En este tremendo hervidero en que se ha convertido la política española, es necesario de vez en cuando hacer un poco de abstracción del mismo y mirar hacia otros horizontes que poco o nada tienen que ver con la colmena interna, con el fin de atender debidamente a la marcha del mundo en su conjunto y no perdernos en la pequeñez de nuestra vida interior. Estas horas medito y trato de analizar el cambio sustancial que se está produciendo en el conjunto de las Américas y especialmente en el crucial asunto de la superación del larguísimo conflicto entre Estados Unidos y Cuba. Dios mío, son casi sesenta años, la vida entera de muchas personas, desde aquellos tiempos del comienzo de la revolución cubana, tiempos de esperanza y también de terribles errores. Errores como sobre todo el estúpido embargo a La Habana, que contribuyó como nada a taponar las salidas al entonces recién iniciado conflicto, pero sin dejar al margen las equivocaciones del castrismo especialmente en el tema de las libertades. Una revolución que nacía para borrar una despreciable dictadura y que pronto empezó a cometer tropelías parecidas a las de la dictadura derrocada en el 59. Parece mentira todo lo sucedido desde aquel entonces.
Parece mentira pero ahí lo tenemos convertido en historia y en vida de casi sesenta años. Por Cuba han pasado solo dos protagonistas y nunca les llegó el momento de tomar unas decisiones serias para salir del atolladero. Por Washington han pasado muchos más protagonistas pero esos presidentes fueron incapaces de coger el toro por los cuernos y propiciar un remedio, un entendimiento, unas soluciones al conflicto. Tuvo que llegar el presidente Obama, en el nuevo tiempo también de Raúl Castro, para que comenzase a atisbarse un cambio profundo, que todavía no ha llegado pero del que se han sentado ya las bases iniciales. «Obama es un hombre honesto al que admiro», es la frase más llamativa del dirigente cubano en estos días de la trascendental Cumbre de las Américas. Detrás de tales palabras se esconden todas las esperanzas, el final del maldito embargo que para nada sirvió, excepto para bloquear gravemente cualquier posibilidad de salida de Cuba de la pobreza. Y la esperanza de normalizar las relaciones diplomáticas y de toda especie entre ambos Estados americanos. Obama y Raúl Castro están llamados a pasar a la historia de América y del mundo. Que no se demore el proceso y que se culmine con toda grandeza.
Pedro Calvo Hernando