Quienes tantas veces habíamos señalado la progresiva mimetización de Podemos con los usos y costumbres de la casta, no resistimos la tentación de saludar la denuncia pública que, en términos no muy diferentes, ha formulado inesperadamente el hasta ahora numero tres del partido de los indignados, Juan Carlos Monedero. A saber: «El contacto permanente con aquello que queremos superar hace que a veces nos parezcamos a lo que queremos sustituir«.
Vaya, ahora se entera Monedero que para el líder carismático, Pablo M. Iglesias, es más importante un minuto de televisión que reunirse con los militantes de base («círculos», en su lenguaje alternativo). De pronto ha descubierto que cuando una fuerza política entra en el juego electoral, con la indisimulada pretensión de acceder al poder, se convierte en «rehén del Estado en su peor versión» (son sus palabras).
Al entender que su partido ya está incurriendo en esos males, ha optado por la espantada. El jueves presentó su dimisión y el jefe se la aceptó, pocas horas después de que su viejo amigo de la Universidad criticara la estrategia de Podemos y se declarase traicionado, decepcionado y defraudado. También pocos días después de las tensiones internas creadas por los recientes viajes de Monedero a Euskadi.
O sea, que el gran compañero de viaje de Pablo M Iglesias se cae de la foto con la intención de volver al tajo, a «la calle y la reflexión». Dice que el cuerpo le pide volver a sentir la frescura de esas asambleas donde se enarbolan banderas republicanas, se denigra el régimen del 78 y se sueña con la demolición del «régimen», mientras que al número uno le da por retratarse con Felipe VI e Iñigo Errejón dice «transformaciones estructurales» donde antes hablaba de «proceso constituyente».
El contratiempo se suma a la caída en las encuestas
Demasiado para Monedero. Uno menos en la memoria fotográfica de Vista Alegre. Y hasta puede que, como hacía Stalin con los discrepantes, los dirigentes de su propio partido decidan borrarle con la ayuda del photoshop. De algún modo ya empieza a hacerlo Iglesias con la excusa tonta de que lo de su amigo Monedero es cosa de intelectuales, que han nacido para reflexionar y no para asumir responsabilidades orgánicas.
El contratiempo se suma a la caída en las encuestas. Justo el efecto contrario que esperaban conseguir con el blanqueo de sus propuestas más radicales, a fin de hacerlas más asumibles ante los poderes fácticos de este país. Pero el compañero de cordada ha salido respondón porque no acepta esa operación revisionista, al verla como una forma de traicionarse a sí mismos y de sumar los defectos ajenos a los propios.
Iglesias dice que Monedero será más útil trabajando sin tener encima «la losa de las responsabilidades orgánicas». Más que una losa, yo diría que se trata de una lápida mortuoria. La que se echa encima el partido por tratar de parecerse a lo que repudia. Es una contradicción.
Antonio Casado