Estamos instalados en la incertidumbre. Se ha teorizado mucho sobre las sociedades líquidas. Nuestras vidas son un dilema permanente en las relaciones personales y en nuestra vida laboral. No hay noticia precisa de cómo viviremos ni de que recursos vamos a disponer. Los compromisos son volátiles porque se ha legitimado la inestabilidad. No hay hábitos de permanencia porque lo establecido es la mutación. La crisis ha terminado por apostar la improvisación al calor de la incertidumbre. Fluctúan nuestras creencias y nuestros hábitos. Solo tenemos fe en los ídolos del fútbol, cada uno en el nuestro. Este deporte es la religión más sólida de nuestro tiempo porque ya ni siquiera podemos formulas un dilema entre Joselito Y Belmonte.
Las series de encuestas políticas del último año fotografían realidades líquidas. Partidos desahuciados hace unos meses se recuperan. Los que prometieron nunca volver a votar al partido donde habían asentado sus esperanzas reconsideran. Indecisos son casi todos. Porque las convicciones y las confianzas no se sujetan en certezas sino en fluctuaciones. Solo se mantienen intactas las pasiones y las fidelidades en el equipo de fútbol que heredaron de sus padres. Partidos que no existían forman burbujas en la convicción de que estallaran en plazos imprecisos. No hay certeza de que hayan venido para quedarse.
Hoy día es más confiable la lotería que los pronósticos electorales. Los sociólogos que cocinan las encuestas tienen la esperanza de que la noche electoral disuelva sus pronósticos y se olviden. La demoscopia se ha vuelto efervescente. Aparecen nuevas opciones políticas reclamando espacios que hasta hora estaban ocupados por el bipartidismo. El voto útil está amenazado por la convulsión de un impulso mutante.
Madrid, Barcelona, Valencia o Zaragoza representan la incertidumbre en los ayuntamientos más poderosos y codiciados. Una fragmentación a la italiana que no era hábito entre nosotros. La política se convertirá en el arte de conciliar voluntades, a veces contradictorias, en la composición de las instituciones. Se abrirá la subasta. El objetivo es que los pactos no contaminen porque el abrazo del oso es el estigma que todos querrán evitar. Los partidos tienen ventaja porque sus programas no les comprometen. Pueden hacer una cosa y la contraria.
No se presta atención a los programas porque el consenso básico es que las promesas solo sirven para incumplirse. Los mítines son sesiones que rememoran a los viejos vendedores ambulantes, eruditos comerciantes, con una oratoria brillante, para deslumbrar con retahílas de productos añadidos a la oferta que no tienen relación con lo que se quiere vender. Si se ofertan medias sin costuras el afortunado acabará llevándose a casa hojas de afeitar, una fregona y champú para su perro.
No se conocen las ofertas pero es familiar los entresijos de la vida personal de los candidatos. Si se habla de Pablo Iglesias se sabe quien es o era Tania Sánchez. Al hablar de Susana Díaz aflora su personalismo encanallamiento con Pedro Sánchez y que no se harán una foto juntos mientras la presidenta de Andalucía pueda evitarlo. Pero sabemos que la presidenta en funciones está embarazada.
No conocemos qué propone Albert Rivera pero inquieta saber si es mejor mozo que Pedro Sánchez como si fuera un concurso de míster España. Se comenta con detenimiento la foto de Mariano Rajoy en bicicleta, con su corbata de despacho, junto a Esperanza Aguirre, de la que muchos dicen que aparece en campaña como si acabara de llegar de hacer 18 hoyos.
El próximo 24 de mayo tendremos que recurrir a la práctica turca de los posos de café. La efervescencia que han demostrado las encuestas se precipitarán en el fondo de la taza que son las decisiones de los ciudadanos. Y habrá que observar con detenimiento los posos precipitados para establecer un vaticinio sobre nuestro futuro. Veremos si votan los indecisos. Será tarea de premio Nobel seguir el rastro de los que han mutado de partido en esta realidad líquida. Averiguar por qué un votante del PP ha terminado por inclinarse por Podemos no será fácil porque conocemos mucho mejor las debilidades de Belén Esteban que las verdaderas intenciones de Mariano Rajoy o Pablo Iglesias.
Así las cosas, he comprado cervezas artesanas y frutos secos para la noche electoral. Será como una velada de Eurovisión en la que los líderes serán juzgados por los fuegos de artificio y los cantos de sirena que hayan logrado traspasar el caparazón de esta sociedad líquida. Y el ganador será… Me temo que todo esto no es otra cosa que un ensayo de las elecciones generales. Y las convulsiones adherentes a un cambio de sistema y de ciclo histórico.
Carlos Carnicero