martes, noviembre 26, 2024
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Confusión papal

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Muchos aplauden al Papa Francisco celebrando sus declaraciones de política internacional. En tal caso aplauden al Jefe de Estado, al jefe político del Vaticano, más que al Papa como líder religioso, lo verdaderamente suyo por ser, primero, Obispo de Roma. El Vaticano es un Estado. Un mini Estado teocrático. Apenas tiene medio kilómetro cuadrado, lo que contrasta con la influencia religiosa y política de la Iglesia católica.

Que esta Iglesia tenga presencia internacional es normal. La tienen las principales religiones. Es legítimo mientras adopte posturas correspondientes con sus convicciones religiosas, respetando la legalidad, que no sean obligatorias para los que no son sus fieles y sin concesiones a intereses no religiosos. De lo contrario se comporta como cualquier actor político defendiendo intereses partidarios, como si fuese un partido político disfrazado de oveja inmaculada.

Faltan iniciativas hacia una igualdad de género en la Iglesia

La confusión entre la faceta religiosa del Papa y la política del Jefe de Estado del Vaticano es perniciosa pero sirve maravillosamente a la Iglesia católica para hacer política amparándola tras un escudo religioso con la aprobación devota de sus partidarios y de bastantes distraídos. El que Francisco mencione el genocidio armenio, provocando la ira de Turquía que retiró a su Embajador en la Santa Sede (denominación engañosa del Vaticano en el mundo diplomático al colar una consideración meramente religiosa), constituye un posicionamiento esencialmente político como cuando comenta sobre la inmigración ilegal o la Expo de Milán sobre la alimentación mundial.

Francisco también quiso intervenir en el conflicto palestino cuando invitó a un encuentro pretendidamente espiritual al Presidente de Israel y al de los palestinos. Encuentro con ruido pero sin nueces porque un Presidente israelí sin capacidad ejecutiva, y saliente, como lo era entonces Shimón Peres, nada podía hacer de verdad. Fue un gesto de propaganda papal. Mejor ha sido su feliz mediación entre la Habana y Washington. Hay otros ejemplos de intervención explícita o discreta en materias internacionales pero no es aceptable que su actuación política sea camuflada bajo sotanas cuando en el ámbito religioso se percibe el inmovilismo. Antes debiera ser Obispo de Roma que Jefe de Estado.

Habrá movimiento en materia de pedofilia, pero justo lo necesario para capear un temporal lamentable que la Iglesia, quizás, espere que sólo sea pasajero, en lo que se equivocaría. Además, sus medidas al respecto, cuando las toma, no han sido tan ejemplares ni rápidas. Tampoco explicita la Iglesia que preside Francisco las medidas preventivas para evitar curas pedófilos. Ni avanza hacia una mejor interrelación con la sociedad como lo sería aceptando el matrimonio de los sacerdotes. El matrimonio de los ministros religiosos lo han asumido protestantes y ortodoxos. También faltan iniciativas hacia una igualdad de género en la Iglesia, como hacen los anglicanos, y en lo de una Iglesia de los pobres. Rouco, un mero ejemplo entre otros como algunos cardenales de la propia Curia vaticana, lo escenifica sin ejemplaridad con su lujosa jubilación en claro contraste con Francisco que se aloja modestamente. Los católicos divorciados y vueltos a casar civilmente siguen siendo unos apestados.

Juan XXIII tuvo la valentía de convocar un Concilio nada más sentarse en su trono. Francisco lo evita desde que le eligieron porque prefiere la política

La confusión político-religiosa que practica la Iglesia sólo le interesa a ella para avanzar ideológica y materialmente en este mundo al amparo de una reclamada sacrosanta religiosidad. Esta confusión es mala y perversa además de antidemocrática y, consecuentemente, inaceptable.

Sin perjuicio de opinar sobre lo divino y lo humano, Francisco haría mejor en desdoblar claramente sus funciones y demostrarnos su publicitado carácter liberal ofreciendo, de “motu proprio”, adecuar la relación España-Vaticano y Estado-Iglesia en nuestro país a los tiempos modernos. No quieren sus subordinados eclesiásticos para no renunciar a privilegios inaceptables. Actitud ni democrática ni cristiana. ¿Qué decir de la postura de Francisco con los homosexuales? No les quiere juzgar, dijo, pero lleva meses rechazando de hecho a un Embajador francés porque es gay, sometiéndole, asimismo, a una singularización inadmisible.

Como a sus predecesores papales, a Francisco le gusta pontificar en el marco internacional, brindar al sol celeste en temas sociales o proceder a reformas administrativas de la Curia vaticana y de su banca, sin duda necesarias, pero en el ámbito propiamente religioso todavía no hay rastro de modernización. Como siempre, sigue siendo de Dios lo que es de Dios y de la Iglesia lo demás, no del César.

Juan XXIII, con un panorama interno de la Iglesia tan conservador como el actual, tuvo la valentía de convocar un Concilio nada más sentarse en su trono en 1958. Francisco lo evita cuidadosamente desde que le eligieron hace dos años porque prefiere la política. Como para cualquier Papa, eso es excesivamente terrenal e inadecuado. Del Concilio Vaticano II salieron conclusiones avanzadas que luego la Iglesia, poco a poco, pero implacablemente, ha tirado a la basura infernal con la complicidad de papas como Juan Pablo II o Benedicto XVI. Quien no osa no reforma.

Carlos Miranda

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