Hay días en los que, como hoy, el Tajo no parece un río sino más bien el Mediterráneo. La neblina no deja ver la otra orilla. El sol surge de repente, como desde el fondo de un mar tan tranquilo que se diría amaestrado. Quizás sea porque en mañanas como éstas los límites del Mediterráneo se confunden con el cielo por lo que los árabes le llaman el mar blanco de en medio. Me atrevo a pensar que quizás los árabes, que pasaron largos y apacibles siglos disfrutando de esta misma vida sin grandes anhelos que llevo yo en nuestra querida Lisboa, también bautizaron al Tajo con un nombre que se refería a esas cualidades.
En estos días la ciudad anda algo alborotada. Han llegado muchos cruceros que aumentan todavía más la confusión de turistas que invaden los lugares más conocidos. El Chiado y toda la Baixa están abarrotados de grupos en pantalón corto que siguen cansinos, cuando no desesperados, las indicaciones de unos guías tal vez no demasiado preparados. Por las calles circulan enjambres de tuk-tuk, esos carricoches, no sé si de fabricación paquistaní o italiana, con toldo de colorines que con igual estrépito llevan a familias enteras a las puertas mismas del monasterio de los Jerónimos o rodean las murallas del castillo de São Jorge.
Uno, que en el fondo es más bromista de lo que aparenta, siempre se queda con ganas de alquilar uno de estos vehículos para acudir con la dignidad impertérrita a cualquiera de las muchas ceremonias y recepciones que cada semana se celebran en Lisboa. En mi condición de antiguo diputado, quizás me atreva el año que viene cuando volvamos a conmemorar la Revolución de los Claveles a presentarme de semejante guisa en la escalinata de honor de nuestra Asamblea de la República. Ya veremos.
Aunque también podría recurrir al tuk-tuk la semana que viene para acudir a dos importantes actos. Uno es la inauguración –por fin– del nuevo museo de los carruajes, que siguiendo la vieja palabra húngara en portugués llamamos coches. Se trata de un edificio modernísimo, tal vez demasiado, que no sin algunas críticas ha sido levantado en Belém, en la misma plaza del Imperio.
El segundo acto es la presentación en el Instituto Cervantes de mi último libro, que he titulado “Una mirada al siglo XX: los memorables de Vázquez Díaz”. El profesor Raúl Morodo, antiguo embajador en Lisboa, ha tenido la deferencia de ilustrarnos, no tanto sobre mi modesto librito, sino sobre esa particular y acertada visión de los acontecimientos del siglo pasado tanto en España como en Portugal que ha atesorado a lo largo de sus muchos años de estudio, reflexión y apasionantes vivencias personales. Escuchar al profesor Morodo es siempre un placer. Prefiero no imaginar lo que sería si, además, uno se atreviera a ir en tuk-tuk.
Rui Vaz de Cunha