lunes, noviembre 25, 2024
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La España que hiela y duele

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«Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón» (Antonio Machado).

España es una gran Nación, un país que merece la pena. Esta España nuestra tiene en su haber muchos logros, muchas realidades y miles y miles de ciudadanos que no pueden más que provocar admiración, gratitud y orgullo. Esta es la España luminosa. La que supo perdonar, la que en su momento, fue capaz de conjurar los bochornosos y empobrecedores límites a la libertad y derechos de todos. La España luminosa es la que está formada por gentes anónimas que hacen el bien todos los días sin hacer ruido, son esas heroínas anónimas que cuidan con mimo y muy escasos recursos a un hijo con una enfermedad incurable.

Esta España merece la pena. Pero como bien advertía el extraordinario Antonio Machado, hay otra España, esa otra que duele. Duele la España formada por familias que no llegan a fin de mes, por hombres y mujeres que se levantan sin saber que hacer con su tiempo porque nadie les da la oportunidad de un trabajo. Duele la España que forman los ancianos y los niños abandonados. Duele hasta rompernos por dentro.

Y hay, además, la España que hiela el corazón. Esta es la formada por todos aquellos que teniendo la obligación primera de la ejemplaridad, de la verdad, de la limpieza en el discurso y, sobre todo, en los hechos nos han defraudado, nos han engañado vilmente y se han desmoronado como al final se desmoronan los que a la postre no son más que dioses de barro.

Duele la España que forman los ancianos y los niños abandonados

Resulta insoportable levantarse todos los días con algún episodio de corrupción, de engaño y de desvergüenza. La lista es larga y no es necesario que sean sancionados penalmente para poderles atribuir el delito de escándalo social, de ausencia absoluta de límites, de impostura. La lista es larga y conocida. Cuando no es Pujol es Rato, cuando no es Gürtel es Bárcenas, cuando no los Eres, el viaje del Papa a Valencia. Para colmo y haciendo zapping leo una conversación inenarrable entre De la Rosa y, ¡¡el pequeño Nicolás!!. Casi imposible de creer, pero cierto.

Todo esto hiela el corazón. Nos llena de rabia y de desconfianza. ¿Por qué?. ¿Por qué si tenían todo siempre quisieron más sin reparar en los métodos para conseguirlo?. ¿Por qué?.

Con todo, no podemos dejarnos atrapar solo por la rabia y mucho menos por la desesperanza. A final, aunque sea con enorme retraso, poco a poco, todos van cayendo. Todos se van encontrando frente al cristal de los jueces, del reproche social y esto significa que las instituciones funcionan. En medio de tanto hielo, no es cosa menor saber que el Estado tiene resortes suficientes para actuar contra quienes han hecho tanto daño al cuerpo social. Y este el camino. En democracia no hay ni debe haber otro que escrupulosos controles, acción judicial con todas las garantías que brinda nuestro sistema y separar con nitidez para no caer en injusticias que también dañan el sistema, a los dignos de los indignos. Sigo pensando que los primeros, los dignos, son más, muchísimos más que aquellos otros han logrado helarnos el corazón.

Charo Zarzalejos

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