Nadie lo diría mejor que Juan Carlos Monedero, número tres de Podemos antes de caerse de la foto: «El contacto permanente con aquello que queremos superar hace que a veces nos parezcamos a lo que queremos sustituir». Los hechos le dan la razón. El proceso de adaptación al terreno parece haber sido la respuesta del partido a su caída en las encuestas, supuestamente ocasionada por la radicalidad de sus propuestas fundacionales.
El caso es que los parecidos entre la euforia inicial (espíritu de Vistalegre) y la actual operación de rebobinado político empiezan a ser puras coincidencias. Sus dirigentes quieren convencer a las elites de que no hay razón para tenerles miedo. Ya no hablan con desprecio del régimen del 78. Reniegan incluso del término «régimen», tantas veces utilizado cuando creían que la sonrisa había cambiado de bando.
El antes arrogante líder, Pablo M. Iglesias, ya aparece en la tele mucho más humilde, sin descalificar las preguntas de los periodistas. Y si le mencionan el retroceso en las encuestas, reacciona como Rajoy, Sánchez o Rosa Díez: «La única encuesta válida es el voto ciudadano». O sea, tira del mismo manual que el resto de la clase política.
Eso es lo que más llama la atención. El punto alcanzado en su mimetización con la casta. Hasta en la pura liturgia de las campañas electorales que arrancan con la tradicional pegada de carteles en la calle. Nunca lo hubiéramos imaginado en un partido de jóvenes digitalizados. Pero ahí les vimos en la noche del 7 al 8 de mayo con el caldero, el engrudo y la brocha, sin querer marcar distancias con los partidos que vienen haciendo eso mismo desde las primeras elecciones democráticas (15 junio 1977).
¿Debates con los adversarios? De entrada, sí. Como todos. Pero a la hora de la verdad empiezan a buscarse excusas para medirse en público con quien no les conviene. Lo acaba de hacer Iglesias respecto a Rivera, su gran competidor en la apuesta por el cambio político. La buena e incondicional disposición inicial no tardó en matizarse por parte del primero hasta el punto de frenar el que iba a ser un feliz acontecimiento.
Cabía pensar de antemano que estos regates en corto, producto del cálculo y la conveniencia, no afectarían a un grupo portador de aire fresco. Se ve que sí, hasta en el lenguaje. Si ahora se les pregunta sobre futuros posibles, dicen que solo pactarán «con la ciudadanía». Lo que dicen todos cuando no les interesa retratarse antes de tiempo. Y si les pillan en algún renuncio, lo atribuirán a una conjura exterior. Lo hizo el propio Monedero frente al Fisco. Entonces dijo que «todas las baterías del régimen del 78 han apuntado contra mí».
Y, por supuesto, nada de nacionalizaciones, nada de consultas sobre Monarquía o República, oídos sordos a quienes advierten de que España puede ser la plataforma de difusión del chavismo, y donde antes leíamos «impago de la deuda» ahora solo debemos leer «reestructuración ordenada».
Antonio Casado