialmente del trabajo, como solía decir cuando alguien le preguntaba.

El del Rayo es un estadio arrancado a las fábricas. Y así no se puede. ¿Tú has visto a John Wayne hacer la declaración de la renta? Pues eso.

-Y el césped.
-Y el césped.
-El hombre no fue a la luna y aquí se rodó el engaño. En el césped del estadio del rayito.

Grandes risas en el bar, que se sincronizan con los prolegómenos del partido. Apenas hay media docena de hombres, todos en posiciones estratégicas como si temieran que el establecimiento fuera a ser tomado por una horda de indios apaches.
Suena una banda sonora de música clásica durante el minuto de silencio de rigor.

-¡En pie!, dice el hombre de los fulares levantándose con dificultad.
-Anda, música clásica en Vallecas. Esto es como las misiones pedagógicas de la república. El Madrid lleva la civilización a los lugares más ignotos. El polaquito deja caer sus sentencias sin mirar al televisor, sentado en una silla baja y con las piernas cruzadas de forma inverosímil. Tiene un suave deje andaluz y una voz muy clara que obliga a la concurrencia a prestarle atención. Y yo me pregunto ¿Quién se ha muerto y por qué nos obligan al silencio? Vivimos en una semana santa perpétua. ¡Hala Madrid!

Comienza el partido y el polaquito se santigua rápidamente, intentando que nadie le vea.

-Hasta que no la coja Benzemá, yo no miro. Avisadme.

Karim recibe en su lugar de origen y le dan una patada que lo echa a tierra.

-¡Son unos bárbaros! exclama el polaquito. Esto lo hacían en la guerra civil. Entraban en las iglesias, sacaban las imágenes y las destrozaban a palos. ¡A las imágenes!

Los primeros minutos del partido son arbitrarios, como casi toda la literatura que sale del patriarca Jémez. El rayo hostiga al madrid hasta lo más adentro posible y le impide razonar, posar a sus grandes pensadores sobre el césped para que manejen los hilos del partido. El centro del campo es un no-lugar, en el que en vez de aclararse la jugada, se ofusca definitivamente. Y las pocas veces que los caballeros de adelante cazan la bola, o yerran en el penúltimo pase invadidos por el ansia, o caen en el fuera de juego, o son atropellados por un tótem enorme de nombre Manucho. Pasan los minutos y sólo la diagonal de James -jugador de sílex y terciopelo- hacia Bale está cerca de hacer saltar los plomos en la casa del pueblo vallecana.

El hombre del abrigo y los fulares se vuelve hacia el polaquito. ¿Qué está pasando? Yo no me entero. Veo a la gente correr por ahí, espantada, como si un gigante los fuera a pisotear

-El rayo es el desorden. Y del desorden no sale nada bueno. No le puedes poner números encima. Cuatro, cuatro, ¿qué?. No hay manera de definirlo. Y nos lleva a nosotros a la sopa cósmica esa que no alimenta pero engorda. Míralos ahí, dando coces. Yo si un día tengo un país, prohibo lo que no entienda. Lo ininteligible. El barullo. Todo prohibido. Grandes cárceles de reeducación presididas por el retrato gigante de Don Fabio.

Iker despeja de puños.

-Pero cógela hijo mío, cógela. ¿Tanto te cuesta? ¿Cómo educaron a este chaval? Cuando su mujer le pasa al bebé, ¿lo despeja de puños y lo manda a la otra esquina del salón?

Iker vuelve a despejar de puños y esta vez ha sido una ocasión de gol. Suena un grito lastimero que viene de la calle. iiiiiiiiiiiiiiiikeeer.

-Eso son los frenos del camión de la basura ¿no?

El polaquito mira hacia el techo del bar, cierra los ojos y frunce el ceño hasta hacerse daño:
No. Es la tierra, que nos avisa.

Cristiano es derribado en el área del Rayo y el árbitro le saca tarjeta amarilla.

-El árbitro se está vengando del Madrid. Es de los que les duele la unidad de España. El hombre grande de los fulares se ha quedado inmóvil. Normalmente toda su energía se concentra en su interior si a los 30 minutos de partido el Real no ha marcado. Y es el caso.

En ese momento pasa una mujer mulata por la calle meneando el oro que lleva en las caderas. El polaquito se levanta y se asoma a la cristalera que lo separa de fuera.

-La unidad en la diversidad, digo yo. Eso es mucho mejor todavía, murmura. Mira, desde aquí abajo se ve mucho mejor el partido. Incluso parece que corren, aunque no sé si es el efecto óptico.

El árbitro pita el final de la primera parte y se hace el silencio en el bar. Pareciera que el fútbol es una excusa para que los hombres hablen entre ellos y no se pasen la vida mirándose, silentes, pensando sobre cómo serían las cosas en cualquiera de los universos posibles excepto en este, en el que nada está permitido.

El segundo tiempo empieza con otro ritmo. El Madrid da media docena de pases con sentido en su campo, y esa geometría es implacable con el rayo, que comienza a dejar grandes manchas sobre el césped llenas de nada, océano donde se mueve la BBC de maravilla. Carvajal, que había hecho un partido zafio y caótico, contagiado por el enemigo, recibe un balón saltarín acosado por un jugador rayista. Lo atraviesa sin miramientos y enfila como un suicida el área rival. Llegado al punto marcado con una x, centra hacia Cristiano, que cabecea su gol número trescientos mil como si saliera de la niebla.

En cuanto Ronaldo marca el gol el hombre grande se levanta y se dirige tambaleante a la puerta.

-Asunto acabado. Y yo me alegro por Cristiano, eh? Pero lo que viene ahora es regodeo y eso no me gusta.

Iker despeja de puños, el balón le acaba llegando a Cristiano (la vida sigue) y le deja a James un balón lleno de espuma en la frontal. El colombiano controla hacia su zurda y ejecuta en sincronía con el saltito de Bale, que hoy estuvo para eso, para coreografías de salón.

El polaquito ha perdido cualquier interés en el partido. Mira a una esquina perdida del bar, como si allí estuviera el horizonte.

Entra Isco para cerrar con velcro el partido y corretea por el frente del ataque ejecutando en media hora lo que a James le lleva un gesto de cadera. La posibilidad de una goleada que había abierto el hambre al madridismo no cristaliza por pura desidia. Y en el final no hay más que segmentos deshilachados, interrupciones, pases filtrados llenos de estereotipos, la energía deprimente del rayo.

Y Casillas despejando de puños.

Rayo 0 – Madrid 2

Real Madrid: Casillas; Carvajal, Ramos, Varane, Marcelo; Modric, Kroos, James (Nacho, m. 90); Bale (Chicharito, m. 90), Benzema (Isco, m. 71) y Cristiano Ronaldo. No utilizados: K. Navas; Coentrao, Illarra y Jesé.
Rayo Vallecano: Cobeño; Tito, Amaya, Zé Castro, Nacho; Fatau (Jozabed, m. 56), Trashorras; Kakuta, Bueno (Miku, m. 68), Embarba (Aquino, m; y Manucho. No utilizados: C. Álvárez; Ba, Insúa y Liça.
Goles: 0-1. M. 67. Cristiano Ronaldo, de cabeza, a pase de Carvajal. 0-2. M. 73. James, de disparo ajustado con la izquierda.
Árbitro: Melero López. Amonestó a James, Tito, Nacho, Cristiano, Bale, Kroos, Carvajal, Cobeño y Amaya.

14.000 espectadores en Vallecas.

Ángel del Riego

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