domingo, noviembre 24, 2024
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El drama que no cesa

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Paz, libertad, democracia, estado de derecho, progreso. Son pilares sobre los que los europeos hemos edificado nuestra casa común, nuestro modo de vida, nuestra convivencia. Incluso tras largos años de profunda y cruenta crisis económica, que ha causado la destrucción de millones de puestos de trabajo, empobrecido a millones de europeos y golpeado sin piedad el Estado del Bienestar, la sociedad europea sigue disfrutando de uno de los niveles de bienestar más elevados de todo el planeta.

Por eso se hace más insoportable todavía observar lo que ocurre en nuestras mismas puertas: violencia, hambre, miseria. Muerte.

Las muertes de los últimos días en el Mar Mediterráneo causan consternación, espanto, vergüenza. De confirmarse las noticias que hemos venido conociendo, más de 1.300 personas habrían fallecido en apenas unos días debido al naufragio de los barcos en que trataban de alcanzar las costas italianas. Huyendo de la miseria y la muerte en sus países, la han encontrado en barcos de la muerte de traficantes sin escrúpulos que juegan impunemente con la necesidad y las vidas de los más desesperados.

Por desgracia, no es nada nuevo. Las muertes de inmigrantes a lo largo de la frontera sur de Europa se han convertido en recurrentes a lo largo de los últimos años, con crisis que han llenado de muertes de inocentes las costas de toda Europa. Lo sabemos bien en España.

Esto no puede seguir así. Europa no puede permanecer impasible ante la tragedia que sacude su frontera sur.

Aun reconociendo los esfuerzos de la Alta Representante, Federica Mogherini, para hacer frente al drama -de hecho, ha sido bajo su mandato cuando por primera vez un Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores de la UE ha abordado esta tragedia-, la magnitud de la misma exige ir más allá. Hay que pasar de las palabras a los hechos, porque mientras crece cada día el espanto ante la magnitud de la tragedia, esta no cesa. Al contrario, se cobra nuevas vidas.

Europa no puede seguir respondiendo a este desafío como si se tratara única y exclusivamente de una cuestión de control fronterizo, de presupuestos o medios humanos y técnicos para frenar los flujos migratorios. Es evidente que hay que incrementar los medios para la búsqueda y rescate de los inmigrantes que se juegan la vida en el Mediterráneo y que hay que ayudar a los países que constituyen la frontera sur de Europa en sus esfuerzos para afrontar el drama y salvar vidas, principalmente en estos momentos a Italia, que se ha convertido en el principal destino de miles de desesperados que huyen de los conflictos de Libia o Siria.

La Comisión y los Estados miembros, por tanto, deben dar un paso al frente tomando una acción decidida para evitar la muerte de aquellos a quienes la desesperación fuerza a caer en brazos de traficantes sin escrúpulos, combatiendo sin cuartel a redes que explotan a los inmigrantes y que les conducen a una muerte casi segura.

Igualmente, Europa debe facilitar canales seguros y legales para el acceso a la Unión. Nadie puede concebir que un cierre de fronteras vaya a impedir que gente que sufre miseria y horror en sus países de origen vaya a dejar de salir de los mismos por falta de vías legales para hacerlo. Europa debe, por tanto, repensar qué canales y qué cupos de emigración legal ofrece y replantearse su política de asilo.

Pero, sobre todo, debe atacar con decisión el origen del problema. Urge apoyar todos los esfuerzos para lograr el fin de los conflictos que desangran países como Libia o Siria. Y urge una política que incremente la inversión en desarrollo en los países origen de la emigración, llegando a acuerdos allí donde sea posible para crear las condiciones socioeconómicas que permitan mejorar las condiciones de vida de esos países, frenando así la necesidad de emigrar.

Porque mientras exista desesperación, no cesará el drama.

José Blanco

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