Uno de los tópicos que adornan el sistema democrático se basa en dos afirmaciones discutibles: la alternancia en el poder y la necesidad de pactos. Pero una cosa son los adornos y otra muy distinta que esos adornos estén en la esencia misma del menos malo de los sistemas políticos según dijo Churchill, aunque la frase no es textual. Quiero decir que sobre la alternancia lo que verdaderamente importa es la posibilidad de que se produzca si los ciudadanos quieren, pero no parece condición sine qua non viendo, por ejemplo, el caso de Andalucía dónde, cómo se sabe, el PSOE lleva 33 años sin alternar nada y subiendo. Lo de los pactos resulta más complicado porque el pacto siempre lleva un peaje que pagan quienes apoyan y quienes reciben el apoyo. Estamos hartos en el Congreso de ver como se cambian votos favorables de grupos nacionalistas por ejemplo a unos presupuesto generales -incluso a cosas menores- que afectan al conjunto de los españoles por obras «locales» que nada tienen que ver con los votos prestados. ¿Eso es democracia o chantaje?
Ahora estamos asistiendo -y lo que nos queda- al hasta cierto punto bochornoso espectáculo que ha protagonizado la hasta hoy (ayer) posible presidenta de la Junta de Andalucía y los representantes de los dos neopartidos que poco tienen que ver el uno con el otro. Susana Díaz dejó a Chaves y a Griñán a los pies de los caballos sin demasiados problemas porque era una de las condiciones que le ponían las minorías para dar su abstención (ni siquiera su apoyo) y la candidata debió pensar que el poder bien vale la cabeza de dos bautistas. Pero no fue suficiente y por eso se levantaba los lunes, miércoles y viernes más bien tirando a la izquierda para acercarse a Podemos y los martes, jueves y sábados infinitamente más centrada para que Ciudadanos la bendijera. Cuando las cosas se torcieron y nadie quería retratarse antes del 24 de Mayo -y posiblemente antes de las próximas generales- doña Susana habló incluso con el PP y en cada discurso sacaba promesas para todos los gustos. Pues ni por esas. Adelantó las elecciones para dar estabilidad al gobierno andaluz y la cosa le salió rematadamente mal: ni estabilidad ni gobierno. Y encima les echa la bronca cuando sabe que tiene que volver a negociar con ellos. Va de acierto en acierto.
Los neopartidos han servido para una primera limpieza de todos y para que todos se aten los machos de hoy en adelante
Pero en todo pacto hay al menos dos lados y también las otras partes contratantes se ven obligadas a renunciar a algunas cosas porque tampoco tienen tanta fuerza aunque sean la llave de la presidencia y, a la sombra del buen nombre que siempre ha tenido esto de pactar (casi siempre, hay excepciones escandalosas), están dispuestas a renuncian ¿a qué exactamente y por qué? Ese es la cuestión: mientras no sea a sus principios esenciales y mientras no sea para pillar y estrenar poder, resultaría admisible. ¿Pero cómo presentarse Podemos, por ejemplo, ante su electorado convertido en sostén de la casta? ¿Cómo predicar Ciudadanos sobre una España no corrupta apoyando aunque sea mediante la abstención al gobierno de los ERES? Y el PP, que se ha contagiado de Rajoy, mirando todo desde el palco sin mover un dedo ni decir esta boca es mía.
Pues esto es lo que nos espera pero en grande. Al final, claro, se decantarán las posturas y habrá soluciones no sé si patrióticas o de pura conveniencia, pero habrá soluciones. Y lo que nadie puede negar a estas alturas es que los neopartidos -con sus subidas y sus bajadas, sus aciertos y sus errores- han servido para una primera limpieza de todos y para que todos se aten los machos de hoy en adelante. No han barrido mucho, esa es la verdad, pero algo han tenido que hacer y que decir tanto el PP como el PSOE frente a una ciudadanía harta ya de estar harta. Si este barullo es el tímido comienzo de una nueva forma de hacer política, bienvenido sea. Si al final se convierte en un zoco de componendas, todos habremos perdido.
Andrés Aberasturi