Pedir la dimisión de Montoro, al comparecencia de Rajoy, una comisión de investigación y el harakiri del Gobierno forma parte del guión. Fríamente contemplado no hay razón. Se demuestra que la amnistía fiscal no presuponía otra cosa que aflorar un dinero oculto y si este tenía origen no licito o sospechoso investigarlo y actuar, como ha sido el caso y pueden ser los próximos nombres que aparezcan. O sea, que los que intentaron lavar dineros sucios han acabado por caer en su propia trampa. Lo que Rajoy pueda decir de los de Rato es nada. La investigación quien debe hacerla es quien la está haciendo, la Agencia Tributaria, la Fiscalía Anticorrupción y los juzgados. Lo otro es simplemente un apedreamiento político. ¿De qué se puede acusar pues a la administración?. ¿De cumplir con su deber haciendo lo que debe aunque el investigado se llame Rato y estén a un mes de unas elecciones con el impacto que eso va a tener contra ellos y su partido?
Pero es que para desolación del Partido Popular el acusado es Rodrigo Rato. Ni más ni menos que Rato. Que ya no está en el partido, a raíz de su implicación en el asunto Bankia y de las Black, que han sido sus tejemanejes privados, sus intentos de esconder su patrimonio para no afrontar las responsabilidades que se deriven de los procesos, que amen de no haber declarado, y ello es terrible éticamente en quien fue vicepresidente económico y nos admonizaba a los demás a hacerlo, siguió ocultando y defraudando hasta que ya no solo incurrió en esa tacha moral sino en un delito penado. Presuntamente todo, claro.
Es Rato. Y ello tiene tal impacto que los dirigentes populares, los alcaldes, los presidentes de las comunidades, del primer al último candidato sienten y presienten que el cielo y todos los techos se les han desplomado sobre sus cabezas y que si ya la semana pasada lo tenían en verdad difícil ahora lo tienen pavoroso. Y su angustioso palpito es que ellos son quienes van a pagar por todo. Justa o injustamente, aunque no tengan nada que ver con ello, el castigo van a sufrirlo ellos.
Algunos, sin embargo, que se frotan las manos y que suponen que van a aprovechar el derrumbe, quizás se lleven la peor de las sorpresas. Me refiero al PSOE. No se dan cuenta que por mucho que se hagan los escandalizados y hasta sobreactúen, ellos están en el mismo saco ante la opinión pública, que ellos son también parte de el tinglado que descubre cada día lo más putrefacto de la farsa. Puede uno intentar ponerse en el lugar de quienes han hecho incluso con nota su trabajo. Quienes, es innegable, recogieron un país en el despeñadero y han conseguido salvarlo. Su frustración de que ello no parece que vaya a ser tenido en cuenta. Y hasta su miedo de que España, con el corrimiento telúrico que parece avecinarse, pueda volver a una deriva de reproducción de catástrofe económica. Pues sí. Todo ello son razones. Poderosas, racionales. Pero enfrente está esa imagen y ese nombre. Todo ello hoy apenas pesa. Lo que pesa, la losa inmensa, como símbolo, como ejemplo máximo del cenagal, es Rato.
Antonio Pérez Henares