sábado, noviembre 30, 2024
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El Rato que yo conocí

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 Odio hacer leña del árbol caído, y Rodrigo Rato es ya madera presta para la combustión. Le conozco desde antes de los tiempos colegiales, es decir, desde hace muchas décadas, nunca he sido amigo personal suyo -él estaba algún curso por delante- y mis contactos profesionales con él han sido esporádicos: menos cuando era el 'superministro' económico de Aznar, más cuando era el portavoz del grupo Popular, ninguno cuando presidió Caja Madrid y menos que ninguno cuando encabezaba el Fondo Monetario Internacional, del que salió sin explicarnos por qué.

Hago esta excursión hacia lo biográfico para señalar exactamente cuál es mi relación con alguien a quien se aprecia como persona a la que se conoce desde tiempo atrás, pero con la que no he tenido nunca una especial confianza: él tampoco facilitaba el acercamiento, y menos aún siendo yo un periodista.

Lo que ocurre es que Rato se me ha convertido de pronto en un referente del pasado. Nunca pude sospechar que este político fogoso en el combate parlamentario, que en una ocasión, en la que un diputado socialista le insinuó unas posibles relaciones cuestionables con un banco extranjero -HSBC–, dejó clavado a su adversario dialéctico amenazándole con una querella en los tribunales, hubiese podido, y lo dejo en condicional, tener actividades más allá de lo lícito.

Y claro, ocurre que Rodrigo Rato casi llega a ser presidente del Gobierno de mi país. Estaba en la rampa de lanzamiento, hasta que el dedo de Aznar se dirigió a Mariano Rajoy. No creo, la verdad, que en aquellos momentos el Aznar que se retiraba seleccionase a Rajoy sobre Rato porque dudase de la probidad de este último; más bien pienso que, teniendo Rato fama de mejor gestor que el gallego, el entonces presidente le descartó por sus actitudes 'desviacionistas' respecto de la participación de España en la guerra de Irak. Demasiado olfato político tenía Rodrigo Rato como para no saber que aquel empeño aznarista en seguir los dictados de Bush acabaría mal.

El caso es que Rato, en sus actividades ya fuera de la vicepresidencia económica y, por tanto, fuera de los límites de la estricta actividad del PP, ha actuado de manera al menos muy cuestionable, y así lo digo por respetar la presunción de la inocencia penal -que no, en este caso, de la estética. Ni de la ética–. Y, se quiera o no, y aunque sea tangencialmente, salpica a la historia del Partido Popular. La elegancia de que sin duda suele hacer gala Mariano Rajoy no le exculpa de su tardanza en salir a hablar de un hombre que, como Rato, lo ha sido casi todo primero en Alianza Popular y después en el Partido Popular, de la misma manera que los responsables del PSOE ya van tardando demasiado en pasar lista a su propia historia, ahora representada en José Antonio Griñán y Manuel Chaves. El PP, que no es un partido más deshonesto que los demás, y que está conducido por alguien de cuya honradez ni se me ocurriría dudar, como Rajoy, tiene que ajustar cuentas con su pasado: han desfilado por allí varios secretarios generales, y no solamente algunos tesoreros. Hay muchas figuras pretéritas cuestionadas, y me parece que algunas pugnas subterráneas de la actualidad tienen que ver más de lo que pensamos con aquellos organigramas anteriores que tratan de ocultarse.

Cierto: los periodistas estábamos, entonces, mucho más atentos a los árboles que al bosque, y eso, unido a los escándalos de la última Legislatura de Felipe González, que nos tenían absortos, explica muchos de nuestros despistes con respecto a lo que se hacía en el partido presidido por Manuel Fraga, primero, y por José María Aznar, después. Tiene sus razones Mariano Rajoy para temer que las investigaciones históricas tan en boga, más aún que las eternas instrucciones judiciales, podrían, en cualquier momento, estallarle en las manos, que son, me parece, bastante inocentes en lo personal, aunque no sé si tanto en lo colectivo. Porque ya vemos que no hablamos solamente de Bárcenas o de los alcaldes de la Gürtel: Rato, el hombre a quien solo un azar de última hora separó de la posibilidad de ser el hombre más poderoso de España, es la demostración viviente de que tal vez se hicieron muchas más cosas equivocadas -vamos a llamarlo así- de las que pensamos en estos cuarenta años desde que comenzamos a transitar por la democracia.

Fernando Jáuregui

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